Yonis Cotes, el hombre a quien el instinto convirtió en escultor

06 Septiembre, 2023
  • Yonis Cotes, escultor nacido en La Paz, Cesar, se dedica hace más de 30 años a la elaboración de lápidas para difuntos del Cesar y La Guajira, oficio que le ha dado esperanzas y frustraciones.

Yonis elabora lápidas para los difuntos del Cesar y La Guajira. Yonis elabora lápidas para los difuntos del Cesar y La Guajira. FOTO: ALEXANDER GUTIÉRREZ.

Por ALEX GUTIÉRREZ NAVARRO

 Yonis Cotes no permanece en ningún lugar por mucho tiempo. Camina ingrávido y errante, como queriendo deshacerse del tormento que le produce su más recurrente dilema: el de fantasear –por gusto– con esculturas que le tomará mucho tiempo realizar y vender, o continuar esculpiendo lápidas de fácil venta para familiares de difuntos, negocio que le permite atender las necesidades inmediatas de su hogar. Prefiere no recibir el adjetivo de ‘lapidario’. Eso sería limitar el alcance de su obra. Grabador, tallista o escultor son calificativos mucho más deseables para él.

De perfil romano, cabello ondulado, ceño y pómulos marcados y ojos de un verde marino, Yonis proyecta un aire de trashumante en búsqueda de quijotescas aventuras. Habla llevando la cuenta de cada palabra, cual si tallara la escultura de su propio discurso. Hace pausas largas, dando a entender que el silencio es un recurso estilístico de su diálogo. Perfeccionista en el uso de vocablos, corta las oraciones a medio camino para iniciar otras y en este empeño a veces le sale alguna frase enrevesada.

Es lunes feriado. A las cinco de la tarde, la resolana empieza a mitigar en La Paz. El cielo es cristalino y el aire se ha vuelto fresco. Pájaros trinan y revolotean celebrando la tregua que brinda el calor. En la casa de sus padres, Yonis conserva el taller de sus inicios, mismo en el que comenzaba a experimentar, por la década del 80, el esculpido en piedra y donde, además, cinceló su primera obra: una caja de conjunto vallenato que presentó al compositor Dagoberto López y que llevó, posteriormente, al local del entonces artesano de Valledupar, Enrique ‘Kike’ Maestre.

—Mis inicios fueron acá en este patio. Me absorbió tanto ese trabajo, que a mi mamá le tocaba llevarme la comida. Comentaban que estaba loco, porque me olvidé del mundo —dice con sonrisa retraída.

—¿Quién fue su maestro en este arte de tallar? —pregunto.

—Mi primer maestro fue el instinto —afirma resuelto—. Lo que había visto y leído sobre el arte, era limitado. Antes no había ese acceso al conocimiento como ahora.

Esculpiendo la figura del desaparecido cantante Jorge Oñate. FOTO: ALEXANDER GUTIÉRREZ.

 

Era la época de las ensoñaciones y utopías juveniles que amortiguan la carga de una vida que se despliega con sus avatares y desafíos. Terminado el bachillerato, Yonis fue a la antigua Escuela de Bellas Artes de Valledupar donde recibió talleres de artes plásticas por módulos. No obstante, colocó una vez más las manos en el fuego por su primitivo maestro —el instinto— ratificando que para entonces lo que se aprendía en esa escuela era dibujo, historia del arte y principios de pintura. En definitiva, un conocimiento básico que hacía de la escultura un arte muy reducido.

Obtuvo la inspiración de su primera obra a partir de un recorte del periódico El Heraldo en el que aparecía un cajero de música vallenata, un juglar auténtico, con su caja de cuero amarrada con cabuya. Cuando la presentó a Dagoberto, éste sintió el pálpito de tener a un gran escultor delante de sí y le sugirió llevarla a Valledupar. “Búscate un lugar donde haya relación con esto, para que te abras camino, porque está muy buena la obra”, le dijo. Fue entonces cuando Yonis tocó la puerta de Enrique Maestre, quien le permitió exhibir la escultura en su tienda de artesanías.

—Oiga! ¿Eso qué es? ¡Un músico! ¡Muy buena esa obra! ¿Y qué piensa hacer con ella? —le preguntó, retórico, Kike Maestre.

—No, la traigo acá a ver qué podemos hacer con ella —respondió Yonis, dubitativo.

—No, oiga, déjela ahí, de pronto le sale un cliente —sentenció Kike.

Pulimiento de floreros que acompañarán una lápida en la bóveda de un difunto. FOTO: ALEXANDER GUTIÉRREZ.

 

Tiempo después, cuando ya se había olvidado de la escultura del cajero y en medio de una existencia que él mismo describe como fantasiosa, en la que exploraba cosas de diversa índole sin propósito definido, Yonis volvió a pasar por el local de Kike y éste le propuso elaborar lápidas para clientes esporádicos. Corría el año 1988 en Valledupar. Tardó una semana en elaborar su primera lápida con métodos rudimentarios. Fabricó dos o tres lápidas más y migró a Barranquilla, donde aprendió a aplicar métodos mucho más adecuados.

—¿Usted no se le medirá a hacer una lápida? —le había interrogado Maestre— Porque yo veo que esa escultura del cajero que hizo es como más difícil. Una lápida es sólo letras y números, más fácil.

—Bueno, hay que hacer el intento —respondió Yonis, en un momento de la vida en que emprender una actividad era lo mismo que emprender cualquier otra.

Iniciando la década del 90, regresó de Barranquilla a Valledupar poseído por tal ímpetu comercial que se convirtió en uno de los pioneros de la industria de las lápidas y esculpidos artísticos. Fundó, desde 1992, marmolerías sucesivas que perduraron, entre aperturas y cierres, hasta mediados del 2000. Hacia junio de 2001, viajó a Caracas al encuentro con Gilda Díaz, su compañera sentimental —a quien conoció en 1993 en Valledupar— y cuatro de sus hijos: Enzo, Donato, Luigi y Orietta, quienes habían partido meses antes de la capital cesarense.

Fueron a la capital de Venezuela buscando mejor suerte con el negocio de las lápidas, según menciona Orietta, una de sus hijas, hoy con 23 años. Gilda regresaría a Colombia —con sus cuatro hijos y en estado de embarazo— en noviembre de ese mismo 2001, a la casa de los padres de Yonis, en La Paz, desde donde me concede esta entrevista. En mayo de 2002 nació Martha, última hija de los Cotes Díaz, en Barranquilla; allí se encontraba Gilda recibiendo el apoyo de su hermana, Martha Díaz. Yonis regresó dos meses después a trabajar en oficios varios.

Yonis enseña lápidas para difuntos de La Paz, Cesar. FOTO: ALEXANDER GUTIÉRREZ.

 

Yonis se radicó con su familia en La Paz, cuatro años más tarde, hasta el sol de hoy. Los tiempos adversos no han dejado de dar sus maretazos, tampoco los tiempos favorables. Y como si su vida estuviera ligada a Frau Frida, en más de una ocasión los sueños —esas visiones que se tienen, por lo general, al dormir— han aparecido para moldear la realidad de él y los suyos. Una vez se ganó un chance con un número que le fue revelado en un sueño y en otra oportunidad soñó que un celular perdido en su casa estaba en una mochila de uso personal y al despertar ahí lo encontró.

—Hoy por hoy, ¿saca más provecho a las esculturas artísticas o a las lápidas para difuntos? —interrogo.

—Estoy en un momento de transición —dice, con un aire resignado. Un hijo y un sobrino han recibido este legado y ya tienen una empresa.

—¿Ha sido apasionante para usted la elaboración de lápidas o todavía tiene por ahí un deseo latente con las esculturas artísticas?

—Hablando honestamente, últimamente he estado, se puede decir, con una depresión existencial, porque el afán de las obligaciones me mantuvo en algo que no llenaba mis expectativas. Esos no eran mis deseos cuando incursioné en este arte. Yo sigo sintiendo amor por el mármol y por la elaboración de lápidas, trabajo al que aplico mi pasión por la estética y por hacer las cosas bien, pero cuando no se llenan las expectativas de lo que tú quieres, eso es frustrante.

—Entonces, ¿usted es un escultor de lápidas con un sueño reprimido de ser otro tipo de escultor? —inquiero una vez más.

—Sí, por supuesto. Por eso, cuando vengo aquí a este patio que tengo por taller, vuelvo a fantasear.

Aunque la actividad de labrar piedras fúnebres requiere prudencia frente a los clientes que acuden sensibles a solicitar trabajos, y pese a que la dureza de la piedra podría tomarla el escultor, impidiendo que éste se vea involucrado en el fondo de las historias de las personas, Yonis conoció el relato de una señora que llegó a solicitar una lápida para su difunto esposo. La acompañaba su hijo, un niño de expresión apática y mohína. Los titulares noticiosos confirmaron que esta madre había, presuntamente, mandado asesinar a su papá.

—Entendiendo que, como seres humanos tendemos al desgaste, ¿cree que la vida es lapidaria?

—Pienso que es más lapidaria la muerte, porque es el final de todo. En Cien años de soledad, Prudencio Aguilar, muerto a manos de José Arcadio, regresa y le comenta cuán solo se siente allá en la muerte… Por frustrantes que sean las cosas, la vida es esperanza, el proceso, es el dinamismo del universo, es energía. La vida es todo.

—¿Por qué la gente manda a hacer lápidas para sus difuntos? ¿Qué sentido tiene?

—La muerte es tan cotidiana como la vida, pero a pesar de eso las personas no lo aceptan. En el momento del duelo no se sabe qué hacer por la memoria, porque esa persona ya no existe, ya no está. Pienso que la gente manda a hacer lápidas es para ellos mismos, porque en los epitafios a veces colocan cosas que ni el difunto compartía.