Una boca del infierno

18 Julio, 2021

Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB

Psicóloga, Magister en Filosofía

“Ha cuatro años que, para acabar de perderse esta tierra, se descubrió una boca del Infierno por la cual entra cada año gran cantidad de gente, que la codicia de los españoles sacrifica a su dios, y es una mina de plata que se llama Potosí”. Esta es la denuncia con aire poético que hizo fray Domingo de Santo Tomás en 1550 sobre el trato infra humano que los conquistadores les daban a los indígenas usados como esclavos para la explotación del oro y la plata en América Latina, en lo que hoy es Bolivia. Sacaron millones de toneladas, tanto, que la cultura de ese tiempo creó el dicho “vale un Potosí” para denotar algo supremamente costoso.

El enriquecimiento y auge europeo iniciados en el siglo XVI, nos cuenta el filósofo e historiador latinoamericano Enrique Dussel, se hizo con la sangre de nuestros pueblos originarios a quienes los conquistadores les arrebataron el alma equiparándolos con los animales para explotarlos sin culpa y, así, invocar el derecho de apropiarse de estas tierras y de sus gentes. Con el arribo de los españoles y portugueses a América Latina se inició el colonialismo, la modernidad y se desarrollaría el capitalismo; tres movimientos político-socio-culturales liderados por el hombre blanco europeo sobre la base de la expropiación de la riqueza, la opresión física y moral de los pueblos originarios casi hasta la extinción.

Tres movimientos que crearán una manera de concebir el mundo, una racionalidad, que implica una concepción filosófica, cultural, política, que se impondría sobre todos los excluidos. Desde René Descartes que instituye el Yo, con el “Yo pienso, luego existo”, pasando por el inglés John Locke con su liberalismo junto a Thomas Hobbes con el “el hombre es un lobo para el hombre” Europa implantará la idea de un ser humano totalmente desprendido de la colectividad que, junto con el redescubrimiento de las matemáticas –que vienen desde el Antiguo Egipto-, delineará un modo de pensar caracterizado por lo cuantificable, lo individualista, lo frío.

Así será la subjetividad que se impondrá en América Latina sobre los pueblos ancestrales y no le merecerá respeto sus dioses ni sus organizaciones sociales y mucho menos sus mitos -porque no tenían el tipo de elaboración filosófica como la europea- con los cuales los indígenas crearon su particular cosmogonía. De manera que se estableció que la sabiduría era aquella proveniente de las ciencias, sobre todo de las exactas y, el saber social, medicinal agricultor, astrológico, etc., de los aborígenes fue ignorado a la hora de instrumentar las contingencias de la vida.

Después de más de quinientos años un descendiente de los pueblos ancestrales, Evo Morales, de la cultura Aymara, pudo ser presidente de Bolivia en el 2006 llevando a ese país, que era el más atrasado de América Latina, a un avance económico sobresaliente con un mensaje político revolucionario apenas digno de un pueblo que invoca el equilibrio del humano y la naturaleza como el objetivo principal de su cultura, “el que manda, manda obedeciendo”; dándole una lección ética a toda la filosofía política europea que había basado su concepto de poder en la burda dominación del gobernante sobre el pueblo.

Los pueblos ancestrales han sido obedientes a las leyes que creyeron ver en el Sol, en la Tierra, en la lluvia y las estrellas sintiéndose unidos a todo el cosmos. No hay partes, hay un todo. No hay un Yo con el que pienso, hay un Nosotros con los que danzamos.  Es una racionalidad diferente a la moderna.

Con ocasión del estallido social en Colombia del 28 de abril de este 2021 donde los sectores más oprimidos por el gobierno y la élite dominante están saliendo a protestar a las calles buscando justicia social, los pueblos ancestrales, sobre todo los anclados en el departamento del Cauca, han sido protagonistas al condenar de manera pacífica la infamia contra las clases menos favorecidas a través de la Minga, que traduce reunión para un objetivo común; en este caso, se agrupan frente al gobierno buscando sus reivindicaciones. Ha recorrido esta Minga parte de Colombia llegando incluso a Barranquilla y Santa Marta recibiendo extendidas muestras de afecto por parte de la gente, pero, ha sido infamemente atacada en reiteradas ocasiones por aquellos sectores que los siguen viendo como menos, a ellos, nuestros hermanos mayores.

En Cali, fueron objeto de ataque desde lujosas camionetas, en Bogotá les han querido impedir que suban a los buses; en Barranquilla, se atrevieron a decirles que “nada tienen que hacer acá”, como si los indígenas no estuvieran acá desde hace miles de años y como si quien lo dijera no llevara esa misma sangre. Las tribus del Amazonas ven derribar sus árboles dentro de los cuales han vivido en perfecta armonía durante siglos; las del Guaviare desaparecen en medio de las inundaciones de los ríos; la etnia Wayúu que habita la Guajira ha sido despojada del río Ranchería que era su fuente de vida para beneficiar un mega proyecto minero, todos los días mueren niños de física hambre y de hambre mueren los jóvenes en huelga protestando por los niños que padecen hambre.

Los indígenas son el reservorio de la concepción de la vida en común –común entre los humanos y con la naturaleza permitiendo la subsistencia- que la modernidad con el egoísmo casi desaparece; del uso de la palabra para dirimir conflictos; de una idea de justicia donde lo principal es la familia; de la sabiduría para manejar los suelos cultivables con una tecnología que los preserva de volverlos estériles para el cultivo de los alimentos que sostienen la vida; de un mundo mítico que nos entrega símbolos que podemos interpretar cada vez para resolver problemas nuevos. No se trata de echar para atrás el curso de la historia. Se trata de encontrar en las civilizaciones ancestrales la sabiduría para afrontar un presente y un futuro muy desesperanzador por el daño que una racionalidad expansionista, irracional, mezquina, corto placista basada en la dominación del humano y de la naturaleza ha hecho sobre la Tierra.

De lo que se trata es que esa parte del mundo que desprecia a los indígenas  con sus dioses,  mitos, y sus formas de entender el poder político que les han permitido sobrevivir por milenios amando colectivamente su entorno sepan reconocer que, con sus propios dioses: el dinero y los tres empresarios multimillonarios Eron Musk, Richard Branson y Jeff Bezos –ilustrados, científicos, individualistas- vendiendo el mito del progreso con cohetes privados hasta Marte siguen agrandando la boca del Infierno en la Tierra.

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