Rosa Montero: “La alegría no tiene nada que ver con la felicidad”

09 Noviembre, 2020
  • La escritora española habla de su último libro.

Foto: Ivan Giménez Foto: Ivan Giménez

Por DIANA LÓPEZ ZULETA

Sonríe. Es bondadosa, sensible. Su pelo corto, castaño y con ligeras ondas la hacen ver varios años más joven. Su voz es modulada y su actitud, serena y afable, pero resuelta. Podría vanagloriarse de su trayectoria —su primera novela, Crónica del desamor, fue publicada hace 41 años y, desde entonces, no ha parado—. Una de las cualidades más distintivas de la escritora y periodista española Rosa Montero es su enorme cercanía con los lectores.

“Viví mi primera juventud en el franquismo; era una sociedad tremendamente machista y, como mujer, siempre me ha costado el triple, siento que he tenido que trabajar siete veces más”, dice desde Portugal por videollamada.

El paso del tiempo, las crisis existenciales y el fracaso son algunas de sus obsesiones como escritora. “Mis novelas tratan especialmente de la muerte, del sentido de la vida —si es que hay alguno— y de lo que el tiempo nos hace, porque vivir es deshacerse en el tiempo. Es tan obsesivo que a veces los periodistas me preguntan: ¿Por qué hablas tanto de la muerte? Y a mí me entran ganas de partirme de la risa. ¿Cómo que por qué hablo tanto de la muerte? ¿Es que se puede hablar de otra cosa? No puedes escribir una novela que no esté marcada por la muerte porque todo en la vida está marcado por la muerte”, explica la ganadora del Premio Nacional de las Letras Españolas.  

En esta entrevista, Rosa Montero reflexiona sobre la vida, la escritura, el dolor, el bien y el mal, y sobre su última novela: La buena suerte (Alfaguara), lanzada en agosto de este año.

Portada novela

Diana López Zuleta: El bien y el mal son temas centrales en tu último libro. ¿Cómo han ido cambiando estos conceptos a través de los años y tus vivencias como escritora, oficio en el que siempre se está haciendo una introspección no solo de ti misma, sino de los personajes?

Rosa Montero: Es una pregunta interesantísima y difícil de contestar porque hay ese contagio de tu mirada sobre el mundo, de tu mirada actual, es decir, todos pensamos que lo que uno piensa es lo que piensa todo el mundo cuando no es así, y todos pensamos que tal como vemos las cosas las hemos visto siempre, pero tampoco es así, y normalmente no te acuerdas, hay una deformación clara de la memoria y el pasado, pero yo creo que en general he ido ganando matices, que forma parte de la sabiduría, comprender que el mundo no es blanco y negro, he ido descubriendo más los tremendos matices que tiene la realidad y cuánto hay en el horror de belleza, en la belleza de horror, en el mal de bien, en el bien de mal. Pero la idea del mal absoluto sigue siendo mal absoluto, y es ese mal sin sentido, ese mal atroz, ese mal bestial que no tiene ni siquiera un provecho, aunque sea un provecho perverso, más que del gozo en el daño.

D.L.Z: ¿Con la edad ha cambiado eso?

R.M: Supongo que hoy, fíjate tú, pasan dos cosas muy curiosas a la vez: por un lado tienes menos aguante al mal y al dolor de los otros, es decir, los jóvenes y los adolescentes son mucho más rocosos, son más capaces de manejar el dolor quizá porque no lo tienen tan asumido, tan integrado. Entonces cada vez tienes menos aguante, yo ya estoy ñoña perdida, no aguanto las películas de animales de Walt Disney (risas), te lo digo como extremo, y al mismo tiempo, por otro lado, mi comprensión del mundo es más consoladora. Mi visión del mundo cuando era joven era más dura, creo.

D.L.Z: ¿Más neurótica?

R.M: Posiblemente era más neurótica desde luego, pero no solo eso, a medida que he ido creciendo me he ido dando cuenta de hasta qué punto los seres humanos tienen esa capacidad increíble para sobrevivir, para resistir, para recrearse, para reinventarse, para volver a hacer del horror un sitio hermoso, para renacer, para salvarse los unos a los otros. Aunque hay también mucho mal en el mundo, mucho horror, mucho sinsentido, yo creo que ha ido creciendo en mí cierta esperanza y cierta serenidad frente a la vida. A lo mejor con 20 años pensaba que el mal era mayor que el bien en el mundo y ahora mismo, intelectualmente estoy convencida de que el bien es mayor que el mal. Eso no quiere decir que el mal no me horrorice, que estemos inermes frente al mal, que sea tremendo el mal, que haya momentos donde parece que el mal devora al mundo, pero sí, mi visión del mundo ha ido ganando más luz con la edad.

Todo en la vida está marcado por la muerte

D.L.Z: Fíjate que yo me preguntaba cómo sigues buscando la buena suerte a pesar de que se te han muerto las personas más cercanas. Este año se murió tu mamá, hace unos años se te murió tu esposo. ¿Cómo has hecho para que el dolor no te inunde o no te paralice?

R.M: El dolor es uno de los grandes aprendizajes que tiene que hacer el ser humano. El ser humano tiene que aprender a sobrellevar la idea de su propia muerte, porque hay dos cosas inevitables en este mundo: que te vas a morir y que vas a sufrir. Hay gente que sufre mucho más y hay gente que sufre menos, pero que vas a sufrir, seguro. Entonces, uno de los aprendizajes esenciales para poder navegar por la vida, una vida más o menos plena, es aprender qué hacer con ese dolor para que no te destruya, para que no te convierta en una persona terrorífica.

D.L.Z: ¿Cómo se logra eso?

R.M: La única manera que conozco de manejar ese dolor es convertirlo en empatía, en conocimiento del mundo, en conocimiento de los otros, en acercarte más a los otros. Intentas ir sobrellevándolo viéndote en el conjunto de los demás. Saberte que estás en el mundo, que formas parte del todo, de todos los otros seres humanos, de todo ese cosmos, de personitas que luchamos y pataleamos como hormigas pero con tantos sueños tan pequeñitos en realidad pero al mismo tiempo conmovedoramente pequeños y llenos de sueños, de grandezas y de felicidad. Verte con los demás consuela mucho también, amarte dentro de los demás, no amarte a ti sola, consuela mucho, y yo creo que eso te permite sobrellevar los dolores. Lo que pasa es que hay una cosa tremenda con la edad, que es lo peor de envejecer, y es que se va muriendo tanta gente, no solo la gente cercana, que bueno, los padres se tienen que morir, los amigos, las parejas extemporáneas que se mueren ya es muchísimo peor, no te digo la gente que se le ha muerto un hijo es una atrocidad. Las muertes extemporáneas son atroces pero es que llega un momento en la vida, que ya estoy llegando a ese momento, en donde empiezan a morirse, no solo la gente muy cercana que fue parte de tu vida y que deja un verdadero hueco, empieza a morirse toda la gente que has conocido, es decir, compañeros de la escuela que a lo mejor hace 50 años que no ves. Están talando el bosque del que yo soy árbol.

D.L.Z: Precisamente el libro también habla sobre la vejez…

R.M: Sí, claro. La vejez es la edad heroica del ser humano. Es difícil ser viejo.

D.L.Z: ¿Y la escritura ha sido una manera de expoliar esa angustia?

R.M: No es que sea una manera de arreglar esa angustia, es una manera de poder mantenerte en pie frente a la angustia de la vida, es decir, no sé cuándo empezaste tú a escribir, Diana, pero yo comencé a escribir cuentos de ratitas que hablaban a los cinco años, quiero decir que desde que me recuerdo como persona, me recuerdo escribiendo, y que verdaderamente la escritura forma parte orgánica de lo que soy, es como un esqueleto exógeno que me mantiene en pie. Sin ese esqueleto no sé cómo me podría levantar por las mañanas y aguantar la vida. No sé cómo la gente se las ingenia para vivir sin escribir.

La buena suerte no da respiro. Al leerla, hay asco, risa, pálpito, miedo, humor, secretos. Descoloca al lector. Tiene fuerza desde el primer capítulo: un hombre va en un tren y, de repente, se baja en una estación y decide comprar un sucio y arruinado apartamento en Pozonegro, un villorrio feo y lejano de Madrid. “La representación perfecta del fracaso”, dice Montero. ¿Huye? ¿Está escapando de algo que lo atormenta? ¿Le persiguen? La novela es un misterio.

D.L.Z: Pablo se baja del tren y, al hacerlo, se baja y renuncia de su vida. “Ser otro es un alivio”, dice la novela. En La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral, 2013) se contempla ya este deseo. Allí dices: “¿No has sentido nunca la insidiosa tentación de dejar de ser quien eres? ¿De liberarte de ti mismo?”. Pero vemos que aunque Pablo lo intenta, no puede huir de sí mismo. ¿Se puede dejar todo atrás, ser otro?

R.M: De hecho, yo creo que vivimos varias vidas, o sea que en cada vida hay varias vidas, que eres varios otros sucesivos, y yo, que ya soy muy mayor, voy por la tercera, la cuarta o la quinta, pero llevo varias vidas a mis espaldas. Luego hay gente que escoge la vida drástica de ser otro, que es un poco lo que hace Pablo en la novela. En los últimos diez años en España, desde 2010, han desaparecido doscientas mil personas. La inmensa mayoría no son casos de delitos ni de secuestro, se han borrado, se han ido. Hace poco apareció, en un pueblo del norte de España, una mujer argentina que llevaba viviendo aquí en España un montón de años y que había desaparecido de otro pueblo hace 25 años y no se había vuelto a saber nada más de ella, y de repente apareció porque se puso enferma, se desmayó, vinieron los servicios de urgencias, apareció en un pueblecito del norte de España con 65 años, 25 años después. Durante esos 25 años había sido obviamente otra.

D.L.Z: Pablo quiere entender el mal, colecciona historias terribles de abuso infantil y, sobre todo, de ese mal, no el que está afuera, sino el que está en los hogares.

R.M: Yo he escogido los ejemplos de las familias terribles porque como la novela habla del bien y del mal, de ese mal sin sentido, de ese mal atroz y absoluto, yo creo que no hay ejemplo mayor que el de estas familias de padres y madres que debían ser consuelo y refugio de sus niños completamente indefensos y que, sin embargo, torturan violan y matan a sus hijos. Y es verdad que ese infierno puede estar justo al otro lado de la pared de tu casa, y está oculto en ese silencio y en esa cerrazón de los hogares, esa cosa del hogar tan clausurado sobre sí mismo, y a lo mejor el infierno está justo al otro lado de tu muro, de tu pared, y no lo sabes, o a lo mejor intuyes algo y no quieres saberlo, que esa es otra cosa de la que habla la novela, de que hay que comprometerse, aunque te manches las manos, aunque las cosas no sean claras, porque no hay nada claro, como decíamos antes, totalmente blanco o totalmente negro, bueno, a pesar de eso hay que comprometerse y hay que luchar contra el mal.

La vejez es la edad heroica del ser humano

D.L.Z: Pablo ha leído consejos para sobrevivir a situaciones extremas. Es un personaje cuyos sentimientos están blindados, que quiere tener el control de su vida. ¿Cómo este personaje fue creciendo dentro de ti hasta verlo en la novela?

R.M: Tú sabes que Terencio decía que nada de lo humano me es ajeno, es decir, todos llevamos dentro todas las posibilidades del ser, entonces de ahí es como puedes escribir también tus personajes, los buenos, los malos, los más miserables, de alguna manera sacas de dentro ese eco de la humanidad que tenemos todos. Fíjate que cuando a mí se me ocurrió la idea de un personaje que se bajara del tren, viera un piso horroroso con un cartel de “se vende” escrito a mano en un cartón, cuando se me ocurrió eso, ni siquiera sabía si era un hombre o era una mujer, entonces los personajes van saliendo solos, son como las personas cuando las conoces, al principio no sabes nada de ellas, sabes solamente su aspecto exterior, luego vas trabando relación, te vas fijando en cómo van actuando, vas intuyendo algunas cosas, les ves actuar.

D.L.Z: ¿Y cómo decidiste si iba a ser hombre o mujer?

R.M: Me fijé, porque yo no sabía por qué desaparecía, por qué hacía algo tan extremo. Entonces me fijé y dije, bueno, primero una mujer no me funcionaba porque alguien que es capaz de hacer un gesto tan seco, tan callado, tan extremo, pero al mismo tiempo tan cerrado, me parecía verla más hablando con alguien, contando sus desgracias a alguien, eso era un gesto más de un hombre. No lo veía en una mujer, era un hombre. Y cuando se baja dije: ¿Quién hace esto? Pues, un tío, inmediatamente vino con las toallitas desinfectantes (risas). Es un tío que está muerto de miedo por la vida y esta gente que está muerta de miedo por la vida, porque posiblemente ha sufrido varios mordiscos de la vida, necesita creer que está en un control. Iba surgiendo. De repente el personaje me cuenta que desde niño va recolectando esa especie de trucos absurdos, extremos, sobre cómo sobrevivir a un alud, cómo sobrevivir a un cocodrilo, a un ataque con sable, a unas arenas movedizas, porque un niño que no puede controlar, como le pasaba a Pablo, nada de su vida, de una vida mala, pues intenta controlar imaginariamente “si yo me cayera de unas arenas movedizas sería el único en saber en cómo me salvo”, es perfectamente coherente, me lo contó el personaje (risas).

D.L.Z: Dices también en el libro que la alegría es un hábito. Y no puedo dejar de pensar en que tú tienes como hábito la alegría, y el humor, es que siempre estás contenta. ¿Cómo le haces?

R.M: La alegría no tiene que ver con la felicidad. En primer lugar, yo creo que es un atributo físico, fisiológico, orgánico, es decir, que probablemente si tienes una buena sopa química, si tienes mucha oxitocina o lo que sea, de repente tienes esa especie de cuerpo disfrutón, de espíritu disfrutón. La alegría es una virtud animal que hace que tus células se regocijen de estar vivas. Yo tengo eso de naturaleza. Yo me levanto un día, salgo a la calle, veo un cielo precioso, un sol precioso, un cielo de esos de invierno de Madrid que son como de laca china azul, y salgo y digo qué maravilla, qué bonito, qué alegría, el cuerpo me baila, pero salgo al día siguiente y está lloviendo, está todo cerrado, unos nubarrones, y digo oh, qué bonita lluvia, cómo suena, qué maravilla, me encanta también. La alegría es un hábito, como lo dice la novela, pero también creo que se puede fomentar, creo que esa actitud se puede fomentar con ejercicio, con un ejercicio de pensamiento, con un ejercicio de intentar efectivamente vivir el momento, parar el tiempo, esa vida loca que vivimos que en realidad la pisoteamos, intentamos aturdirnos y vivimos siempre proyectados al futuro y como con el lastre del pasado, pero el presente no lo vivimos nunca. Siempre nos decimos, ¿seré feliz cuando llegue el domingo? ¿Seré feliz cuando tenga un hijo? ¿Seré feliz cuando tenga novio? ¿Seré feliz cuando mi novio me deje en paz? Siempre estamos donde se supone que no está la felicidad, la felicidad está en otro lado que no nos alcanza.

D.L.Z: Por eso en la novela es tan importante Raluca. Hay una parte en la que Raluca va por primera vez a la casa de Pablo, que haces una descripción perfecta de la mugre, la suciedad del piso. Pablo está tan abducido que de pronto cae en cuenta y empieza a ver el apartamento con los ojos de Raluca. Y eso me hizo pensar en que la literatura te hace ver desde afuera ese adentro que no ves.

R.M: Pues sí, es una gran verdad, es una gran definición. La literatura te permite ver con otros ojos, a lo mejor, incluso, tu propia vida, porque al verte reflejado en la vida de los otros a veces entiendes mucho mejor tu propia vida, y cosas que no entendías que te pasaban puedes poner palabras a sentimientos que a lo mejor no podías, o sea que esa visión, efectivamente, de la literatura nos hace más sabios y más sanos.

D.L.Z: En Instrucciones para salvar al mundo cuentas la historia de un taxista que ha perdido a su mujer por un cáncer. Publicaste el libro en mayo de 2008 y, un mes después, tu marido fue diagnosticado con cáncer, y en La buena suerte creaste un personaje que se confina y se limpia con toallitas desinfectantes, y luego vino la pandemia que nos confinó a todos. ¿Cómo ves esas coincidencias? ¿Es como si la literatura fuera de la ficción a lo real?

R.M: Son coincidencias inquietantes, porque hay una cosa clara: yo siempre pienso que los seres humanos somos como cardúmenes de peces que vamos al unísono, y hay esto del inconsciente colectivo que abunda en eso, y que tenemos una unión mental, una unión de especie. Y los escritores, si eres fiel a ti mismo, si bajas muy al interior de ti mismo, eres fiel a tu época y eres fiel a tu gente, a tu entorno y a tu sociedad, porque dentro de cada uno de nosotros estamos todos, pero es que ahí puede haber coincidencias en el sentido de que seas una esponja y de que captes lo que hay alrededor. Pero en estos dos casos que acabas de contar, que tenga tantas coincidencias, pues eso es inexplicable porque ninguna de las dos cosas eran para nada previsibles, así que son cosas rarísimas. Yo tengo una mente racional, tengo una mente bastante científica, me gusta la ciencia, pero es inexplicable.

D.L.Z: A propósito de la pandemia, ¿te ha dejado alguna enseñanza?

R.M: Mira, la pandemia todavía la estamos navegando, y nos quiere dar la resaca económica, pues es una pena ver que no estamos aprendiendo lo que deberíamos aprender. En todas estas cosas tremendas, cuando las situaciones son muy extremas sale lo mejor y lo peor del ser humano, pero ahora yo diría que está saliendo más lo peor. Hay en todo el mundo como muchísima agresividad, mucha falta de acuerdo cuando debería la gente unirse más, lo veo bastante mal. Yo creo que no voy a volver a vivir la vida loca que vivía antes, que viajaba todo el rato, que estaba todo el rato subida en avión en ese sentido. Pero no nos está enseñando lo esencial, y a vernos, y a sentirnos, y a valorar las cosas esenciales, no veo que estemos aprendiendo mucho.

D.L.Z: Has dicho antes que las historias te escogen a ti, ¿ya te han escogido tus próximas historias?

R.M: Sí, tengo cuatro libros por delante. El primero lo estoy preparando ya desde hace tiempo y estoy tomando notas, todavía no estoy escribiendo, estoy en la fase de tomar notas y desarrollar un poco las ideas, esa fase ya va bastante adelantada; es un ensayo de los míos que tienen parte narrativa, de ficción, como La loca de la casa, y es un ensayo sobre creación y locura. El siguiente libro es el cuarto de Bruna Husky. El tercer libro es una novela que solamente tengo el huevecillo, pero que me emociona mucho y que estoy deseando llegar a ella porque creo que me va a gustar mucho. Y el cuarto libro es otro ensayo, de esos también raros, sobre un tema maravilloso pero que no te voy a decir. No sé si viviré lo suficiente.