“MARIGUANA: MY DROGA DE HENTRADA (SIC)”

23 Junio, 2023

Por ADRIANA ARJONA

 El pasado martes se hundió el proyecto de ley que pretendía regular la venta de cannabis con fines recreativos en el Congreso de la República de Colombia. Es lamentable teniendo en cuenta que la tendencia global va en otro sentido: liberar la producción, regular su comercialización, despenalizar el consumo, volver de lo prohibido (como lo fue el alcohol en su momento) un negocio legal y multimillonario.

Mientras el mundo poco a poco empieza a despojarse de la doble moral alrededor del cultivo, venta y consumo recreativo y medicinal de la marihuana, en Colombia sigue reinando la hipócrita mojigatería y los líderes de la derecha –tantas veces encumbrados en el poder justamente por los dineros del narcotráfico– se rasgan las vestiduras ante la idea de que las personas adultas del país tengan la posibilidad de acceder a un cigarrillo de marihuana en una tienda regulada por el Estado.

La marihuana es la droga ilícita más consumida en el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) alrededor de 147 millones de personas usan esta sustancia cada día, lo que corresponde al 2,5 % de la población mundial. Ni los 8.000 millones de dólares que Colombia invirtó solamente en el periodo entre 1995 y 2009 lograron que el consumo de marihuana y/o las demás drogas disminuyera. Por eso la legalización del cannabis tiene tanta lógica. Es absurdo invertir tanto dinero y poner tantos muertos –casi todos en tierras colombianas– para conseguir un objetivo que es a todas luces inalcanzable.

En América, países como Canadá, Estados Unidos, México y Uruguay han aprobado el uso recreativo de esta planta, y muchos otros –Argentina, Chile, Ecuador, Jamaica, Panamá, Paraguay, Perú y Puerto Rico– lo han hecho para asuntos terapéuticos.

En otros lugares del mundo, como Georgia, Malta y Sudáfrica, el uso recreativo de cannabis es legal. Y en países como Portugal, Israel, Estonia y Tailandia, aunque aún no es legal para fines lúdicos, se han adoptado políticas de despenalización con el fin de que los consumidores no sean tratados como delincuentes.

Sin ir más lejos, y como lo comenté en una columna del año pasado, desde que entró en vigencia la ley que permite la siembra de marihuana con fines medicinales y la reglamentación para la entrega de licencias a los productores en 2017, varias empresas canadienses han comprado tierras en Colombia para el cultivo, cosecha y procesamiento de productos medicinales, terapéuticos y cosméticos hechos a base de cannabis. Estas empresas han invertido en tecnología para la industrialización de esta planta, generando negocios multimillonarios alrededor de esta materia prima.

Sorprende que en un país que ha sufrido en carne propia las consecuencias de la absurda guerra contra las drogas, una lucha prohibicionista que ha fracasado con todo éxito, nos rasguemos las vestiduras por intentar legalizar una realidad. No es casualidad que en Estados Unidos, el gran “líder de la lucha contra el narcotráfico”, 21 de los 50 estados que componen ese país hayan legalizado el uso recreativo del cannabis y en otros 13 se lograra que esta práctica no sea punible.

El problema en Colombia no reside en las personas que consumen marihuana por diversión. Tampoco resulta inquietante que los usuarios de esta sustancia puedan o no comprarla de manera regulada en una tienda legal. El verdadero asunto sobre el cual vale la pena discutir y decidir es a quiénes les conviene que este tipo de leyes no pasen. Porque el hundimiento del proyecto de ley presentado por los senadores María José Pizarro y Juan Carlos Losada solo favorece la criminalidad y el fortalecimiento del narcotráfico.

Al impedir que este tipo de iniciativas avancen, estamos perdiendo la oportunidad de crear empleo en un área en la que somos especialistas y que se está convirtiendo en un negocio que crece sin pausa. Volviendo a Estados Unidos, y como bien lo señala la senadora @pizarromariajo, allá “se han creado 300.000 empleos formales y el negocio fue valorizado en 13.200 millones de dólares”. Mientras tanto, en Colombia actuamos como si fuera positivo que el negocio permanezca en manos de las mafias y poco importara que sigamos enviando jóvenes a pelear y morir en una guerra perdida desde su origen.

Después de que el proyecto de ley se cayera, me enviaron una foto en la que aparece un joven de mirada perdida con un letrero que reza: “la mariguana fue my droga de hentrada (sic)”.

El muchacho llevaba la cara sucia y vestía como un habitante de calle: cargaba su correspondiente cobija mugrienta sobre los hombros y un costal terciado con una cabuya. Sin embargo, varios detalles de la foto llamaron mi atención. El habitante de calle en cuestión tenía el pelo sospechosamente bien cortado. El peinado era espantoso, pero diseñado por un estilista de alguna peluquería de barrio: rapadito en los costados, y una mota crespa y frondosa decorando la parte superior.

El personaje tenía la cara sucia pero el cuello se le veía limpio, con lo cual parecía caracterizado por un maquillador principiante de una productora de garaje. Y sobre el pecho, fino detalle, una cadena que aún no había empeñado ni vendido para comprar bazuco. Con seguridad, era un objeto con gran valor sentimental para este adicto. Tan grande que los otros habitantes de calle tampoco se han atrevido a despojarlo de su último tesoro.

Al ver a este pobre muchacho, adicto y sin hogar, compartiendo filas con los demás manifestantes del Centro Democrático que desaprobaban el proyecto de ley, pensé que era en realidad insólito que estuviera tan bien informado: el indigente sabía cuándo se llevaría a cabo el debate en el congreso y por eso fue a expresar, en un trozo arrugado de cartulina amarilla, su posición contra la legalización del uso recreativo de la marihuana. Por eso decía: “no cuentes con mi voto”. O sea que es un habitante de calle que ejerce su derecho al sufragio en cada elección. !Esos son los adictos que Colombia merece y necesita, carajo!

Al ver a este personaje pienso que solo hay dos posibilidades: la primera es que ese joven sea un marihuanero de primer nivel y un humorista de tiempo completo que quería matar de risa a sus amigos trabones con su gesto sobreactuado de drogadicto. La segunda posibilidad es que el Centro Democrático haya contratado a este “actor” para que jugara el papel del joven colombiano que desperdició su vida por fumarse un porro.

Si es un marihuanero guasón debo decirle que lo felicito. Conmigo logró su cometido: me desatornillé de la risa como la primera vez que fumé marihuana. Todavía me duele la panza.

Si por el contrario se trata de un actor contratado por el partido que Uribe preside debo aconsejarle que cambie de profesión. El tipo no da ni para la obra de fin de curso de un jardín infantil.

A quienes lo contrataron les pregunto: ¿No les da oso? A mí me da pena ajena. Pero más pena me da saber que al haber obtenido 47 votos, y no los 54 que se requerían, este proyecto tendrá que empezar de cero. Puedo imaginarme a María Fernanda Cabal y a Paloma Valencia haciendo casting para elegir al próximo “abitante de caye adipto a la mariguana i a hotras drogaz” para que salga a protestar con el Centro Democrático.