Los abogados acusetas

13 Abril, 2021

Por GERMÁN NAVAS TALERO Y PABLO CEBALLOS NAVAS

No es lo mismo una sana corte que una cortesana.

La vida es cíclica, nunca pensamos revivir –en pleno siglo XXI– El tremendo juez de la tremenda corte o la simpática Escuelita de doña Rita, con libretos de Humberto Martínez –el bueno– y participación del ‘Chato’ Latorre y los famosos elencos de radioteatro de la época. Pero como las películas aquellas de Volver al futuro, exactamente eso pasó luego de ver la lamentable actuación de un conocido abogado en el proceso judicial más observado del país. Durante la audiencia de preclusión en el juicio que se sigue contra el ex-presidente y reseñado Uribe, Jaimito Lombana se levantó –al menos dio esa impresión en la videollamada– y comenzó a darle quejas a la juez sobre el mal comportamiento del chino Gonzalo Guillén, que le estaba haciendo señas desde la esquina y no lo dejaba concentrarse en su teatral defensa. Guillén, conocido entre sus amigos como ‘heliodóptero’ al igual que su nombre de usuario en Twitter (@HELIODOPTERO), había cuestionado el papel de los defensores de Uribe –Lombana, Granados y Jaimes- en redes sociales. En medio de todo, hay que darle crédito al abogado Lombana por entregarnos un momento tan divertido.

Pongamos la situación en la voz de un niño: «profesora, Gonzalito está pegando papelitos en las paredes diciendo que usted no está actuando bien y que todo lo que se dice contra mi amigo Alvarito es cierto.» Con este episodio vino a nuestra memoria la escuela regentada por el profesor Girafales, en todos estos sainetes no faltaba el acusetas que le daba quejas a doña Rita, al juez o a Girafales sobre las pilatunas que hacían sus compañeros de butaca.

Antes que juristas, los llamaríamos chinos acusetas. Una audiencia es un espacio para argumentar jurídicamente y convencer en derecho, no para chillar como chino consentido valiéndose de la pantalla gratis que les da la transmisión remota. En clase, Germán le dijo a sus alumnos, que por favor nunca en su vida vayan a tener un comportamiento como el de esos cuatro abogados, el que juega a ser fiscal, el que dice ser del Ministerio Público y los dos defensores del imputado. Ya se están pidiendo copias de esa actuación procesal para que en todas las facultades de Derecho del país se enseñe lo que no debe hacerse. La audiencia que Lombana intentó obstaculizar con reclamos insólitos es perfecto material para los caricaturistas de la prensa escrita, sin embargo no hemos visto ninguna.

Como las telenovelas de suspenso y terror, aún no sabemos si Alvarito ha sido injustamente acusado por la tremenda corte. Esa Corte Suprema, que sí es tremenda, fue quien terminó abriendo la investigación contra Uribe cuando éste quería que mandaran al pote a Iván Cepeda, pues entendió que Uribe lo que buscaba era enlodar la imagen del senador del Polo Democrático. Al ex-presidente la jugadita le resultó como al recluta que dispara por primera vez un tiro, le salió por la culata. Aclaramos, por la culata, no por el culote, pues el culote es de las hormigas santandereanas.

Algo que también ha llamado nuestra atención por lo fuera de tono y circense fue el debate entre Katherine Miranda, representante a la Cámara (@MirandaBogota en Twitter), y John Milton Rodríguez, senador cristiano, donde la representante dijo que en el partido cristiano que regenta el senador, cuando se le vence la personería jurídica a él la hereda su esposa y cuando se le termina a ella, pasa a sus hijos. Ello dio lugar a que Rodríguez, por espacio de varios minutos, esbozara como único argumento que la afirmación era una falta de respeto con su esposa, desviando la discusión de su intención original: debatir sobre la propuesta de Miranda de poner a tributar a esas empresas religiosas que hacen comercio con el espíritu. Muchos nos preguntamos por qué no tributan y hasta el momento no hemos encontrado una explicación lógica que justifique esa exención para entidades que tienen bancos, que compran aviones y que reciben por concepto de diezmos cientos de miles de millones al año. Katherine y quienes la acompañan tienen toda la razón cuando exigen que, en vez de hundir a la clase media con más impuestos, se graven los capitales que se esconden en un huequito ubicado entre el cielo y el infierno.

Es bueno que recuerden estos religiosos políticos que ya Soledad Román enjuagó su pecado social con Núñez entregándole al Vaticano un concordato con toda clase de prebendas a la Iglesia, cosa que se subsanó pues el tal concordato ya no existe, aunque parece que una de sus secuelas es que los bienes de esta institución estén exentos de impuestos. Hemos conocido de una iglesia evangélica con operaciones en Colombia que tiene para una de sus directoras espirituales una casa en Miami cuyo valor supera –según dicen los entendidos– los tres millones de dólares y aquí la dirección de impuestos ‘niansesabe’, como dicen los campesinos.

Señores congresistas, en la reforma atrabiliaria –perdón, tributaria– que va a imponer Charrasquiado –disculpen, Carrasquilla– podría aumentarse el recaudo de forma notable mediante la inclusión de las instituciones religiosas en los sujetos obligados a pagar el impuesto sobre la renta. Claro está que el MinBonos prefiere mantener las exenciones tributarias a las grandes empresas y autorizar la compra de unos aviones de guerra por 14 billones de pesos, que los gringos le venden a Colombia a cambio de perdonarle a los uribistas su intromisión en el proceso electoral, donde el dúo Trump-Uribe salió ampliamente derrotado.

Todos estos desaguisados justificarían en cualquier democracia una protesta popular, pero aquí en Colombia la protesta es sinónimo de acto delictivo, o sino que lo diga la alcaldesa de siempre, quien públicamente expresó que no permitiría las protestas porque eso, en sentir de ella, agravaba los efectos de la pandemia. Alguien recordó que en época de Laureano, la canción Grito vagabundo del cantautor Guillermo Buitrago fue prohibida por supuestamente incitar al alzamiento popular en contra del gobierno. Recordemos parte de la letra de esta canción: “Yo quiero pegar un grito y no me dejan. Yo quiero pegar un grito vagabundo”.

Cuando uno ve estas expresiones de los gobernantes para silenciar el ánimo popular, recuerda que cuando salió la canción de Piero Los americanos y él vino a Colombia, no le permitieron cantarla en público para no agredir a los gringos y le tocó a los interesados –entre ellos Germán– escucharlo en el bar del Círculo de Periodistas de Bogotá. Para ese momento el ministro de guerra. Tiempo después la canción pudo ser presentada en público, pero queda en el recuerdo que Colombia tuvo que hincar la rodilla para rendir pleitesía a “los americanos”.