Un partido disputado en Barranquilla entre el América de Cali y el club brasileño Atlético Mineiro tuvo que ser interrumpido en más de 10 ocasiones: gases lacrimógenos llegaban al terreno de juego, las sirenas de la Policía sonaban en calles aledañas y los manifestantes dejaban escuchar su frustración. Los jugadores se retiraron a los vestuarios hasta que los gases lacrimógenos desaparecieran. El partido de la sudamericana Copa Libertadores se jugó hasta el final, pero a casi nadie le importó.
Una vez más, Colombia vive una crisis nacional. Desde finales de abril, miles de personas se vienen manifestando contra la desigualdad, la violencia policial y la corrupción. Según los medios, más de cuarenta personas han muerto en las protestas y más de 800 han resultado heridas. "La brecha social es especialmente grande en Colombia. La educación, la medicina, el sistema fiscal, las personas de bajos recursos están en desventaja", dice la futbolista y activista colombiana Juliana Lozana. "La gente pide una vida digna, pero es brutalmente reprimida por la Policía. Nadie está pensando en fútbol ahora porque hay cosas más importantes", explica.
Ambiente caldeado en el partido entre el América de Cali y el Atlético Mineiro.
Argentina podría organizar Copa América en solitario
En los últimos días, cuatro partidos de las competiciones continentales se han trasladado de Colombia a Paraguay y Ecuador. Y el sindicato de futbolistas colombianos se ha dirigido a la federación de fútbol con una carta abierta: "Hasta que no se resuelva la situación de orden público, que afecta a todo el país y amenaza nuestro bienestar, le pedimos que no programe más partidos nacionales".
Es posible que la liga colombiana no tenga un campeón a principios de junio, pero el Gobierno y la federación de fútbol se enfrentan a un reto aún mayor. A partir del 13 de junio, Colombia y Argentina tienen previsto organizar conjuntamente la Copa América, el torneo más importante de América Latina. Cuatro ciudades colombianas -Barranquilla, Bogotá, Cali y Medellín- albergarán 15 de los 28 partidos del torneo, y la final está prevista para el 10 de julio en Barranquilla. En una entrevista, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, aseguró que su país podría organizar el torneo por su cuenta si fuera necesario, en caso de que continuaran los disturbios en Colombia.
Manifestantes frente al estadio del club colombiano América de Cali.
Pero, por ahora, el Gobierno colombiano quiere resistir. "El fútbol es motivo de orgullo nacional en Colombia", afirma Peter Watson, experto británico en América Latina. "La camiseta de la selección nacional es uno de los pocos símbolos que pueden superar temporalmente las divisiones sociales", sostiene. Muchas veces, los colombianos se han apoyado en su selección, buscando un sentido común y queriéndose apartar de la imagen de violencia, de los cárteles de droga o de guerrillas como las FARC. Al igual que gobiernos anteriores, el actual presidente Iván Duque quería asegurar un esplendor nacional con un torneo importante como la Copa América. Pero el fútbol podría profundizar las divisiones políticas.
Cárteles se infiltran en los clubes
El pasado da una idea de hacia dónde puede conducir esto. Los medios de comunicación colombianos están recordando casos anteriores que se convirtieron en emblemas de la crisis. En 1986, Colombia debía organizar la Copa del Mundo, pero el Gobierno devolvió el torneo en 1982 por problemas financieros, y México terminó asumiéndolo. En 2001, Colombia quiso dejar atrás ese trauma y organizar por primera vez la Copa América.
En el cambio de milenio, a Colombia le iba bien en el fútbol. El equipo nacional se había clasificado para los mundiales de 1990, 1994 y 1998. Sin embargo, los principales clubes estaban infiltrados por los cárteles de la droga. Tras un autogol en el Mundial de 1994 contra Estados Unidos, el jugador colombiano Andrés Escobar fue asesinado a tiros. Cuatro años más tarde, Antony de Ávila dedicó un gol a dos capos de la droga encarcelados que habían financiado su club, el América de Cali. "Los cárteles querían influir en la alineación de jugadores del entrenador nacional. Las amenazas de muerte y la violencia formaban parte de la vida cotidiana", recuerda Jürgen Griesbeck, que organizó proyectos de fútbol en Colombia en la década de 1990.
Poco antes de la Copa América de 2001, las FARC hicieron estallar bombas y secuestraron a Hernán Mejía, vicepresidente de la Federación Colombiana de Fútbol. La asociación sudamericana CONMEBOL quería cancelar el torneo, pero el Gobierno colombiano y sus patrocinadores se opusieron. Tras las amenazas terroristas, los equipos de Argentina y Canadá se retiraron. Pero la Copa América se llevó a cabo y Colombia ganó el título.
En la actualidad, muchos colombianos sufren los estragos de la pandemia del coronavirus y no quieren saber nada de la Copa América en junio. Sin embargo, siguen vistiendo la camiseta de la selección durante las protestas en las calles.