La batalla del Pantano de Vargas: Una escaramuza comparada con el bombardeo en el Guaviare

16 Marzo, 2021

Por GERMÁN NAVAS TALERO Y PABLO CEBALLOS NAVAS

El burócrata que menos piensa es el que más habla.

Hay personas que sirven para todo, pero para una especialidad ni pío. Son los toderos; los de relleno; muy usados en el gobierno actual, donde la calidad es lo menos importante. Hay gente que se inmortaliza por sus genialidades y otros por sus estupideces. El señor Diego Molano se inmortalizará por sus estupideces, pues solo a él y a nadie más que a él se le ocurre decir que niños en poder de disidencias, que han sido sustraídos de su ámbito familiar y han ingresado contra su voluntad a esos ejércitos irregulares, son “máquinas de guerra”. Conocimos una fotografía de Molano con sus dos hijos, que no reproduciremos en este espacio porque a diferencia de él nosotros sí respetamos a los menores de edad y no justificamos bajo ningún concepto trasgredir sus derechos, pero nos surgieron dos dudas: ¿Molano consideraría a sus hijos como potenciales “máquinas de guerra”? ¿No reconoce en ellos la inocencia, la inmadurez y la situación de especial vulnerabilidad en la que se encuentran los menores de edad en comparación con los adultos?

Con independencia de sus respuestas, lo único que merecen las expresiones de Molano es desprecio. No obstante, que fuese él quien dijera semejante barbaridad, no nos sorprendió. El señor ha hecho una carrera política a partir de absurdos y ha demostrado ser un funcionario obediente y mediocre, características que en Colombia se tienen como cualidades. No es gratuito que Molano haya pasado –sin ton ni son– por altos cargos del Estado en varios gobiernos: fue director de lo que ahora es el Departamento para la Prosperidad Social; después estuvo al frente del ICBF y luego del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República. Pero quizá su mayor atributo es ser hijo de un militar, como puede leerse en su hoja de vida publicada en la página web del Ministerio.

Escuchando las declaraciones de Molano en las que se refiere a menores reclutados forzosamente como máquinas de guerra, nos hemos puesto a pensar que, si este señor fue director del ICBF, bien podría haber dirigido Herodes un hogar infantil o Nerón fungir como comandante nacional de bomberos. Lo más aterrador del comentario del ministro es que confirma una sistematicidad en el uso del lenguaje por parte del Gobierno Nacional y del partido que lo apoya, como lo observó Martha Peralta Epieyú, quien en su cuenta de Twitter (@marthaperaltae) escribió: “para el uribismo los niños son máquinas de guerra, los defensores de DD.HH. son voceros del terrorismo, los líderes sociales son guerrilleros, los profesores son vagos, los jóvenes no estaban recogiendo café (…)”.

Esos peligrosos instrumentos bélicos que fueron bombardeados, según un informe de Los Comunes, eran en su mayoría menores de edad o personas que habían superado por poco sus dieciocho aniversarios. Su presencia en el campamento era suficiente justificación para que el ministro los considerara terroristas y autorizara descargar sobre ellos toneladas de explosivos.

Una de las víctimas fue Danna Liseth Montilla de 16 años; desde muy niña repartía su tiempo entre el trabajo en el campo y la escuela, era hija de campesinos que viven con lo mínimo. Ella resolvió iniciar sus estudios pues quería ayudar a su familia, pero por la pandemia tuvo que dejarlos e irse a vivir a casa de sus abuelos, ya que allí tendría acceso a internet. El hilo de su vida se conoce hasta noviembre. El dos de marzo bombardean un campamento en el que se encontraría alias Gentil Duarte y en ese lugar mueren las esperanzas de una niña colombiana quien sabía que era titular de derechos pero que nunca pudo disfrutarlos ni gozar, siquiera en el momento de su muerte, de las protecciones legales a las que tenía derecho.

Según uno de los tantos comunicados los menores asesinados –“máquinas de guerra” para el señor Molano– son: Rosa Jaramillo de 9 años, Johnatan Sánchez de 10 años, Marlon Mahecha de 12 años, José Macías y Zaira Ruiz de 13 años, Yeimi Vega y Jorge González de 14 años, Karen Chaves; Danna Montilla; Samir Navarro y Sebastián Rojas de 16 años y Jhon Javier Cortaza, cuya edad se desconoce.

Esta amargura que sentimos la siente todo el país racional, pero también la sienten algunos que viven fuera de Colombia y que observan con asombro las barbaridades que aquí ocurren. Como Jim McGovern, representante demócrata en el Congreso de EE.UU., quien en entrevista con La W dijo que le preocupaba la “retórica excesiva” empleada por Molano para describir a los menores de edad que habían sido asesinados en el Guaviare. McGovern resumió su inquietud en una frase que al escucharla resulta tan evidente e irrebatible que uno no se explica cómo el ministro no lo entiende: “los niños son niños”.

Nosotros entendemos por inteligencia, palabras más palabras menos, una capacidad del ser humano para comprender nuevos conocimientos, para aprender, para educar la memoria, para transmitir conocimientos, indagar las verdades y distinguirlas de las mentiras. Cuando –como un chiste de Chaplin– se afirma que el campamento fue localizado, ubicado y estudiado por los servicios de inteligencia colombianos, nuestra inteligencia no nos deja creerlo o por lo menos nos deja con reservas. En ocasiones como esta, donde el Estado autorizó bombardear menores de edad en contravía del derecho internacional y de nuestras propias leyes, pensamos que haría un mejor trabajo Mickey Mouse, quien en forma destacada descubrió en más de una ocasión los planes del malandrín Pedro el Malo.

La ONG Terre des Hommes, basada en Suiza y que por fortuna no depende del ICBF, rechazó las declaraciones de Molano en un comunicado en el que señalaron: “estas afirmaciones se alejan de la misión constitucional del gobierno de garantizar la protección de niños y niñas y envían un mensaje erróneo y peligroso a la sociedad, en el sentido que parece justificar la no consideración del derecho superior de los niños y las niñas y el principio de distinción que aplica en este caso”.

Por su parte, el diario El Espectador en el editorial titulado La violencia también se ejerce con el lenguaje y refiriéndose al “pedagogo” ministro de Defensa expresó “Las palabras empleadas por Molano muestran una concepción cruel, maniquea, facilista y francamente angustiante de la realidad colombiana. ¿Cómo no sentir vergüenza cuando se utilizan las mismas tácticas de los regímenes autoritarios para deshumanizar al enemigo?”

Después de ver a los ministros de Defensa que ha nombrado Duque –recordemos: Botero, Holmes y Molano– llegamos a la conclusión de que para ser ministro de Defensa solo se requiere que lo nombren y que calce más de 40 para que pueda meter bien la pata. Hemos hecho una mesa redonda y nos permitimos recomendarle al señor Duque que le dé a Molano un fervoroso aplauso y de paso, le encime la Cruz de Boyacá por tan exitoso operativo militar para derrotar y sacar de la faz terrestre a este grupo de menores con la misma facilidad con que se les gana un partido de basquetbol a los enanitos de Lilliput.

En los anales de los encuentros bélicos este bombardeo, que tuvo lugar en el Guaviare, tendrá un lugar destacado, sin olvidar por supuesto las también ‘exitosísimas’ operaciones dirigidas por la “inteligencia militar”; una, el 13 de diciembre de 1998, cerca de Tame (Arauca) en donde fueron asesinados 17 civiles, entre ellos varios niños, la cual terminó con la condena al Estado por parte de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, así como la condena al piloto y copiloto de la Fuerza Aérea por parte del Tribunal Superior de Bogotá; y la del 29 de agosto de 2019, cerca de San Vicente del Caguán (Caquetá), otra “operación impecable” que le costó la vida a ocho menores y la cabeza al ministro Botero. Decía un historiador –amigo nuestro– que lo sucedido en el Guaviare a comienzos de este mes superaba lo acaecido en el Pantano de Vargas o en Las Queseras del Medio. Pareciera incluso que Juan José Rondón es un ‘patinchado’ al lado de Diego Molano Aponte, el mejor estratega que nos ha entregado el Hospital Militar.

Es bueno recordar que Pedro Pascasio Martínez, quien capturó a Murillo, era un chiquillo de apenas 16 años, mientras que Atanasio Girardot se alistó a los 15 años y su hermano menor, de 13, también lo hizo. Por eso, le sugerimos al MinDefensa que antes de hablar de “máquinas de guerra”, piense en niños engañados, obligados y empobrecidos, pero sobre todo, víctimas de un destino que no eligieron. Esto no es un triunfo, señor ministro, esto es una derrota.

Por favor… ¡No ma’-molano!