Instrucciones para sabotear la construcción de una escalera

02 Febrero, 2023

Por ADRIANA ARJONA

Julio Cortázar nos maravilló, y lo sigue haciendo, con su texto titulado Instrucciones para subir una escalera:

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Más claro imposible. Una escalera es un artefacto, una herramienta útil, que le sirve de igual manera a cualquier persona que quiera usarla. Sirve, incluso, si el usuario decide hacerlo de la forma que Cortázar desaconseja, esto es hacia atrás por lo incómodo que resulta subir o bajar una escalera de espaldas.

La escalera no discrimina. Puede subir un conservador de la misma forma que puede hacerlo un liberal o alguien de extrema izquierda. A la escalera poco le importa si el individuo que baja es rubio, con el pelo castaño oscuro, pelirrojo o calvo. Tampoco demuestra preferencia por los ricos ni desprecio por los pobres. Todos pueden usar la escalera para los mismos fines: subir o bajar. Y nadie puede negar que la escalera es un gran invento.

Como en todo, hay diseños y diseños. Algunos aman las escaleras rectas y simples. Otros prefieren las helicoidales mientras que existen quienes se inclinan por las suspendidas. Los materiales, como las formas, también varían. Se han visto escaleras de madera y piedra tanto como de mármol, granito, acero, vinilo, cerámica. Se puede elegir. Lo que es claro es que en una casa de dos plantas, es mejor una escalera de cualquier tipo que la ausencia de la misma.

Si una escalera está a medio construir lo más lógico será construir el siguiente peldaño, no arrasar con los que ya se han levantado. Es tan racional y simple que Cortázar no incluyó en sus instrucciones cómo sabotear la construcción de una escalera. Pero eso es justamente lo que sucedería en Bogotá si cada alcalde o presidente elegido tuviera la misión de hacer un pequeño tramo de esa escalera. Nadie, nunca, sabría lo que es subir al siguiente nivel porque cada uno argumentaría lo mal que está construido ese peldaño, cuestionaría al ingeniero que hizo el cálculo estructuctural de la construcción, criticaría el material elegido para levantarlo, o si tiene forma de caracol -independientemente de que cumpla con el objetivo de permitirle a las personas subir o bajar un paso más- despotricaría del diseño por una sencilla razón: no fue él quien tomó todas y cada unas de esas decisiones para hacer ese peldaño.

Por la arrogancia de nuestros dirigentes, por su necedad que raya en la estupidez y el descaro, una ciudad como Bogotá -habitada por más de 10 millones de personas- lleva 69 años estudiando un metro que, parecería, muchos no veremos. Aquí, ningún estudio es lo suficientemente confiable para el gobierno de turno. Ninguna decisión tomada resulta prudente. No existen argumentos que convenzan al recién llegado de que lo avanzado es bueno.

Uno de los grandes responsables de que Bogotá no tenga hoy la primera línea del metro es Enrique Peñalosa, quien desde su primera alcaldía se dedicó a ensalzar el Transmilenio al tiempo que a detener, paralizar, embolatar y frustrar cualquier otro medio de transporte masivo. El mismo Peñalosa hizo en 2015 lo que hoy tanto le critica a Petro: paralizó el proyecto del metro subterráneo porque consideraba que era mejor el elevado. Adiós, peldaño.

Ahora Petro hace lo mismo cuando al fin se había logrado avanzar en el contrato que dejó firmado su némesis, Peñalosa: cuestiona el metro elevado para retomar la idea del subterráneo. Este cuestionamiento viene acompañado de una amenaza a la ciudad proferida por el Ministro de Transporte, Guillermo Reyes, quien aseguró que si la primera línea del Metro de Bogotá no es subterránea, el gobierno nacional no aportará el 70% del dinero para otros proyectos de movilidad que requiere la ciudad.

El “chantaje” del ministro -como lo han denominado la alcaldesa de Bogotá, varios congresistas, algunos medios de comunicación y parte de la opinión pública- se recibe el mismo día en que Hugo Ospina, representante del gremio de taxistas en Colombia, aseguró en entrevista con el director de noticias de RCN que se tomarán los aeropuertos y todas las vías del país, paralizando con esto no solo la movilidad por carreteras sino también la aérea, para forzar a que se extingan las aplicaciones como Uber, por considerarlas competencia desleal e ilegal.

Parece que no entendieron que el problema de transporte en la ciudad va más allá de sus intereses particulares y, sobre todo, de sus egos políticos. “A Petro le ha dolido que él no pudo contratarlo y nosotros sí”, asegura el infantil Peñalosa y agrega: “Aún si él presiona el soterramiento de esos 10 kilómetros, la realidad seguirá siendo que es el metro que nosotros contratamos, no él”. Por su parte, Petro asegura que los estudios del metro subterráneo que Peñalosa bloqueó en su alcaldía sí estaban terminados y dicho trazado es más conveniente para la ciudad y el país a nivel económico.

Medellín va para la tercera línea del metro a pesar de que cuando se proponía construir la primera tuvo detractores como Peñalosa, precisamente, quien hace 35 años publicó en el diario El Espectador una columna titulada “El metro de Medellín, un proyecto innecesario”, en la que daba toda clase de argumentos absurdos por los cuales no debía llevarse a cabo una obra que hoy moviliza alrededor de 800.000 personas al día y que, junto con otros medios de transporte (tranvía, cables aéreos y metroplús) lleva de un lugar a otro alrededor de 1,5 millones de personas diarias. Medellín comprendió que es preciso contar con más de un sistema de transporte para suplir con las necesidades crecientes de una ciudad moderna, mientras que Peñalosa intentó durante años convencer a Bogotá y al país de que Transmilenio era más que suficiente, solo porque él lo implementó.

La soberbia del exalcalde está siendo alcanzada ahora por la necedad de Petro, y las palabras amenazantes del ministro así como las del representante de los taxistas. Mientras tanto, ni conservadores, ni liberales, ni izquierdistas, ni rubios, ni castaños,  pelirrojos, calvos, ricos, pobres podremos contar con soluciones masivas al caótico tráfico capitalino. ¿Cuántos peldaños de esta escalera veremos destruir? Perdónalos, Cortázar, porque no saben lo que hacen.