Haití, dignidad y miseria

22 Noviembre, 2021

Por RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL

Profesor emérito, Universidad Nacional

Profesor titular, Universidad Libre

Todos estamos confrontados a reconocer la magnitud de los acontecimientos haitianos. Haití, la otrora espléndida civilización indígena al momento en que España comenzó la conquista del Nuevo Mundo, está hoy sometida a la más denigrante situación humanitaria.

Bartolomé de las Casas en su libro sobre la destrucción de las Indias habla de cinco reinos prósperos y espléndidos que eran pacíficos recibiendo a los españoles. Estos procedieron a la más salvaje destrucción, torturas y crímenes de toda laya. Destaco que se ahorcó a las reinas Anacaona y a la vieja Higuanama.

Fue tan grande el extermino de los Arawak, que secuestraron y esclavizaron africanos para poblar Haití con los colonialistas. Vino luego la revolución antiesclavista y la de independencia, dándose en Haití una república, a la cual le debemos el crucial apoyo a Simón Bolívar para la Independencia. Haití fue sometida al intervencionismo de los colonialismos en el siglo XX, principalmente por los Estados Unidos, con oprobiosas dictaduras como la de Duvalier.

En este país reinan la desolación y el miedo. La violencia de los paramilitares enseñoreados, quienes han instaurado un régimen de terror en los barrios populares, mediante una mortífera acción de exterminio, con la complicidad de la policía, las autoridades y la impotencia. A esto se suman el hambre, la enfermedad y la devastación, producto de huracanes y tormentas tropicales como Grace, que continúan los efectos de la destrucción causada en el 2010 por el gran terremoto.

Haití es un país satelizado en la órbita de las multinacionales y está inserto en el engranaje del crimen organizado. Un lugar de tráfico de la droga hacia los Estados Unidos en la geopolítica de dominio imperial sobre el Caribe, las Antillas y la Tierra Firme de Centroamérica.

El reciente crimen contra el presidente Jovenel Moïse, adelantado por un comando de mercenarios colombianos, ese boyante producto de exportación, puso de presente la gravedad de la crisis haitiana. La telaraña de intereses políticos, económico-domésticos e internacionales supera con creces la crónica de la infamia de la criminalidad política, desde los tiempos del golpe de Estado en Chile, con el asesinato de Salvador Allende.

Los haitianos han sido brutalmente reprimidos, al igual que los de otros países, por su doble condición de parias y negros. Los dispositivos de clasismo y racismo desplazan el derecho a la solidaridad del asilo y la hospitalidad. La imagen de los policías de frontera a caballo dándole látigo a negros haitianos nos evoca la historia de infamia de la esclavitud en los Estados Unidos, con sus atrocidades, al igual que la destrucción de un albergue de refugiados en Chile nos evoca al fatídico Ku Klux Klan.

La política de cierre de fronteras de los gobiernos Trump y Biden convierte a los países de tránsito, como Colombia y México, en “campamentos de migrantes”, como los denomina el presidente López Obrador. Entre nosotros, en Necoclí, Antioquia, esperan transporte alrededor de veintidós mil haitianos hacia Panamá, a través de esa ruta de la muerte que es la selva del Darién.

La crisis de las migraciones tiene un alcance global, ya que los condenados de la tierra, los náufragos del planeta, son legión, a las que se rechaza y solo se acepta en condición de parias, con los patrones coloniales. El cierre de las fronteras es la otra cara de la globalización.

La resistencia y la rebelión permanente de los haitianos, la gran mayoría, pauperizados, son las herencias de la guerra justa contra la conquista, la abolición de la esclavitud y la independencia; la lucha contra el intervencionismo y las dictaduras.

El país más pobre y desigual, los parias de nuestra América, clama por una solidaridad efectiva que les permita enfrentar creativamente su crisis. De esta forma parte la diáspora de miles de haitianos que buscan refugio y una nueva oportunidad en los Estados Unidos, los cuales se suman a los venezolanos y a otros migrantes que reclaman su derecho a desplazarse libremente en un mundo globalizado en busca de seguridad y bienestar. Esta solidaridad con Haití requiere, de manera inmediata, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas plenas. Es una vergüenza que no existan y que sea el embajador de Colombia en República Dominicana el encargado de las mismas.