Ernesto Volkening, un pensador colombiano

15 Marzo, 2021
  • (Para la Revista Encuentros de Bucaramanga)


Por GERARDO ARDILA

28 de enero de 2021.

Ernesto Volkening llegó a Bogotá en 1934 tras el rastro de su padre. Regresaría a Amberes, su ciudad, muchos años después para hacer una visita corta, convertido en un bogotano y en un escritor en español de los mejores. En un rincón apacible del Cementerio Alemán, en Bogotá, reposan sus restos desde 1983. La Revista Eco, a la cual se vinculó y de la que fue director, publicó muchos de sus artículos, ensayos y las profundas reflexiones de sus diarios. Es posible que el nombre de Ernesto Volkening no tenga significado para las nuevas generaciones, inclusive para reconocidos intelectuales colombianos de este siglo XXI. Sin embargo, su obra es de una importancia muy grande para la América Latina de hoy, debido a su capacidad para reflexionar sobre temas fundamentales para el presente y el futuro de nuestras sociedades.

Aunque hay unos cuantos artículos, dedicatorias, o intentos de celebración del trabajo de Volkening predomina el olvido y casi que la intención de desaparecer su presencia de la historia de Colombia. Santiago Mutis Durán hace un trabajo constante a lo largo de varios años para llamar la atención sobre las ideas, las propuestas, las reflexiones de “don Ernesto”. Desde la publicación de los dos tomos de “Ensayos” realizados por el Instituto Colombiano de Cultura en 1975, hasta la más reciente del libro “Los paseos de Lodovico” en 2019, Mutis dedica mucho esfuerzo para hacer visible a Volkening y a la importancia de su obra. La publicación de una gran parte de la obra del escritor bogotano José Antonio Osorio Lizarazo forma parte de esta tarea de insistencia sobre el valor de los ensayos, las notas, la crítica de cine que hizo Volkening.

1.1Gerardo Ardila y Santiago Mutis junto a la tumba de Ernesto Wolkening, en el Cementerio Alemán, en Bogotá. Foto de Diana López. Febrero 2021.

Santiago Mutis escribe que la labor de Volkening consiste en “Ver, y ver muy bien, en donde nadie quiere ver, ni oír ni hacer nada ni saber, porque hace mucho que no somos capaces de ocuparnos seria y verdaderamente de nadie ni de nada que no sean nuestros propios, exclusivos y mezquinos intereses”. Una de las venas de reflexión permanente de Volkening, de ese “ver y ver muy bien”, es la ciudad. La ciudad como construcción social y estética, la ciudad como hogar, como lugar de la vida diaria de hombres y mujeres que crean una estela física, la ciudad como lugar de la formación de la identidad y de las visiones del mundo compartidas por tantas personas en ese espacio físico que es, a la vez producto y productor. Volkening va y viene de Amberes a Bogotá y de aquí para allá, compara, descubre diferencias, describe los procesos de las urbes y plantea soluciones. Se pregunta qué es una ciudad y qué la hace grande y critica la idea del crecimiento como característica definitoria de grandeza. Explica y demuestra que la ciudad es un producto de la cultura y busca en la literatura las narraciones de las pulsaciones íntimas, de los pálpitos vitales de cada rincón y cada vida.

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Enseña que en la ecología cultural están las claves para entender las complejas redes de interacciones de los ecosistemas urbanos, en los que la historia de los procesos humanos añade a las dinámicas naturales su marca característica y sus ritmos particulares. Habla de ecología cultural cuando apenas se dibujaban los primeros trazos de esta disciplina en los ámbitos académicos del norte. Encuentra que las interacciones entre historias y estéticas diversas producen narrativas que se concretan en relatos, en novelas, en ensayos de reflexión y crítica pero, ante todo, en maneras de vivir y de pensar que forman el carácter de una sociedad.

Reconoce la importancia del urbanismo y la arquitectura en la creación de relaciones profundas entre el espacio y la psique, al punto de propugnar por una nueva estética de lo urbano, por una manera de equilibrar la historia con la avalancha destructora y demoledora del presente: “la alteración que como consecuencia de saneamientos radicales, demoliciones, remodelaciones torpes u otras intervenciones similares se produzca en un determinado conjunto arquitectónico, puede afectar seriamente a nuestra organización biofísica, e incluso desequilibrarla en la medida en que contribuya a embotar nuestra sensibilidad estética enraizada en estratos profundos del organismo humano”. ¡Qué decir de los proyectos inmobiliarios gigantescos que desconocen todo principio de humanidad y entregan oropeles y muros de colores para engañar a quienes sueñan con un mundo de belleza artificial porque no han podido acceder a otra estética!

Volkening previene sobre lo que ya ocurre en nuestras ciudades de América Latina e invita a crear la “crítica de la arquitectura” que debe cumplir con el papel que le corresponde a la crítica del arte, de la literatura, de la filosofía. Que permita la discusión de las decisiones de transformación urbana. Una propuesta similar a la que formula 40 años más tarde uno de los grandes urbanistas europeos, Bernardo Secchi, cuando propone que el urbanismo y la arquitectura se desembaracen de su endogamia improductiva y abran las puertas a la sociología, a la geografía y la ecología políticas, a la filosofía.

Ernesto Volkening entiende las fuerzas económicas que encuentran en la ciudad una fuente de riqueza y sin detenerse en sus contradicciones y desigualdades invita a buscar “cierto modo de convivencia” entre la nueva y la antigua ciudad, puesto que “las fuerzas dinámicas desencadenadas en el propio seno de una ciudad … no han de pasarse por alto so pena de provocar una reacción violenta, suficiente para romper los diques, de suyo frágiles, que se le opongan”. Una propuesta política inteligente y un llamado a replantear los objetivos de los negocios inmobiliarios hacia la comprensión de la importante tarea de “construir sociedad” que le compete a quienes moldean el espacio. Convivencia es encontrar la forma de vivir con los otros. Es la necesidad que tenemos los humanos de transar para ganar mientras se entrega. Sin ese “cierto modo de convivencia”, que Volkening percibe como fundamental, no hay opción posible de construir sociedad ni de hacer ciudad.

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Para Volkening, en 1975, la expansión urbana es un problema grave. Lo explica en ese año en el que la inercia avasalladora del crecimiento como medida de progreso aún está en su clímax. Las enormes distancias que deben recorrer los habitantes de la periferia de la ciudad para llegar al trabajo y para retornar a sus viviendas en busca de un descanso en la relación amorosa con los hijos, los padres, los hermanos, los vecinos, los amigos, es un precio muy alto que exige este modelo expansivo de ciudad. El regreso es cada vez más tarde y la salida para el trabajo cada vez más temprano, con lo cual la gente no tiene tiempo para el amor, para los suyos, para saberse miembro de una comunidad de la que se desprende por alejamiento. Ernesto Volkening describe “el problema del tránsito” para esa movilización masiva al menos dos veces por día y tiene la suficiente claridad para asegurar que las soluciones presentadas por los urbanistas han fracasado. La apertura de nuevas vías o el ensanche de las existentes, nos dice, no soluciona el problema, pero abre una herida como con un cuchillo en una torta, separando comunidades que no pueden ya verse ni comunicarse ni siquiera por gritos. Se produce una ruptura de la vinculación orgánica entre las partes de la ciudad.

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Ernesto Volkening estuvo cerca de 50 años en Colombia, casi siempre en Bogotá, permitiéndose el oficio de observador de la vida cotidiana mientras vivía, según él mismo, del oficio parecido de traductor. Mantuvo por nueve años un programa de crítica de cine en la Radio Nacional de Colombia; un programa que es una reflexión constante sobre la vida y sus manifestaciones diversas y sobre el arte y la cultura como bases en torno de las cuales se organizan los demás aspectos de la vida social.  Sus ensayos, reunidos en parte y comentados ante todo por Santiago Mutis con tanto detalle varias veces, nos enseñan a buscar una manera de vivir. Ernesto Volkening es un pensador colombiano a quien no podemos olvidar y a quien tenemos que retornar con el alma abierta y mucha gratitud.