El mar, finitud y decrecimiento

03 Septiembre, 2022

Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*

A Hernando Ahumada Viloria, defensor de la vida:

Para ir a Santa Marta desde Barranquilla había que atravesar el río Magdalena en ferry porque no estaba construido aún el puente Pumarejo, a ese planchón de metal le cabían decenas de carros que, en época de vacaciones, hacían una larga fila esperando el turno para estar del otro lado. Si era de día no había mayores inconvenientes, pero en la noche, era un suplicio debido a la cantidad de mosquitos, por eso preferíamos aguantar calor dentro del carro. Sin embargo, qué encanto bajarse del automóvil para hablar con la gente mientras veíamos cómo el ferry avanzaba a través de las aguas del Magdalena, río amado que yo veía pasar desde la alta azotea de mi pequeño colegio.

Después de bajarnos del ferry nos esperaba la carretera que bordea el mar ocultado por los bosques de mangles durante cientos de metros, a veces lo dejaban ver a través de pequeños claros por donde también se escuchaba el sonido de sus olas salvajes hasta que lo veíamos pleno desvanecerse sobre las playas inmensas. Entonces, en el desespero de niños le decíamos a nuestro padre que se desviara hasta allá unos minutos, él, complaciente, doblaba hacia la izquierda deteniéndose justo donde finalizaba la tierra firme. Saltábamos del carro corriendo contra la brisa impetuosa que nos envolvía con su olor a sal hasta que escapábamos de ella al zambullirnos en las blancas olas. Éramos felices.

Llegábamos al Rodadero, el balneario construido en una de las ensenadas más bellas de Latinoamérica con sus arenas blancas y aguas tan cristalinas que se veían nuestros pies siendo mordisqueados por los pececitos anaranjados. Nuestros ojos al finalizar el día quedaban rojísimos pues los abríamos dentro del agua para ver ese mundo debajo del mar o para recoger del fondo la piedra que tirábamos en un eterno juego donde el placer era aguantar la respiración para creernos criaturas submarinas. 

El tiempo pasó, un día me vi parada sobre unas arenas oscuras frente a un mar enrarecido…, no daba crédito a mis ojos, ese había sido mi mar, mi arena, mis pececitos, mi brisa…, y ya no estaban. Me sorprendí de mi misma al llorar por el mar, pensaba que solo se hacía por las personas queridas; años después confirmé mis sentimientos cuando oí decir a los indígenas aruhacos que la naturaleza también es sujeto, ser viviente susceptible de ser amado y llorado.

Pregunté, entonces, qué había sucedido, me dijeron que los daños los había hecho la Drummond, la empresa norteamericana explotadora del carbón en el departamento del Cesar que para sacarlo construyó un puerto privado con carácter de concesión en las aguas del mar cerca de Ciénaga, cerca del Rodadero, cerca de Santa Marta…, en la bahía más hermosa de Latinoamérica. Me mostraron el horizonte a los lejos, donde antes se veía caer el sol estaban los buques esperado ser cargados con el carbón. Aquella brisa de ese litoral inmaculado se fue contaminando con el polvo carbonífero en su cargue y descargue y fue manchando también las arenas, las aguas, los pulmones de los habitantes circunvecinos.  En el 2019 cayeron quinientas toneladas de carbón en el mar trasparente de mi infancia, en el hábitat de los pescaditos anaranjados, de las medusas cristalinas, en el lecho marino que recibía nuestras piedrecitas. Nunca jamás ese litoral volverá a ser azul, desapareció para siempre.

Y para siempre también desapareció el paisaje, los suelos, los animalitos, el pasado vivido de los habitantes alrededor de la represa Hidroituango en Antioquia. Los arboles inmensos cobijando las plántulas en el Amazonas deforestado. La montaña en Cerro Matoso, en Córdoba y también desaparecerán los frailejones, el musgo, los helechos si llegan las empresas mineras al Páramo de Santurbán que acabarían con el nacimiento milagroso del agua.

La humanidad ¨moderna¨ aquella que ha creído que progreso es tener dinero, artilugios tecnológicos, decenas de prendas de vestir ignora tanto que el SER necesita de su espacio, de su territorio para vivir tal y como necesita un cuerpo. Cuando nos quitan un territorio nos quitan una parte del SER, un ojo, un brazo, una pierna. Una comunidad sin su espacio es una persona cercenada en su cuerpo. Somos seres que brotamos de la tierra. Nuestro origen parte de una semilla arraigada en la tierra de nuestra madre por eso, en lo profundo de nuestro ADN somos susceptibles de padecer desarraigo físico y emocional. Pero la economía capitalista basada en la infinitud de los números no acepta la finitud de la tierra ni la del mar ni mucho menos comprende la noción de desarraigo, ni que su razonamiento es un razonamiento irracional; no todo pensamiento producto de la razón es racional.

El mejor uso que el humano puede hacer de la razón es pensar críticamente sobre su capacidad de pensar. Preguntarse, esto que estoy pensando, ¿es lógico? No obstante, ¿cuál es la última instancia que puede ayudarnos a salir de la duda acerca de nuestro razonar aparentemente lógico?  La última instancia es la vida, nos dice Enrique Dussel, el más grande sabio de nuestro mundo contemporáneo. Ante un veneno y un vaso de agua, ¿qué elegimos lógicamente? El agua, porque el agua es vida; el veneno es muerte. Pero, la complejidad en la que se ha sumido el mundo ¨moderno¨ con su perversidad económica ofrece la muerte despreciando la vida. Así, venden comidas dañinas, retuercen los ríos, esparcen insecticidas, acaban los bosques y llenan el mar con toneladas de carbón.   

Entonces, cuando se les dice que crecer, en la línea de pensamiento de lo que para ellos significa crecer –monetariamente-  no es crecer, sino suicidarse y que por lo tanto hay que decrecer, se burlan y sienten que se les ha ofendido su capacidad de pensar sin caer en la cuenta que su razonamiento es irracional frente a la lógica del sostenimiento de la vida. El mundo contemporáneo engreído al creerse capaz de desprenderse de la idea de que Dios existe pensando que es un mito a superar no se ha dado cuenta que cree ciegamente en otro mito, pero, mortal: el mito del desarrollo. Y, obnubilado por ese mito no ve la realidad sobre la finitud del mar, que cuando esté tan acabado nunca jamás las lágrimas de toda la humanidad podrán regresarlo a la vida y con la muerte del mar moriremos todos.  

 

* Magíster en Filosofía - Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.