En las salas – estupendas- de la Cinemateca Distrital se presenta la retrospectiva de la realizadora colombo brasileña Paula Gaitán (la programación va hasta el 16 de agosto). Diez largometrajes, tres cortos y la videoinstalación “Dos orillas”, en sala expandida.
Uno de los cortometrajes “ Lluvia en el jardín” ( 29 min), es la entrevista que obtuvo la realizadora con Agnes Vardá, en su casa de Paris, en 2014, pocos años antes del fallecimiento de la gran artista francesa, pionera de las mujeres directoras de cine, figura preponderante de la “ Nouvelle vague”, autora del clásico de los sesenta “Cleo de 5 a 7”.
Otro de los cortos ( 25 min), “Memory of Memory”, rescata el álbum fílmico de los primeros años de la autora, recobrado a través de filmaciones familiares en Super-8, fotos del ayer borroso, fragmentos de figuras que asoman por las rendijas del tiempo; en fugaz aparición se ve a los padres de la realizadora, el poeta Jorge Gaitán Durán y Dina Moscovici, en plena juventud resplandeciente; en la habitación donde se está haciendo “la proyección dentro la proyección” que es “Memory…”, se oyen voces, bromas, risas en off, de la autora y sus hijos - notables artistas también-, espectadores activos en la realización del corto mencionado. De la penumbra interior la cámara sale al exterior, al paisaje pétreo, salpicado de nieve prehistórica, geología milenaria vista desde las nubes, a través de los ojos de un ángel – la cámara aérea-.
Dos de los largometrajes de la exhibición son protagonizados por artistas legendarias del cine y la canción brasileña: María Gladiz, en “Vida”, Marcélia Cartaxo, en “Agreste”, más el video clip de la famosa cantante de bossa nova y samba Elza Soares ( esposa que fuera de Garrincha).
Las películas de Paula Gaitán no se pueden “contar”; al menos no a la manera convencional de las producciones que basan la expectativa principal en el final, cuando el conflicto se resuelve y aparece la palabra fin. En las películas de Gaitán no hay “fin”; o tal vez se dan varios, o ninguno, o el fin está al comienzo, cuando la película regresa a la imagen inicial, donde la luz se reparte en trozos del hielo roto en la superficie congelada del rio, bajo el puente de Brooklyn, como sucede en “Luz nos Trópicos.”
Esta película, presentada en el 2020 Festival de Berlín, tiene 255 min. de duración y la atención del espectador no decae nunca. “Una película, un monumento,” se lee en la reseña de la Cinemateca. El suceso principal del film es el film mismo, en toda la duración de su existencia visual. Hay variedad de sucesos, cotidianos, nimios, misteriosos, intensos, el suspenso de la cámara que horada los resquicios de lo extraño; durante cuatro horas y quince minutos de proyección, el
espectador asiste a la experiencia cinematográfica, total y única, como si el film se construyera frente a sus ojos. La belleza de los planos, el ritmo natural del fluir misterioso, el sonido, la música, ruidos, textos, complementan con precisión el resultado de impecable maestría.
Es un nuevo cine; el desarrollo argumental, literario, ha sido descartado. No hay un guion previo, fijo, como en la puesta en escena eisensteniana. La estructura general se articula en el proceso de la filmación y termina con los ajustes del montaje. --En “Agreste”, por ejemplo - dice la realizadora- “ la actriz improvisa y a partir de una pauta simple ella se adentra en el performance”.
En “Luz nos Trópicos” el tiempo dura lo que dura en la vida; la acción transcurre sin trucos ni cortes notorios, de la llamada gramática del cine; hay secuencias largas, que resbalan con el ritmo sensual de las escenas; al principio y en la coda se advierte una cámara manual que, a modo de paréntesis, parece introducir la idea del documental, técnica que al film no le es del todo ajena; lo demás es la luz, la primera naturaleza del mundo (selva, cielos, ríos), que cumplen papel protagónico. (Al terminar hay el despliegue de un magnífico travelling, Nueva York nocturno, de bella y larga duración, pleno de significados).
“Nuestras películas - dijo la directora en conversación con el público-deben ocuparse de la forma, deben innovar; la forma es lo único que permite trascender el contenido y no quedarse en la visión limitada de la realidad que los europeos demandan siempre del cine latinoamericano.
Los filmes de Paula Gaitán transcurren en el tiempo del poema; no hay, pues, conjugación narrativa, pero allí están todos los tiempos: la antigüedad, la modernidad, el mito, la eternidad, el instante, la frágil insistencia, el transcurrir, la repetición inquietante, la actuación de la música, instrumental, vocal, electrónica, en síntesis la alquimia del tiempo transmutado en cine y poesía. No sobra decir que la evolución formal de este lenguaje no excluye la emoción de la aventura, el antiguo gusto de la ficción por la perpetua peripecia humana. Una creación de lucidez que encandila.