Diomedes Díaz y el crimen que no conmovió a un país

13 Abril, 2022
  • El primer documental de Netflix en Colombia escarba en la figura de El Cacique de la Junta y su vinculación con la muerte de Doris Adriana Niño en 1997. Con testimonios y un abundante material de archivo, revive el caso y los altibajos del cantante de vallenato más popular del país.


Por KIRVIN LARIOS

No habíamos visto una reconstrucción tan exhaustiva como la que hace el documental ‘Diomedes Díaz: el ídolo, el misterio y la tragedia’ sobre el asesinato de Doris Adriana Niño por el que pasó tres años en prisión el cantante de vallenato más importante de Colombia. La forma de abordar este caso judicial, en el que no se centra la producción pero sí cabalga su intriga, le confiere mayor novedad y profundidad al primer documental de Netflix en el país, en una época en la que se espera que entidades del Estado entreguen informes y testimonios que ayuden a esclarecer la violencia durante el conflicto armado.

Como uno de esos informes o testimonios parciales, el documental quizá es visto con la ilusión, siempre postergada o manipulada en un país como Colombia, de determinar lo que pasó. Una frase del fiscal general de la nación en los noventa, recogida en las entrevistas exclusivas y no en el material de archivo, sintetiza el clima de aquellos días, cuando Doris Adriana Niño había sido encontrada muerta y con señales de tortura el 15 mayo de 1997 a las afueras de Tunja: “No era popular condenar a Diomedes”. Por el contrario, sí lo era, y mucho, aunque no bien aceptado por sus miles de seguidores.

Diomedes Díaz Maestre, apodado El Cacique de la Junta por el cantante Rafael Orozco, nació en 1957 en San Juan del Cesar. De familia campesina, aprendió el gusto musical de su tío materno, el compositor y acordeonero Martín Maestre; y de los grupos musicales que escuchaba en su tierra, donde era conocido como buen verseador, aunque en principio su voz no convenciera a muchos. Las declaraciones del documental lo perfilan en un primer momento como un hombre carismático, generoso con sus paisanos y desinteresado del dinero, a quien sólo mueve el deseo de componer, cantar en una tarima y complacer a su creciente “fanaticada”, incluyendo a las mujeres con las que tiene sexo después de las parrandas y que fueron o son madre de sus numerosos hijos.

Un gran acierto del documental, de su narración impecable, es que imbrica la trayectoria musical del cantante con su desenfreno diario, su intensidad creativa, su sentido del humor, su drogadicción, la explotación de su imagen, en un proceso en el que progresivamente se compone y descompone ante el público, que observa cómo en lo alto de su carrera es acusado de un crimen que involucra a su esposa, hoy viuda del cantante, y sus escoltas. A la vez, acude con pertinencia al material musical y de video, haciéndolo resonar con los hechos. De esta manera se aleja del debate falso o inconsciente según el cual el artista va por un lado y el ser humano por el otro: “Son uno y el mismo”, nos dice el documental. En consecuencia, cada material se presenta con cercanía y distanciamiento, sin titubeos para acercarse o alejarse de los distintos focos que conforman la existencia múltiple de una persona, sobre todo si se trata de un famoso tan amado y odiado en su tierra.

En el documental intervienen dos de los escoltas, uno de los cuales arrojó en una trocha el cuerpo de Doris; la viuda, Consuelo Martínez, que peleó con la víctima antes de su asesinato; Rodrigo Niño, el hermano que desde siempre ha buscado esclarecer el crimen; Rafael Santos, uno de los hijos de Diomedes; el cantante y compositor Jorge Oñate, que falleció poco después de esa entrevista; el expresidente Ernesto Samper, que ilustra la tendencia colombiana de utilizar el folclor para hacer campaña política, y muchos más: mánagers, amigos, historiadores, miembros de sus conjuntos, abogados de ambos bandos y periodistas.

La polifonía que trazan estas voces, aunque en ocasiones propendan a la confusión con sus cargas de demagogia, machismo, revictimización y silencios pactados, construyen una narrativa en la que volver a ver lo ya visto o repetir lo ya dicho pero con un orden o estructura propia, interpelan tanto como asistir a un nuevo giro —o juicio— de un caso que pareciera incompleto para todo un país. Tal vez esa incompletud —el caso siempre abierto al margen de lo que dicten las sentencias— sea el escenario ideal para que florezcan desde complicidades criminales hasta ideas de conspiración contra un ídolo popular.

A raíz de un documental y una serie sobre el caso de O.J. Simpson, el deportista absuelto en un juicio mediático en Estados Unidos por el asesinato de su ex esposa en 1994, la escritora Carolina Sanín se preguntaba si ese país intentaba volver a dicha historia y leer aspectos de ella como “componentes de un trauma nacional”. Algo parecido ocurre con el caso de Diomedes Díaz, de quien cantamos las canciones al tiempo que nos señalan que fue un criminal drogadicto. Sin duda, ese trauma está por resolverse (o crecer), en tanto que la muerte de Doris Adriana Niño, distorsionada durante 25 años por la mirada sensacionalista y misógina de la prensa nacional, empieza a cobrar otro sentido para el país.

 

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