Diego Armando Kafka

02 Diciembre, 2020

Por ADRIANA ARJONA

Nunca se supo, pero esto fue lo que en realidad sucedió. Unos meses antes de su muerte, Maradona fue convocado para ser el director técnico de un equipo colombiano. Le ayudaron a hacer todos los papeles para la visa de trabajo, que no son pocos y, como es evidente, lo afiliaron a EPS, pensiones, ARL grado 5 y caja de compensación. Lograron inscribirlo en todo lo que la ley exige, a pesar de que el doctor que le hizo el examen médico ocupacional puso mucho pereque. Pero, bueno, se logró.

Ya estaba todo listo, habían empezado los entrenamientos a puerta cerrada, y un buen día llamaron al Diego para ser la imagen de la campaña #QuédateEnCasaDePorDios. Pensó que en medio de la pandemia no le caerían mal unos pesos extra y dijo sin mucho problema que sí.

Como los recursos de la campaña eran por una parte del Estado y por otra parte de cooperación internacional, decidieron que se haría contratación directa pero, impajaritablemente, el proceso debía firmarse a través de la página de Colombia Compra Eficiente. Así que fue necesario que el Diego hiciera su inscripción como proveedor en SECOP, armara su hoja de vida como contratista en el SIGEP, y diligenciara todos los documentos para la correspondiente firma del contrato. Le mandaron un listado bastante extenso, que lo tomó por sorpresa. “¿Todo esto para ese laburo?”, pensó. Y después se dijo: “Ma, sí, ¿qué se le va a hacer?”, y con lista en mano empezó a conseguir uno a uno los certificados que solicitaron.

El Certificado Judicial lo hizo penar, como cuando se tiró ese penal contra Yugoslavia en el mundial del 90. La página de la Policía Nacional a veces se demora en cargar la información y el Diego llegó a pensar: “la puta que lo parió, ¿será que aquí está registrado todo lo que me he esnifado?”. Los minutos parecieron horas. ¡Siglos! El corazón le empezó a palpitar como un caballo desbocado, y la camperita (así le dicen los argentinos a las chaquetas) que usaba por esos días se empapó en sudor. Pero el sufrimiento fue en vano. El certificado generado salió limpio. Todo bien. Pasó lo mismo con el certificado de Antecedentes Disciplinarios, con el de Responsables Fiscales, con el de Multas del Código Cívico. Ningún problema. Pero todavía le faltaba sacar el Certificado de Afiliación a la EPS.

El Diego asumió que sería un trámite muy fácil de hacer por internet. Así que entró a la página de su EPS y, al meter sus datos personales, apareció un mensaje que decía que le llegaría un código de verificación a su celular. Pero Maradona se percató de que el número que aparecía en pantalla no era el de él. Así que, por supuesto, nunca recibió el código. Evidentemente, tenía que hacer una actualización de datos si quería sacar el certificado.

La gente de contratación lo presionaba: “Dieguito, perdona por fregarte tanto la vida, pero necesitamos todos los documentos para poder subir el contrato a la plataforma hoy mismo”. El Diego, muy preocupado, siguió llamando a la línea de servicio al cliente de su EPS. Estuvo más de dos horas pegado al teléfono y ya estaba podrido de oír la grabación de esa pelotuda (lo de pelotuda lo pensó el Diego para sus adentros) que agradece por inspirarlos a ser mejores cada día y no se que más boludeces (lo de boludeces también fue el Diego el que lo pensó). Conclusión: nunca habló con un ser humano porque “en este momento todos nuestros agentes se encuentran ocupados”. Y de nuevo la grabación de la pelotuda diciendo boludeces: “Gracias por inspirarnos a ser mejores cada día. Su llamada es muy importante para nosotros, manténgase en la línea y en breve bla, bla, bla”.

“Qué hinchabolas”, pensó el Diego y decidió ir personalmente a su EPS. Como se estaba quedando en un Air B&B por Chapinero Alto, buscó en internet y le salió una dirección por ahí cerquita. Cuando llegó, el celador asomó la cabeza -se le venían unos ojos diminutos, por allá enterrados, entre la cachucha y el tapabocas- y le dijo:

–No, señor, aquí solo se atienden consultas. Le toca ir a la sede de Pasadena o a la avenida las Américas.

–Mirá, pibe, no soy de aquí. No sé dónde quedan. ¿Podés hacerme la gauchada y darme la dirección exacta?

–Sí, señor, con gusto. Una queda re-lejos y la otra también –y le cerró la puerta en las narices, como los japoneses.

El pobre Diego, jadeando ya por su condición cardíaca sumada al uso del tapabocas, paró un taxi (no lo cogió porque los argentinos solo cogen con personas) y le pidió ir a la sede de su EPS en las Américas. Le sonó bonito el nombre: Las Américas. Resultó ser una zona bien fea, caótica, repleta de almacenes de descuentos, saldos, ventas al por mayor y al detal. Lleve ya sus regalos de Navidad. ¡Aproveche!

El taxista se detuvo en el carril de la derecha, o sea, frente a RCN, y dijo:

–Lo dejo aquí porque del otro lado está muy trancado. Sumercé cruza el peatonal y listo.

–Pero, pibe, necesito llegar allá y no me siento bien –imploró el Diego, ahogado –, dale, lleváme.

–No, es que ya me toca entregar el carro y yo voy para el otro lado.

Maradona se bajó del taxi y observó el puente peatonal, que parecía una peregrinación a La Meca: un camino largo, intrincado y repleto de gente. Dedicó el sacrificio a sus fans de Nápoles. Al llegar a la EPS tuvo que hacer una larga fila en la que nadie guardaba el distanciamiento social y todos se bajaban los tapabocas para comer las empanadas que habían comprado en el carrito ambulante de la entrada. Cuando llegó su turno, el celador le dijo que no era ahí, que saliera y diera la vuelta por el lado de urgencias.

El Diego, muy agitado ya, llegó a la entrada de urgencias y le preguntó a la señorita que hace el Triage dónde quedaba lo de los certificados de afiliación. Al verlo como estaba, cualquiera lo hubiera internado en ese mismo segundo. Pero ella, sin quitar los ojos de su celular, le dijo: “Allá, al frente”.

Maradona cruzó la calle con un esfuerzo sobrehumano, hizo de nuevo la fila, sin distanciamiento social, el tapabocas de bufanda, la gente comiendo empanada o chorizo en pincho. Cuando llegó su turno, la señorita XXL, empacada al vacío en su uniforme XXS, con el que se sentía divinísima, le preguntó:

–¿El señor a qué vuelta viene?

–Vengo a sacar un Certificado de Afiliación –dijo el Diego con la voz entrecortada, como si acabara de hacerle el gol a los ingleses.

–Eso le toca por internet.

–Nena –le dijo jadeando, ya casi sin pulso–. Lo intenté, pero me mandan un código de verificación a un número celular que no es el mío. ¡Ayudáme, favor!

–Anóteme sus datos en un papel: nombre, cédula y número de celular.

–No tengo papel –dijo el Diego.

–Pues nosotros tampoco por protocolo de bioseguridad –dijo y llamó al siguiente en la fila.

El Diego estaba a punto de caer de rodillas, desesperado, cuando un alma de Dios le regaló un pedazo de servilleta chorreada con la grasa del pincho de chorizo, y le prestó un boli (los argentinos no entienden la palabra esfero). Maradona anotó sus datos y tuvo que hacer nuevamente la fila, sin distanciamiento, empanada, chorizo, arepa rellena con carne de dudosa procedencia.

La señorita XXL-XXS recibió el trozo de servilleta con los datos y dijo:

–Señor Tarazona, le hizo falta poner su email.

–Es Maradona, no Tarazona. Y vos no me dijiste que pusiera el mail.

–Complete los datos y yo le hago el favor de pasarle el papel a mi compañera de adentro –. Cabe anotar que todo esto sucedía no al interior de la EPS sino afuera, en el andén.

–Vos no me estás haciendo ningún favor, estás haciendo tu trabajo, boluda –dijo el Diego indignado.

–Pues yo le iba a hacer el favor, pero ya no. Respete para que lo respeten, señor Tarragona.

–Es Maradona, pelotuda, Maradona. ¿En serio vos no sabés quién soy yo?

–¡No, mijitico, aquí no me venga con eso de que no sé quién es usted!

El celador de la EPS se acercó a defender a la doncella XXL-XXS, que parecía estar en grave peligro por el sudor que emanaba de la frente del Diego. Podría salpicarla, contagiarla de algo, Dios no lo quiera, de Covid, o de adicción a la cocaína, hasta podría dejarla embarazada si se descuidaba.

–Respete para que lo respeten –repitió la señorita XXL-XXS, con los botones de la apretada chaqueta a punto de salir disparados como un misil gringo a un barrio de gente pobre en un país de Oriente Medio.

Volvió Maradona, casi reptando, al Air B&B de Chapinero Alto. Su condición física notablemente deteriorada, y un nuevo tic nervioso en el ojo derecho. Sentía el peso de la derrota en la espalda. Recordó al Señor K, que intentaba defenderse en El Proceso de una acusación que jamás llegaron a aclararle y de la que, por supuesto, resultó siendo culpable.

Maradona quiso darle una última oportunidad a la línea de atención al cliente de su EPS para actualizar sus datos y poder recibir el código en el celular. Allí, la grabación le indicaba poner su número de documento, que era -por decir algo- 12345 y la tecla # al final, como en todas partes. La voz del sistema le respondió: “su número de documento es 1122334455. Si es correcto marque 1, si es incorrecto marque 2”. El Diego marcó el 2, obvio, incorrecto. Digitó una vez más su número de documento: 12345#. La grabación: “1122334455”. Y así, mil veces más. “1122334455”. “1122334455”. “1122334455”.

“La reconcha de la reputa lora, me cago en todos, me cago en el contrato, me cago en la EPS, me cago en la campaña #QuédateEnCasaDePorDios”. Estaba gritando esto, enajenado, cuando le entró un mail en el que le informaban que ya no sería el protagonista de la campaña porque alguien había hecho viral en las redes un video de él frente a la EPS de las Américas, preguntándole a la señorita XXL-XXS: “¿En serio vos no sabés quién soy yo?”. Además, le decían en la dignísima carta, “alguien que no se queda en casa no puede ser la cara de #QuédateEnCasaDePorDios. Y, como si el degradante video viral fuera poco, nos han hecho llegar una foto en la que aparece usted abrazando de manera afectuosa al candidato castrochavista Gustavo Petro”.

Fue en ese instante cuando Maradona colapsó: cuando se vio en medio de esa melcocha densa, espesa y grumosa que es la burocracia, el SECOP, el SIGEP, la compra eficiente, los certificados laborales, las EPS, los videos virales. O sea, la vida real, que parece tener aún menos sentido sin el 10. Lo demás es historia.