De la elegancia al ridículo

28 Septiembre, 2023

Por ADRIANA ARJONA

 Algunos nos cortamos el pelo; otros se cortan el cabello. Todo bien. Pelo y/o cabello han dado para que alguien, en realidad ingenioso, aparezca con la palabra “peinabilidad” y la ponga sin ninguna vergüenza dentro de los beneficios de ciertas marcas capilares. En definitiva, un capo que entendió que las palabras están para inventarlas.

Algunos nos ponemos la chaqueta; otros se la colocan. Me produce algo de fastidio eso de colocarse la chaqueta, pero como siempre he dicho: mejor colocarse la chaqueta que colocarse bravo o celoso. Eso sí, hay que evitarlo a toda costa.

A algunos nos rasca la nariz; a muchos otros, las narices. Qué importa, cuando pica, pica. Y vaya bendición que es poder restregarse con la mano, el brazo, la manga, con lo que sea.

Somos varios los que calmamos el dolor de cabeza con una pastilla, mientras que hay quienes se toman una pasta. Para mí, la pasta es la pasta y me parece más rica con parmesano, pero sé de muchos que comen pastas. ¿Será porque son unas tiritas de masa y piensan que, al ser tantas, es incorrecto nombrarlas en singular? Ni idea. Que se coman sus pastas en paz.

En mi casa, me enseñaron a lavarme los dientes; en otras casas, se cepillan la boca. Incomprensible. Ni aunque el mismísimo Einstein en persona bajara a explicármelo junto con la teoría de la relatividad lo entendería. Pero, ¿qué le vamos a hacer? Lo fundamental es no tener caries.

Yo prendo la luz; el papá de mi amiga encendía el foco. Él mismo comía con el trinche; su hija y yo, con el tenedor.

Hay formas de hablar. Formas que nos enseñan desde la casa, se refuerzan en el colegio o desaparecen tras la universidad. Dependiendo de la ciudad o país de donde somos, el español se habla de manera diferente: aquí los niños secan un papayo; en Argentina, hinchan las pelotas. En Colombia nos emberracamos, en Venezuela se ponen arrechos. Para nosotros, arrecho es lo que en España es cachondo. Y así. Interminable. Se puede uno quedar la vida entera oyendo los modos diversos de referirse a lo mismo. Cuesta creer que guardar los sándwiches en el baúl del carro sea lo mismo que poner las tortas en la cajuela del coche. Pero, ajá, es igual. Ideal no olvidarse de que ahí quedaron y después empiece a oler a mico. O a chuquia.

Nunca me canso de oír a la gente ni de leer las maneras desiguales que tenemos para expresarnos. Pero lo que vi el otro día es una verdadera deformación del idioma español, con la pretendida intención de parecer más educados y elegantes: iba en un trancón por la avenida circunvalar a la altura del barrio Rosales. El tráfico era tan absurdo que en un momento quedamos detenidos por más de diez minutos frente a un moderno edificio, decorado en la parte de adelante con una jardinera repleta de enredaderas extraordinariamente bien cuidadas y otras plantas frondosas que cubren parte de la fachada. Incrustado entre las piedrecillas del diseñado jardín vi un letrero que reza:

NO PERMITA QUE SU MASCOTA REALICE SUS NECESIDADES EN ESTE SITIO

 

Un querido amigo que ya no está con nosotros hubiera dicho “me oriné”. Nunca supe de persona o animal que “realizara” sus necesidades. Hasta donde yo sabía, los perros –al igual que cualquier otro mamífero– defecan, hacen popó, o como dicen algunos “hacen del cuerpo” (esta última es brutal). Supongo que siendo de ese barrio tan distinguido, los canes son más sofisticados y por eso “realizan” sus heces fecales.

Empecé a imaginar a la persona que redactó esa frase: no permita que su mascota realice sus necesidades en este sitio. ¿O acaso fue producto de una votación durante una Asamblea de Propietarios? Pagaría por leer el acta en la que quedó aprobado el aviso. En realidad, son dos avisos. Iguales. Dicen lo mismo. Los “realizaron” con la misma leyenda.

Creo que las personas responsables del letrerito son familiares de quienes en este país se dedican a rebautizar las cosas, tal vez porque les da mucho temor llamarlas por su nombre. Recordemos cuando en Colombia se empezó a hablar de “retenciones ilegales” en lugar de secuestros (en la JEP aún se usa aquel exabrupto de las “retenciones”). Llevamos años hablando de “falsos positivos” en vez de decir, una y otra vez sin cansarnos, asesinato sistemático de civiles. Un ex ministro de defensa, ahora candidato a la Alcaldía de Bogotá, se atrevió a decir tras un bombardeo que los niños asesinados en aquel campamento de las FARC-EP no eran víctimas sino máquinas de guerra. Y así. Interminables serían también los ejemplos de maneras disfrazadas, pretendidamente finas y hasta irresponsables para referirnos a los horrores por los que hemos atravesado y persisten.

Las formas de hablar dicen mucho de lo que somos. En la manera que nos expresamos está contenida, también, nuestra cultura y nuestra idiosincrasia. La forma en la que decidimos nombrar las cosas puede transformar la realidad de otros, para bien o para mal. A través de las palabras entendemos el mundo. También a nosotros mismos. Y son las palabras las que, en últimas, definen la manera en que nos relacionamos con los demás.

Las palabras nos dan la oportunidad de ser acertivos y justos. Divertidos y gráficos. Profundos y ocurrentes. Aprovechemos esa maravilla en lugar de creer que seremos más elegantes al decir que a alguien lo 'retuvieron de manera ilegal' o que las necesidades fisiológicas se 'realizan'.

Borges dijo alguna vez: “Con el transcurso del tiempo, uno siente que sus ideas, buenas o malas, deben ser expresadas sencillamente, porque si uno tiene una idea debe procurar que esa idea, o ese sentimiento, o ese estado de ánimo, sea inteligible”.

No deformemos la realidad. A las cosas por su nombre. Desde lo más básico, hasta lo más complicado. 'Al pan, pan, y al vino, vino', dicen por ahí. Llamemos masacres a las masacres, secuestros a los secuestros, víctimas a las víctimas, y mierda a la mierda. Porque los perros no 'realizan' sus necesidades. Los perros cagan. Y algunos amos son la cagada, y no recogen.