Durante una recepción del cuerpo diplomático en Berlín en febrero de 1939, Adolf Hitler saluda a Ernesto Caro, encargado de negocios de Colombia ante el gobierno alemán, y al también diplomático colombiano Joaquín Quijano. Debido a un incidente ocurrido tres meses antes, Colombia no tenía embajador ante el gobierno alemán.
El gobierno, con el fin de evitar que el país se viera “inundado de esas gentes que forman una minoría inconveniente para la nacionalidad y un estorbo para su desarrollo económico”, expidió a finales de septiembre de 1938 un decreto para regular el ingreso de extranjeros. Entre otras limitaciones, este decreto prohibía a los cónsules otorgar visas a personas que hubieran perdido su nacionalidad de origen. Según López de Mesa, en las repúblicas americanas había “muchos elementos indeseables, en gran parte judíos”, que se habían nacionalizado en esos países, cambiando su nacionalidad de origen, generalmente europea. “Así, pues, contenemos el sinnúmero de polacos, rumanos, etc., nacionalizados en Estados Unidos, Bolivia y el Perú, que de otra manera vendría a aumentar el gremio de comerciantes e industriales menores de ninguna utilidad económica para la Nación”. También prohibía el decreto otorgar visas a quienes sufrieran alguna limitación en el ejercicio de sus derechos civiles y políticos. Era el caso de los judíos, a quienes el gobierno alemán expedía un pasaporte que solo les permitía salir del país, pero no regresar a él. Los cónsules colombianos no podían estampar visas en tales pasaportes, pues se trataba de documentos expedidos a personas que habían sufrido el recorte de un derecho civil. Y, para no dejar ningún resquicio, también quedó prohibido expedir visas a quienes carecieran de nacionalidad, por ejemplo, a los judíos que abandonaban Alemania con el ánimo de radicarse en el exterior. Ellos perdían la nacionalidad alemana y adquirían la condición de apátridas. Para dejar de serlo, solicitaban la nacionalidad del país a donde emigraban, pero si ese país era Colombia, el decreto de López de Mesa les cerraba las puertas.
No obstante, las severas precauciones del canciller para impedir la entrada de las víctimas del Reich a Colombia se quedaron cortas ante el cerco inhumano del Führer contra los judíos. El 26 de noviembre de 1941, por decreto, Alemania privó de la nacionalidad germana a los judíos residenciados en el exterior y a los que emigraran de Alemania. La posibilidad de tener que conceder la nacionalidad colombiana a los judíos residentes en el país que habían perdido la ciudadanía alemana en virtud del decreto le quitaba el sueño a López de Mesa. Por esa razón, el Canciller hizo saber al ministro alemán en Bogotá que Colombia no aceptaba el decreto del Reich.
Ni judíos pobres.
El criterio antisemita del gobierno de Santos se inauguró desde su posesión. En 1938, el Decreto 2383 había rebajado los depósitos inmigratorios “para las nacionalidades deseables” que ciertamente no era la de los judíos, quienes, según López de Mesa, tenían una “orientación parasitaria de la vida”. Ante la solicitud de la Unión Panamericana, antecesora de la OEA, para que Colombia permitiera la entrada de refugiados extranjeros de todas las nacionalidades, López de Mesa respondió que lo permitiría solamente si se trataba de “inmigrantes de buena índole racial y moral”. Sin embargo, las prohibiciones del ministro, en lugar de aislar a Colombia eficazmente contra la inmigración judía, produjeron el efecto contrario: con ellas floreció el tráfico de visas vendidas al mejor postor.
Hans Ungar, judío de nacionalidad austríaca que llegó a Colombia en 1938, sufrió las consecuencias de la restricción a los inmigrantes:
Mis padres murieron en campos de concentración alemanes porque no pude conseguirles una visa colombiana. Me ofrecieron visas en venta pero costaban el equivalente de medio millón de pesos de hoy y yo no pude conseguirlos [...]. El resultado de la especulación con las visas fue que las compraron quienes tenían dinero, y esos eran los agiotistas que tanto temía López de Mesa. En general, los rechazados eran inmigrantes judíos absolutamente calificados: hombres de ciencia, profesionales. Indudablemente los argumentos de López de Mesa eran típicamente nazis.
Recordó el señor Ungar, fundador de la conocida Librería Central de Bogotá.
El propio López de Mesa se lamentaba del torrente de abogados contratados como intermediarios para gestionar las visas de los inmigrantes, y llegó a decir que en “ocasiones se descubrió que tantas lágrimas eran remuneradas”. La efectividad del Decreto 1723 del 23 de septiembre de 1938 sobre ingreso de extranjeros puede medirse por las siguientes cifras: en los cuatro meses anteriores a la prohibición, los consulados colombianos en Alemania y en diez países europeos más, concedieron 1190 visas. Por lo menos la mitad correspondía a extranjeros que no habrían tenido derecho a ellas si se les hubiera aplicado el decreto que comenzó a regir el 5 de octubre. Por contraste, en noviembre, un mes después de entrada en vigencia la disposición, el consulado de Berlín a duras penas expidió 6 visas.
La necesidad de sobrevivir a las restricciones del Ministerio dio lugar a ciertas argucias, como el cambio de nombre. Se dijo, por ejemplo, que judíos de apellido Wolf lo tradujeron a Lobo, su equivalente en español. Así lo registraban las notarías para luego pedir la revalidación de los pasaportes bajo el nuevo nombre cristiano.
Pero el ministro López de Mesa no detentó el monopolio de las sospechas contra los refugiados judíos, pues en el empeño lo acompañaban otros funcionarios de la Cancillería. Santiago López, encargado de negocios en Berlín en 1941, llegó a sugerir que algunos judíos, a cambio de la licencia para salir de Alemania, cumplían misiones secretas en el exterior a favor del Reich, bajo órdenes de las organizaciones pro-germanas existentes en el extranjero. El mismo funcionario proponía vigilar no sólo a estos presuntos agentes nazis, sino también a los judíos anti-alemanes porque estos, en su opinión, se encargaban de alimentar la agitación interna contra la colonia alemana residente en el país.
Y si en Berlín llovía, en Medellín relampagueaba. O, por lo menos, el cónsul norteamericano Carlos C. Hall echaba chispas a causa del despliegue del semanario El Obrero Católico que, en primera plana y con nítida fotografía, afirmaba que Roosevelt era judío y masón. Fundado 15 años atrás, El Obrero Católico era el órgano oficial de la Acción Católica de la Arquidiócesis de Medellín, con una circulación de 19.000 números e impreso en La Defensa, editorial de propiedad de la Iglesia. Los avisos de la General Electric que aparecían en el semanario, aumentaron la irritación del cónsul.
Colombia también fue escenario de manifestaciones antisemitas de origen privado. El Movimiento Nacionalista Revolucionario dejó caer sus hojas volantes en las calles de Bucaramanga contra la “ola de judíos, polacos, rumanos, verdaderos vampiros que se chupan la sangre del pueblo bumangués”. Los ataques se debían a las actividades comerciales de los emigrantes, que eran acusados de vender a plazo con grandes recargos, de no comprar mercancías a los colombianos y de perjudicar a los comerciantes locales. Era tan clara la simpatía del Movimiento Nacionalista Revolucionario por la causa alemana que su arenga remataba con la consigna de “¡Colombianos! no olvidéis que fue Alemania el último país libre que reconoció a Panamá como República independiente”.
La Unión Nacional Patriótica, también conocida como la Unión Nazista Panamericana, con sede en Barranquilla, propagaba el antisemitismo entre sus principios básicos y tildaba de falsas las noticias periodísticas y programas radiales antinazis refiriéndose a ellos como mentiras del judaísmo internacional.
Los inmigrantes que lograban penetrar la barrera de dificultades oficiales no siempre encontraban el camino despejado. Algunas veces, eran víctimas de las sospechas que desde Berlín propagaba Santiago López.
Merry Rosenberg-Versteeg, una de ellas, decidió contarle su triste historia a la socióloga y filántropa Eleanor Roosevelt, esposa del Presidente norteamericano:
Querida señora:
La situación desesperada en que nos encontramos no tiene justificación, pero me da el valor para escribirle. Estoy casada con un judío alemán y en 1933, cuando Hitler llegó al poder, tuvimos que salir de Alemania y refugiarnos en Holanda, mi patria. Allá mi esposo consiguió trabajo, pero dos años después fue despedido por ser extranjero. Así que emigramos a Colombia donde vivimos hace 6 años. Mi esposo, que es experto en fabricación de locomotoras, no tuvo dificultades para conseguir trabajo en esta área inmediatamente. Pero ahora lo tomaron por alemán y fue despedido, a pesar de que es un judío alemán refugiado. Usted puede imaginar lo duro que nos resulta aceptar este destino y le ruego [ilegible] hacer lo posible porque la gran influencia de su gobierno democrático no permita estas injusticias. No es por nuestra suerte personal solamente sino por la de todos los judíos refugiados. Mi esposo lleva 6 años empleado de los Ferrocarriles Nacionales y como no fue posible obtener su renuncia, fue despedido; como él, otros mil refugiados sufrirán la misma suerte. Sería una tragedia espantosa si a nosotros, las primeras víctimas de Hitler, enemigos irreconciliables del Eje, nos tratan como a nazis.
Ni judíos ricos
El desafecto de López de Mesa por los judíos no solo comprendía a los pequeños comerciantes que él asociaba siempre con la usura, sino que se extendía también a los grandes capitalistas. Alfonso López Pumarejo, en cuyo primer gobierno López de Mesa sirvió brevemente como Ministro de Educación, se interesó durante la administración Santos por la propuesta de un judío norteamericano que quería establecer en Colombia una industria de papel de estaño. López Pumarejo pidió a un amigo que sondeara a López de Mesa para saber si el gobierno vería con buenos ojos la inversión, estimada en 200 mil dólares, así como la llegada al país de técnicos y administradores extranjeros. El Canciller respondió que Colombia estaría encantada de contar con los 200 mil dólares, pero no con la presencia del industrial judío.
El profesor López de Mesa, nacido en Don Matías, Antioquia, autodidacta antes de ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, escribió sobre biología, sociología, filología, historia, geografía, arte y aun economía. El expresidente Carlos Lleras Restrepo no escatimó elogios cuando se celebró en 1984 el centenario del nacimiento de su colega de gabinete en la administración Santos: “No sé de ningún otro colombiano que haya cubierto tanto espacio intelectual ni recorrido tan variadas zonas del conocimiento”. Pero su estilo literario, que para sus contemporáneos era motivo de admiración, al embajador norteamericano Spruille Braden le pareció uno de los más difíciles con que se hubiera topado jamás. Braden confesó en sus memorias que nunca logró reunir el coraje suficiente para leer los libros de López de Mesa, que el autor le había obsequiado. En una ocasión, para verter a un inglés inteligible dos páginas de la pluma del antioqueño, debieron intervenir un traductor que trabajó en ello durante tres o cuatro días, dos funcionarios de la embajada de los Estados Unidos y el propio embajador Braden, que, diccionario en mano, tuvo que dedicar dos horas adicionales al documento.
Tenía López de Mesa la fama de profesor distraído. Braden decía que era tan aterrizado como Don Quijote, un Don Quijote rubio y sin barba, pero que cuando se lo proponía podía actuar con criterio práctico.
Braden no ahorró anécdotas para describir lo que él consideraba el temperamento desconcertante de López de Mesa. La presencia de misioneros protestantes norteamericanos en Colombia provocó una airada reacción de parte de la jerarquía católica y particularmente del arzobispo de Bogotá, que llegó a redactar una pastoral decididamente antinorteamericana. Fue por ello que Braden invitó a Bogotá a un obispo católico de los Estados Unidos para tratar de apaciguar la desazón del episcopado colombiano. El obispo John F. O’Hara fue el primer prelado católico de esa nacionalidad y de ese rango que llegó a Colombia. Cuando Braden lo acompañó a una entrevista protocolaria con López de Mesa, el Ministro de Relaciones Exteriores inició la conversación con estas palabras dirigidas a O’Hara: “Excelencia, quiero expresarle a usted mi opinión. He analizado y estudiado mucho el asunto y en mi concepto la doctrina de la Iglesia católica es totalmente equivocada”. El obispo no se disgustó, pues el embajador le había advertido que estaba a punto de conocer a un excéntrico. López de Mesa y O’Hara discutieron durante media hora sobre la actitud del Vaticano frente a Hitler y Mussolini. Terminada esa discusión, el canciller apuntó que no había agotado su arsenal y pasó a afirmar que la Iglesia católica en los Estados Unidos también estaba totalmente equivocada. Así que la discusión se prolongó por media hora más.
El profesor era soltero, pero no asceta, observa el enviado norteamericano, que consigna el rumor según el cual López de Mesa fue amante de una espía nazi. Con otra alemana tuvo, de acuerdo con Braden, un hijo ilegítimo que llegó a ser capitán del ejército colombiano y que tomó el apellido de su madre. Sobre este capitán cuenta el embajador la siguiente anécdota: dos hijas del diplomático fueron un día a montar a caballo y se encontraron con un grupo de oficiales colombianos, con quienes se reunieron posteriormente en un restaurante para tomar un aperitivo. Las dos hijas de Braden hablaban español sin acento, pues su madre era chilena, y tal vez no conociendo bien la identidad de las jóvenes, los oficiales fueron francos en expresar sus ideas políticas. Estas eran abiertamente pronazis, tal como lo relataron luego ellas a su padre. Uno de los oficiales era el hijo de López de Mesa. Lleras Restrepo coincidió en mencionar “la admiración por la mujer” que sentía López de Mesa e insinuó que algunos de sus escritos líricos eran autobiográficos.
¿Por qué un hombre de la erudición de López de Mesa sentía tan marcada aversión hacia los judíos? No existe lamentablemente una biografía definitiva de este político, psiquiatra y polígrafo que se adentre en los orígenes de sus creencias. No obstante, su posición frente a los judíos no es accidental, sino que se enmarca dentro de las teorías raciales que expuso y reiteró en varios de sus libros. Escrutinio sociológico de la historia colombiana, Disertación sociológica y De cómo se ha formado la nación colombiana son obras en las cuales el autor arrastra de capítulo en capítulo una concepción antropológica, sociológica y cultural fundada casi exclusivamente sobre elementos étnicos. Para él, la hibridación racial causa confusión e indeterminación en la fisiología y en la conducta del hombre latinoamericano. Así lo describió el profesor: “El iberoamericano es biológicamente débil [...] fácilmente fatigable [...] más emprendedor que resistente [...] más alborotado que interesado en el conocimiento [...] más intuitivo y fantástico que inteligente [...] salta de una vez a las cumbres [...] más emotivo que pasional [...] más vanidoso que generoso [...] inconstante, imprudente, imprevisor e iluso [...] adicto al licor”.
En contraste, López de Mesa consideraba a los alemanes radicados en Chile “disciplinados, laboriosos, patriotas y, algo muy importante para nuestro cruzamiento, fuertes [...]. A través de las generaciones persiste el temperamento ordenado y organizador de su cepa madre”. Las colonias judías en la Argentina, según López de Mesa, “fueron regresando poco a poco a sus costumbres inveteradas de asimilación de riqueza por el cambio y la usura, por el trueque y el truco, sin arraigar en las actividades de su producción y transformación, que constituyen las verdaderamente eficaces para un pueblo joven. Y al correr de los años, la riqueza nacional argentina va pasando a los nuevos inmigrantes con premura sorprendente”.
También Forero Benavides.
El historiador Abelardo Forero Benavides, durable político y parlamentario liberal, por entonces gobernador de Cundinamarca, se cubrió con el mismo manto del ministro López de Mesa. En agosto de 1943 negó la personería jurídica a la Asociación Israelita Montefiore, de Bogotá, una entidad dedicada al culto religioso. Los argumentos del gobernador no ocultaban la discriminación de credo: “La religión judaica es contraria a la moral cristiana”, sentenció.
La actitud de Forero Benavides tuvo eco en un alto funcionario del servicio diplomático colombiano. Alberto Vargas Nariño, consejero de la embajada de Colombia en Washington, opinó que esta era la forma como “un joven liberal demuestra a la Iglesia católica que tiene el respaldo del liberalismo”.
Estas declaraciones provocaron el reclamo de James W. Wise, representante del Congreso Judío Mundial en Washington, ante el embajador de Colombia Alberto Lleras Camargo: “[Las declaraciones del doctor Forero Benavides] constituyen un golpe moral para la causa judía, más fuerte que todos los recibidos en los países europeos. Esta actitud proveniente de un país liberal y con libertad de cultos como Colombia –agregó Wise– es muy grave para la causa judía en toda América”.
Pero más grave aún para la causa judía en Colombia fue el hecho de que los periódicos nacionales difícilmente se refirieron a las atrocidades de los campos de concentración alemanes, o a la situación desesperada de los judíos en Europa. Así lo recuerda Hans Ungar: “Aquí nunca se supo de los campos ni de la persecución contra los judíos. Si había rumores, los alemanes los acallaban argumentando que se trataba de propaganda judía y proamericana”.