Ya pasó

28 Enero, 2020

Por ADRIANA ARJONA

Hace poco más de dos décadas, una emisora joven colombiana publicó un aviso tamaño página que, en poderosas mayúsculas, aseguraba: EL FIN DEL MUNDO YA PASÓ. A la luz de lo que ha sucedido en el planeta podría decirse que es cierto: el fin del mundo ya pasó, ya fue. Fue, pero el fin también es y seguirá siendo. Y somos nosotros, los mortales, los causantes del Apocalipsis al que tanto terror le han tenido los creyentes católicos, e incluso los que no profesamos ninguna religión.

Los más versados en la interpretación de los textos bíblicos podrían decir que las profecías del Libro de las Revelaciones de San Juan ya sucedieron. No vayamos muy atrás en el tiempo: el mundo entero acaba de ver el fuego implacable que devoró los bosques australianos dejando miles de víctimas humanas y millones de animales calcinados, así como a varias especies en vía de extinción; el Atlas de Riesgos relacionados con el agua (estudio realizado por el Instituto de Recursos Mundiales) nos deja saber que una cuarta parte de la población mundial está enfrentando lo que se ha denominado como “Estrés Hídrico”, es decir, la incapacidad de suplir la demanda actual de agua en 17 países dentro de los cuales está India, que pronto pasará a ser el lugar más poblado del mundo; hoy se conmemoran los 65 años del cierre del Campo de Concentración de Auschwitz, con lo cual todos recordamos los 6 millones de judíos asesinados durante el holocausto, cifra que curiosamente ha sido igualada por Estados Unidos como consecuencia de las guerras que ha emprendido tras S-11.

El último libro de la Biblia nos habla de unos ángeles que vendrán a anunciarnos eventos terribles que acabarán con la vida de los hombres que no tengan el sello de Dios en su frente; sucesos tremendos que acabarán con toda forma de vida en el mar; inexplicables acontecimientos que secarán por completo las aguas de ríos y manantiales; la tragedia de que la oscuridad se tome una enorme porción del día y un mortal frío domine gran parte de la noche. Pero ¿acaso necesitamos que esos pobres ángeles pierdan su tiempo? ¿Es preciso que vengan montados en caballos de todos los colores, y toquen sus trompetas, y vacíen sobre nosotros el contenido de las copas de ese Dios iracundo? ¿Es imperioso que se haga realidad ese guion fantástico cuando es obvio que el Apocalipsis somos nosotros?

Si bien lo sucedido en Australia es explicado por un fenómeno conocido como el dipolo del océano índico (IOD), comúnmente llamado El Niño Indio, es un hecho científico que el calentamiento global ha venido afectando el dipolo y empeorando año tras año las sequías que por esta época se dan en Australia, mientras que en Africa se viven intensas inundaciones y deslizamientos de tierra que cobran la vida de miles de personas y dejan millones de damnificados. Pero el presidente del país más importante del mundo dice “no me lo creo” cuando le presentan el estudio sobre cambio climático realizado por la misma Casa Blanca y avalado por más de 300 científicos pertenecientes a 13 agencias federales diferentes. De nuevo, ¿les hacemos perder tiempo de vuelo a esos pobres angelitos?

A pesar de que hay toneladas de información disponible sobre la crisis del agua, en Qatar –líder del ranking de los países con mayor estrés hídrico del mundo– cada habitante consume más de 400 litros de agua al día, cifra que cuadruplica lo que consume un ciudadano promedio en Barcelona, según explica Gonzalo Delacámara, asesor de la Comisión en políticas hídricas y director académico del Foro Económico del Agua.

Algo similar sucede con Kuwait, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos; junto con Qatar todos tienen en común algo en realidad díficl de creer: consumos hídricos elevadísimos a pesar de no dar a basto con la demanda de agua existente. Pero no importa. No tienen agua pero tienen petróleo, o sea: !tienen billete! Y el billete lo compra todo. Hasta el agua que no tienen. O, bueno, al menos la desalinización del agua marina, proceso carísimo que no resuelve el problema estructural.

Se sabe que el calentamiento global, el crecimiento indiscriminado de la población mundial, así como el incremento de cultivos agrícolas, hace que una cuarta parte de los habitantes del planeta enfrente problemas verdaderamente graves por falta de agua. Todo podría manejarse, controlarse, entenderse, enseñarse, transformarse. Ya sabemos que hay formas de detener esta caída libre. Pero es más fácil pensar que en algún momento llegará el juicio final y que se salvarán los que creen.

Seis millones de judíos. Lo sabemos pero nos los repiten a diario, no nos dejan olvidar esa cifra. Nunca. Y claro que no debemos olvidarla. Pero ¿por qué no se repite a diario la cantidad de muertos que Estados Unidos ha causado tras las guerras que desató en Afganistán, Irak, Siria y otros países que han entrado en desgracia después del 11 de septiembre?

Según Nicolas J. S. Davies -periodista independiente y autor de Sangre en nuestras manos- la estimación de muertos que ha causado Estados Unidos desde el 2001 es la siguiente: en el caso de Irak, alrededor de 2,4 millones de muertes, cifra que calculó dando por ciertos los datos del estudio Lancet de 2006 y de la encuesta de 2007 de Opinion Reasearch Business; en Afganistán, alrededor de 875.000 ciudadanos muertos; en Pakistán, llegó a la conclusión de que se había acabado con la vida de unas 325.000 personas; a partir de febrero de 2011 hasta hoy, Davies asegura que han muerto 250.00 libios; en Siria se ha cobrado la vida de 2 millones de personas; en Somalia, entre 500.000 y 850.000; y en Yemen, 175.000. Sumando, entre los rangos que se permite manejar el periodista, dan unos seis millones de personas.

Holocausto tras holocausto tras holocausto. Pero como bien lo dice Nicolas J. S. Davies en su tercer informe sobre el tema: “han muerto como árboles que se van cayendo en un bosque sin presencia de periodistas occidentales o equipos de televisión que grabaran la masacre”. En el mismo artículo hace referencia a las preguntas sobre los crímenes de guerra de Estados Unidos que hizo Harold Pinter, dramaturgo británico, al momento de recibir el premio Nobel de Literatura en 2005: “¿Sucedieron? ¿Son todos atribuibles a la política exterior de Estados Unidos? La respuesta es “sí”. Todos ellos sucedieron y todos son atribuibles a la política exterior estadounidense. Sin embargo, ustedes no se iban a enterar. Nunca ocurrieron. Jamás ha ocurrido nada. Incluso en el mismo momento en que ocurría, no estaba ocurriendo. No importaba ni tenía interés alguno”.

Nada está ocurriendo. Y todo está ocurriendo. Mueren más personas por obesidad que por inanición, virus mutantes amenazan con convertirse en problemas de salud mundial, preferimos mirar una pantalla que hablar con la persona que tenemos al lado, hemos creado un continente de basura en medio del océano, hay personas que viven con un dólar al día mientras otros se levantan dos millones de dólares más ricos cada mañana, niños siguen muriendo de enfermedades fácilmente prevenibles, existen medicamentos que aún bajándoles el precio seguirán siendo inalcanzables para los enfermos que las necesitan, los más ricos y poderosos del mundo son dueños de los medios de comunicación: nos cuentan lo que se les antoja y les conviene. Frente a nuestros ojos, y sin necesidad de ángeles cabalgando sobre corceles de colores, el fin del mundo ya pasó.

Ya fuimos Apocalipsis. ¿Sabremos volver a ser Génesis?