Policía: ¿Un gendarme sin Dios ni Patria?

26 Agosto, 2020

Por ALEJANDRO MUÑOZ GARZÓN

En esta ocasión quisiera haber escrito un cuento con final feliz pero, lastimosamente la realidad de nuestro país resulta ser más amarillista que la misma vida real y tengo que ceñirme a contarles esa dura y cruel verdad de cómo en un poco más de un siglo de esos 450 gendarmes buenos y cultos con los que empezó nuestra Policía Nacional, hoy tenemos uniformados que ya no son gendarmes, muchos de ellos no son buenos y muchísimo menos son cultos.

Tal vez lo único bueno de este cuento real que hoy escribo es que Marcelino Gilibert un gendarme francés, fue el primer director de lo que en 1881 por orden de Carlos Holguín, entonces Presidente de la República de Colombia, se llamó el primer Cuerpo de Gendarmería de Colombia, encargados de hacer patrullajes y vigilancia en las calles bogotanas, en medio de gran amabilidad y con extremadas normas de educación y respeto que resaltaban la elegancia de su uniforme azul de galones y botonadura dorada con gorro de penacho igual al del histórico General Napoleón Bonaparte.

Luego de aquel único y feliz momento nuestra gendarmería, mejor dicho, nuestra policía nacional sufriría en carne propia por los avatares de la violencia, el cambio de razón institucional varias veces y de gendarmería, llegaría a convertirse en escuela de investigación criminal, lo que más tarde gracias a alianzas con el FBI se formaría la que hoy conocemos como Escuela General Santander, institución máxima para crear policías en serie al servicio de un país violento, corrupto y extremadamente peligroso en el que se entrenan ademas, policías de más de 200 países que vienen a aprender lo que muy seguramente no tienen ni idea que existe en Colombia en cuestión de delincuencia y crimen.

El 9 de Abril de 1948 día del asesinato del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán la Guarnición de la Policia Nacional se subleva en Bogotá y muchos de sus miembros huyen armados al Tolima y los Llanos Orientales perseguidos por el Ejército Nacional y es entonces cuando el gobierno ordena la disolución del cuerpo de Policía Nacional, institución que sería refundada por Laureano Gómez en 1950 y quien dió el mando y la vigilancia tutelar al ejército, es decir, los policías eran soldados al servicio del ejercito pero vestidos de policías, todo para complacer a los que mandaban en la violencia de ese momento lo que le significó el concepto de “una policía goda”, es decir, más conservadora que los que gobernaban.

En agosto de 1952 seis policías fueron masacrados por las guerrillas de Antioquia y en septiembre de ese mismo año también las guerrillas liberales mataron a otros cinco policías, actos que generaron otro 9 de abril chiquito, con asaltos a los principales diarios e incendios de edificios públicos y por supuesto con muertos y heridos al detal y al por mayor. Y en 1953 asume el poder, tras golpe militar, el General Gustavo Rojas Pinilla, quien incorporó a la policía al entonces Ministerio de Guerra de las Fuerzas Militares.

Durante el primer gobierno del Frente Nacional en 1960, la Policía Nacional vuelve a ser separada de las Fuerzas Militares para quedar dependiente directamente del Ministerio de Guerra que era dirigido por un general del Ejercito Nacional y desde esa fecha, es decir hace 60 años, la policía hoy bajo la dirección del Ministerio de Defensa, es manejada como "una institución de carácter civil, con régimen y disciplina especiales” y cuyo máximo rector es el Presidente de la República quien tiene el mando y la autoridad para hacer los cambios de generales y mandos dentro del organigrama de la institución.

Y fue así como lo hizo el presidente Alvaro Uribe Vélez quien al empezar su mandato unos meses después de que las FARC atacaran con rockets el palacio de San Carlos, aprovechó para anunciar nuevo director de la Policía Nacional y “desenterró” a un General que ya estaba listo para calificar servicios y ser dado de baja al uso de buen retiro y para nombrarlo en propiedad, fueron tachados de tajo y despedidos de funciones 12 generales de extraordinarias calificaciones y logros, para darle funciones como Director al investigado y no muy querido ascendido a General Oscar Naranjo Trujillo  lo que dejó un muy mal sabor de boca en ese entonces dentro de la institución que venía de sufrir duros y muy aguerridos embates de las mafias del narcotráfico, las que incluso llegaron a promover el escalofriante exterminio de policías dando un pago a los sicarios entre 2 y 5 millones de pesos dependiendo el grado del uniformado asesinado.

No quiero sonar a ave de mal agüero o a predicador desinformado, solo quiero hacer público lo que le he escuchado decir a varios generales y altos mandos ya retirados de la institución que coinciden en afirmar que aunque la institución había tenido falencias y se conocieron escándalos como los de creaciones de grupos de exterminio dentro de la institución, fue con la llegada del general Oscar Naranjo que la historia de la policía tendría un revés en el comportamiento de sus hombres de alto mando, quienes han resultado envueltos e investigados cada vez con mayor participación en escándalos sexuales, robos, secuestros, extorsiones, abuso de autoridad, desfalcos a la nación, narcotráfico, conformación de grupos delincuenciales organizados y asesinatos entre otros.

Aún recuerdo el día por allá por los años setentas cuando mi padre regresó a casa y dijo a mi madre entre sollozos que se retiraba de la policia nacional, institución donde hizo su carrera como suboficial. A la que ingresó como agente raso y en una bicicleta patrullaba las calles bogotanas, reuniendo niños en los parques para jugar rondas con ellos para enseñarles juegos, canciones y fomentarles labores ecológicas como sembrar un árbol o realizar una pequeña huerta. Rápidamente ascendió en su carrera y se convirtió en uno de los mejores investigadores designado al entonces llamado F2 hoy DIJIN donde recibiría la orden que jamás cumplió y tendría que irse amenazado como Sargento Mayor y sin poder hacer absolutamente nada o encontraría la muerte.

Patrullaban una tarde por los alrededores del cerro de Monserrate y llevaban en la radiopatrulla a varios delincuentes que habían capturado. De pronto el oficial al mando ordenó al conductor tomar la carretera a Choachí y al llegar a un paraje tupido en vegetación, ordenó bajar uno a uno los detenidos y darles muerte. Mi padre se negó todo el tiempo a cumplir semejante despropósito y el oficial después de hacerle un comentario burlón le advirtió que no quería volverlo a ver. En ese momento mi padre entendió que debía retirarse, lo que hizo en medio de grandes tensiones y una agobiante persecución institucional.

Desde entonces vi a mi padre entristecer y llorar muchas veces al confirmar cómo su amada Policía Nacional se corrompía cada vez más y más. Siempre se preguntaba sumido en una profunda nostalgia: ¿A qué hora los uniformados olvidaron el lema “Dios y Patria”? Y cuando tuvo que reconocer el cadáver de su hermano policía ahogado por otro policía en una laguna en Nemocón, sintió ganas de desenfundar su revólver y dar muerte al autor de la muerte de su hermano, pero según lo repetía siempre que se tomaba unas cervezas: “Aun tengo en mi corazón a Dios y a la Patria, por eso jamás cobraré justicia con mi propia mano”.

Es muy triste devolver la película y preguntarse ¿a qué hora se corrompieron los ideales, inteligencia, cultura y buenos modales de los 450 hombres que inspiraron la creación de la Policía Nacional? ¿Cuántas lagrimas, maldiciones, groserías y amenazas frustradas no quedan frente a las imágenes de policías atacando un joven indefenso y hasta discapacitado? o ver a un grupo de jóvenes policías burlándose y jugando con la fruta que vende una viejita a la que arrastran hasta un camión. Porque hay que decirlo, ahora los policías parecen bándalos y atacan en manada, escondidos entre cascos y montando ruidosas motos amedrentan, atacan, amenazan y pisotean los derechos de cualquier persona, sin importar su edad, raza, credo, o dificultad.

Hoy estamos frente a una gran realidad, la gente prefiere no salir ante el temor de encontrarse no un policía, sino una banda de policías, que triste. Incluso ya nadie está seguro en su casa, apartamento, edificio o conjunto residencial, pues puede llegar un grupo de asaltantes que desmantelan el lugar y al otro día nos enteramos que eran policías trabajando en sus horas libres. Ya muchos padres no quieren que sus hijos sean policías pues saben con seguridad que se corromperán así lo dicen muchos: “Tienen que aprender más que los delincuentes para poder subsistir”

Ya nadie quiere pasar por frente a una estación de policía y menos entrar, tampoco se quiere ir a un CAI, todos de alguna manera rumoran aventuras llenas de crimen, violencia y muerte. Muchos lloran las desaparición de niños en estaciones de policía, donde también se han presentado violaciones y asesinatos de menores y ni que decir de los secretos que guardan las celdas de aquellos lugares donde muchos han sido torturados y muertos. Esos muertos por ahora quedan en la conciencia de los uniformados que obraron con sevicia, odio, resentimiento y definitivamente fuera de sus cabales.  

Tampoco nadie quiere denunciar a la policia pues se sabe que son miles y miles los actos de abuso cometidos por uniformados que simplemente se ufanan de su poder momentáneo y cometen toda clase de delitos que comienzan con la falta de respeto y terminan con la muerte de inocentes ciudadanos, contra los que cometen abusos y atentan contra todos sus derechos humanos. Si suman por miles los que denuncian debemos sumar a esta lista los millones de ciudadanos agredidos que prefieren callar antes de ganarse un tiro o la amenaza constante de un uniformado.

Recuerdo ver a mi madre siempre orgullosa al ver regresar a su esposo uniformado de policía. Hoy escucho a las esposas de los policías: “No olvide vestirse de civil, evítese problemas” Ya se acabó la admiración por el uniformado y con la admiración se esfumó el respeto, por eso el delincuente enfrenta a groserías, pata y puñal al policía, quien sí no esta educado y preparado termina cayendo en la provocación del momento y envuelto en una pelea callejera al más triste y vil estilo de los gamines mal hablados, violentos y salvajes.

Esta historia real que pretendí contar hoy, nació hace unas semanas cuando escuché en un parque a un anciano que preguntaba a su inquieto nieto:

  • ¿Y cuéntame que quieres ser cuando seas grande?
  • Yo quiero ser traqueteo.
  • ¿Traqueto? Y eso para qué?
  • Para matar a los que mataron a mi papito…

El niño es hijo de uno de los policías muerto en el ataque perpetrado a la Escuela General Santander por una célula guerrillera del ELN en el que perdieron la vida 22 uniformados y 60 más resultaron heridos. Allí donde comenzó la institución, allí donde nos cuentan que los civiles llegan a aprender a amar a Dios y a su Patria, ese Dios del que muchos uniformados se olvidan cuando pisotean y atacan lo mejor de su patria: La gente. La gente buena y humilde que trabaja, que sufre y que llora al sentirse tratada como delincuentes. 

Ojalá el ELN alcance la paz antes de que los hijos menores de los policías asesinados crezcan, pues con tanto muerto, “Dios y Patria” ya es una simple leyenda destrozada a bala en casi todas las estaciones y CAIS donde actualmente, casi todos los policías olvidan su verdadera razón de ser. 

¿O será que la terrible corrupción y maldad que vive nuestro país logrará que todos los policías con espíritu de gendarmes se corrompan?