A principio de los años sesenta (siglo pasado) hubo un formidable escándalo literario con la publicación de una novela erótica, escrita por una mujer, que además solo tenía dieciocho años. El asunto atizó las hogueras moralistas y el público, ávido de novedades, de libertad y morbo, se lanzó a las librerías y agotó la edición de Bonjour tristesse, bello título de la novela de Francoise Sagan, adolescente que daba los primeros pasos en literatura y liberación femenina. Publicada hoy, la novela podría sumarse a las miles que aparecen cada día, bien escritas e intrascendentes. A Bogotá llegaron algunos ejemplares, precedidos por el escándalo.
La promesa erótica de la novela resultaba insípida. A grandes rasgos el relato versaba sobre la vida burguesa, mansiones y playas en la costa azul, fiestas y conflictos de pareja, separaciones, divorcios, adolescentes que hacían el amor libremente. Pero esto era ya bastante para la opinión conservadora – en Francia existía algo como una institución llamada el escritor católico-, y trinó de furia. Pero no dejó de ser estimulante el surgimiento de una adolescente que escribía y hablaba abiertamente de sexo, y sus personajes iban a la cama sin la obligación de casarse.
En Colombia de esos años, la publicación de un libro como Tu cruz en el cielo desierto de Carolina Sanín, habría desatado un revuelo mayúsculo. Es posible que el país siga siendo retrógrado y pacato, aunque sin condiciones para el escándalo literario. En todo caso, la obra de la colombiana acaba de aparecer publicada en edición impecable por Laguna Libros, una editorial bogotana independiente. Es una edición hermosa, casi ascética, de un libro de verdad erótico, escrito por una mujer ( PhD en literatura), que en una de sus páginas anota sin contemplaciones: “este libro que tiene la forma de la masturbación de una mujer”.
La edición viene con una postal alterna, diseño de la autora: es el dibujo de un pene, hecho con trazo recto, sin elaboraciones perspicaces, más bien como reconocimiento –digo yo- de la pareja masculina en el pas de deux erótico distante que atraviesa la novela de parte a parte; podría parecer también una piadosa ironía en torno al “cetro” masculino de la dominación, la insignia carnal del poder machista imperante en la sociedad patriarcal. No hay que olvidar que la autora está inscrita de modo preponderante en uno de los debates más sensibles de la actualidad: los derechos humanos -intelectuales, sexuales, económicos, sociales, etc.-, de la mujer.
Mi segunda lectura del libro de Carolina Sanín -un buen libro incita a una segunda lectura- me llevó a reflexionar sobre temas que divido aquí para mi propia reflexión, pero que en la obra son parte unitaria del discurso narrativo y se interrelacionan de manera permanente de principio a fin: eros lingüístico, eros pagano, eros místico, eros político. Habrá otros aspectos, sin duda, pues se trata de una obra abierta a múltiples lecturas – otra condición de los buenos libros- .
El tema central es de los eternos: el amor. Esta vez como experiencia de amantes separados por la distancia geográfica, que se comunican con ardor a través de los únicos medios posibles: los audiovisuales actuales. Pero, lo extraordinario no reside en el episodio en sí, sino en el lenguaje que lo crea: el libro como hecho lingüístico, construido en el tiempo y armado en el lenguaje, donde el posible origen vivencial de la aventura no importa tanto como el de ser un libro verdadero, escrito con sinceridad.
¿Es novela, poema, ensayo, monólogo teatral, diatriba, imprecación, opera del loco amor, confesión? Es esto, y más: es un Libro, y como los buenos libros incluye poemas, cuentos, ensayos, varia ficción ( Borges incluía milongas). Pero ante todo es novela, una novela moderna, que integra los géneros con naturalidad, tanto que el lector, hipnotizado, se percata de que ha pasado por uno de estos y debe devolverse para confirmarlo – el repaso, otro signo de los buenos libros- . A veces vemos a la narradora como actriz, en el escenario imaginario, enfrascada en un monólogo intensamente dramático como de los personajes femeninos del teatro griego. ( Porque en este texto se encuentra el libreto total de la Traga que los humanos hemos vivido y padecido desde el principio de los tiempos).
De manera que podemos asignar un género a cada uno de las partes anotadas: el ensayo en el eros lingüístico; el teatro en el eros pagano; la poesía en el eros místico; el canto en el eros político (quizá melodías medievales, de la juglaresca, y la canción de Dante, por ejemplo, o también Juan Gabriel y FruKo, del repertorio musical amoroso intransferible, confesado por la autora).
Una vez transcurridas las primeras páginas nos asalta la sensación de que el libro es un texto de sustancia casi física, con un acervo de sensualidad en el lenguaje que la autora ha venido perfeccionado desde sus libros anteriores, hasta el presente, donde la prosa se desliza con fruición de acoplamiento, entre el placer del acto de escribir y el placer del acto de leer. Sensualidad de un discurso que discurre a flor de piel, bajo el tacto cóncavo, pues solo de este modo adquiere su sentido.
Todo es el resultado del estudio riguroso, conseguido con disciplina por la autora, a través de su formación académica, que culmina con el título en altos estudios literarios hispanoamericanos de la Universidad de Yale. Es el conocimiento metódico de los instrumentos con que cuenta el escritor para realizar su obra: la lengua, la técnica, el arte, la cultura, la tradición literaria. Una tarea que la escritora realizó a fondo, antes de romper las reglas, las fórmulas – las conoce todas- en el proceso de todo escritor en la búsqueda de su propia voz; la voz de la escritora Carolina Sanín es libre, sin ataduras a formas únicas, y sus fuentes múltiples, diversas. Su caso es de los pocos en el país, de una formación literaria que va más allá de la condición autodidacta, que ella no descarta pero que asimila y pone en su justo lugar, como medio para acceder a otras dimensiones, al choque de certidumbres e incertidumbres, de la intuición y el eterno comienzo. ( Carolina Sanín posee el don indispensable de todo buen escritor, que es el don de la adivinación, de la clarividencia; no todos lo poseen, y eso se nota).
Para la escritora la gramática es la estructura móvil de la lengua, fundamento erótico del logos, del cual toda literatura se desprende. “ El español: esa era la lengua que querías que te lamiera entre los muslos”, escribe. En el texto -y el contexto- los elementos gramaticales actúan como personajes protagónicos en la novela: el subjuntivo, el indicativo, el adverbio, los pronombres, los enclíticos, la conjunción copulativa, las primeras y terceras personas, etc., hacen presencia activa como entidades, igual que el páncreas, el esternón, los pulmones, en el cuerpo de la gramática erótica interior, del sexo visceral que incluye en primera instancia el corazón.
El ensayo - donde la autora se expresa con gran brillo creativo-, tiene en el libro extenso espacio: es el escenario predilecto de la escritora para encontrarse con sus amados Shakespeare, Dante, Homero, Cleopatra, Romeo, Julieta, Rulfo, García Márquez, etc. ; trae el libro un momento- o movimiento-, que es un estupendo ensayo sobre Don Juan, el burlador de mujeres, donde ella despliega gran sabiduría y lo convierte en texto clave para exponer su teoría de la feminización masculina y viceversa (que en la obra nos muestra a través de una escena de interposición erótica).
La novela transcurre en el escenario de la imaginación donde toda fantasía es posible, incluido el teatro, que es el género elegido como leitmotiv del eros pagano. (Pagano en el sentido de pre adánico, antes del advenimiento del cristianismo y del pecado mortal). En este ámbito se proponen otras voces, palpitaciones de antiguas referencias que la autora redime como presentes, sentimientos actuales, vivos: Dante, el mundo griego (los griegos como nuestros contemporáneos, etc.). Esta asociación tiene diversos asideros en el texto, uno de los cuales dice: “Empecé a estudiar griego antiguo para ampliarme con otro alfabeto, pues, así como yo estaba en el mundo, mi amor no iba a caberme”.
Si el enamorado de la protagonista es poeta y ella también, la sombra de Homero se hace inevitable; el padre ciego, visionario de la poesía, único lenguaje – junto con el religioso, que a su vez es tomado de la poesía- que permite hablar al hombre con los dioses. (La traga como odisea del amor, en tanto hecha de viaje, pasión, sueño, padecimiento, anhelo, distancia, que acosa a los mortales y a los dioses).
La narradora se hace Penélope, cuando teje y desteje su relato, y de este modo acomete la trama de la espera. El elemento argumental de la fidelidad como derecho, como sustento y como muerte. La protagonista puede ser Atenea, diosa guerrera y virgen, que asume la escritura de raigambre mítica, vuelta cotidiana en su contacto con lo humano. No hay que olvidar a la diosa del Olimpo enamorada de un hombre, un mortal, de Ulises; amor trágico, en la medida que el destino de dioses y de hombres está escrito, y esta relación es imposible, no les es permitido trasponer este mandato.
Atenea no tocará a Odiseo y este no podrá tocarla a ella; en los cantos donde se encuentran a solas, hay una distancia insalvable y sin embargo persiste la fuerza del deseo, la posibilidad de que pueda ocurrir y esto origina el máximo suspenso: no podrá suceder y no sucede, pero la posibilidad crea el mayor suspenso erótico, centro dramático de la novela de Carolina Sanín.
En esto su novela es griega. Obligados a permanecer distantes, los amantes, como los dioses y los héroes, se relacionan a través de subterfugios, uno de los cuales es la palabra. Hay tanta fuerza secreta en el lenguaje que podríamos adivinar cumplido, o al menos aliviado, el deseo imposible de Atenea a través de interposiciones, de pactos míticos del relato oculto, donde la diosa bien podía ser Calipso y Circe, y continuar indemne en su virginidad protagónica y distante.
Del mundo dramático pagano que se sustenta de amor y guerra pasamos al cristiano, de confesión y culpa. La reflexión cristiana de Sanín en su obra es obsesiva; desde el titulo mismo nos introduce en la cruz, signo de expiación ritual, de sacrificio; imagen que proviene de la infancia – lo dice- proyectada bajo sombras de autoridades inefables; cruz, culpa, expiación, sufrimiento, amor, circunstancias que en buena media son de la vivencia general. La teatralidad barroca de la autora envuelve la desnudez en pliegues elaborados y sensuales, de telas o lienzos ensangrentados, segunda piel que el cuerpo muda; imagen que se repite, desde las vitrinas de maniquíes descabezados hasta los lienzos santos de la resurrección, en la escena evangélica protagonizada por santas mujeres.
A la mística erótica asignamos el género de la poesía. La protagonista es poeta y nos muestra sus poemas, que parecen escritos con la punta de un lápiz untado en la saliva o en sangre o en lágrimas, para afianzar la realidad de un romanticismo superior donde los amantes son fantasmas; del poeta del libro no conocemos ni un poema, lo que indica que el poeta existe y su identidad está a salvo; pero la escritora se desnuda en cuerpo, alma, en nombre y escritura; el chileno no; “ hace el amor” vestido, incluso con zapatos.
El personaje masculino es invención de la autora para sentir el amor que es lo que a ella verdaderamente le interesa; si no, no podría escribir que es lo que a ella verdaderamente le interesa; si no, no podría vivir que es lo que a ella verdaderamente le interesa; si no, no podría sufrir que es lo que a ella...
El poeta la amó en ficción, expresión máxima; ella, por lo mismo, lo condenó a ficción, venganza máxima: al Hades, donde “están las voces del alma sin su alma”.
Cito:
“El juego en todo caso, era la lectura.
“…No es una violencia también ésta que le haces tú al imaginar cosas sobre él y escribirlas, y al convertirlo en alguien que está en un libro? ¿No es eso un extremo de la posesión? Pretender ser su autora? Le digo que él ya fue mi autor, y que pretendo ser también mi autora. Que este drama es una precipitación de reflejos”.
El poeta sin culpa amó a la protagonista en ese único plano posible. De allí la tristeza que palpita de lado a lado en la novela, en el sub fondo de su tristeza existencial.
En este libro abundan los tonos agónicos del éxtasis, propio de la poesía mística, género habitado por muchas voces femeninas, o de hombres con voces de mujeres, de los cuales uno, de los más altos: san Juan de la Cruz. La transposición es el clímax de la poesía mística.
Finalmente, el eros político: en ebullición constante, se manifiesta en el lenguaje, blandido a veces como látigo o instrumento verbal contra el discurso señorial masculino, y de este modo asegurar la presencia de la mujer en el eros lingüístico, centro de la discusión. Las partes de la oración - artículo, verbo, sujeto, sustantivo, etc.- se replantean constantemente en su gramática contestataria, liberadora.
Y surge el canto. La protagonista concita la presencia del ser amado y disuelve su distancia en canto. Ella suele cantar en los aeropuertos nocturnos, antes de partir en vuelos que la alejan o la acercan al amor; el canto- creo que lo dice- significa dejar de hablar para expresarse en otro plano, lejos del prosaico humano. El repertorio del cancionero amoroso abole el género y la mujer canta en otro sexo, como los pájaros. O se suma a las multitudes de las calles de la revolución que permiten olvidar, golpeando cacerolas, coro vocal del ritmo unánime de la protesta que “canta victoria”.