El voto útil

25 Octubre, 2019

Por ELMER MONTAÑA

En la política colombiana los electores se enfrentan con frecuencia a esta disyuntiva, y, creyendo hacer lo mejor, fijan su atención en los candidatos más fuertes; si ambos son malos, analizan cual haría menos daños a la democracia.

El voto útil es el resultado de un falso dilema ético, que está soportado en el siguiente argumento: entre dos males hay que escoger el mal menor. Podríamos decir que es la antítesis del cuento del asno, (atribuido al filósofo Juan Buridán) que se dejó morir de hambre por no decidirse a elegir entre dos pacas de heno del mismo peso. Buridán utilizó este cuento para mostrar la diferencia entre el acto libre de la voluntad humana y el acto necesario del bruto.

En el caso del burro de Buridán, ambas opciones eran buenas, mientras que el ciudadano que escoge entre uno de dos males, convencido que su voto se desperdicia si vota por una tercera opción o en blanco, es un burro elevado al cuadrado, porque  escoge entre dos enfermedades aquella que, supone,  le causará menos dolor, teniendo la posibilidad de seguir gozando de salud.

En la política colombiana los electores se enfrentan con frecuencia a esta disyuntiva, y, creyendo hacer lo mejor, fijan su atención en los candidatos más fuertes; si ambos son malos, analizan cual haría menos daños a la democracia y le otorgan el voto, sin atreverse a mirar para otro lado.

Por esta razón, hemos tenido una larga historia de malos gobernantes, bendecidos con el voto útil. De una ética tan endeble nada bueno puede seguirse. No podemos esperar cosas buenas de las personas malas, como enseña Marco Aurelio. Cuántas veces hemos escuchado decir: “fue mal gobernante, pero si el otro hubiera ganado las cosas habrían sido peor” o “robó, pero hizo obras”. Frases de consuelo dichas por ciudadanos tibios que no tuvieron la inteligencia y el valor de negar su voto a quien no lo merecía.

Hace poco, tuve la alegría de conversar con un viejo amigo que reside actualmente en los EEUU y vino a Cali a dar su voto por quien considera representa los intereses de la izquierda. Cuando cuestioné las alianzas de este candidato con parapolíticos y líderes que apoyan el gobierno uribista de Duque, esgrimió un argumento que no escuchaba hace mucho tiempo: “no podemos exigirle a nuestros candidatos que sean puros, en la política hay que hacer alianzas, si queremos ganar el poder”. Otro amigo que participó en la conversación, recordó a Lenin, y la tesis de la combinación de todas las formas de lucha”. Ambos, entre bromas y risas, (ojalá todos los colombianos pudiéramos hablar de política de esta manera) me cuestionaron lo que consideraban un purismo trasnochado y no dudaron en calificarme como anarquista.

En la lógica de mis amigos, la lucha consiste en evitar, a toda costa, que el oponente llegue al poder. Parafraseando a Max Steiner podríamos decir que les importa más un puñado de poder que un saco lleno de principios.

Hoy, como en los tiempos de Platón, seguimos debatiendo sobre la importancia de la ética, en la política, el derecho, la ciencia, la vida cotidiana, etc. Y, sin que tal vez lo sepan, muchos defienden las doctrinas de los sofistas, que consideraban que la moral era una invención de los débiles para neutralizar el poder de los fuertes.

Seguimos, como entonces, planteándonos los mismos problemas éticos: ¿qué es la justicia? ¿debemos optar por  la rectitud o el poder? ¿qué vale más, ser bueno o ser fuerte? ¿todo vale en la lucha por el poder?

Quienes despojan la política de cualquier reflexión ética, olvidan que a lo largo de la historia este cínico inmoralismo dio lugar a brutales imperialismos y  demenciales dictaduras. No se trata de dividir el mundo entre buenos y malos, sino medir las consecuencias de los actos. Es cierto que los debates morales generan tensiones dentro de un grupo y, de acuerdo, con algunos investigadores recientes, la moral varía dependiendo de las naciones y las clases sociales, lo que hace sumamente compleja cualquier discusión al respecto. No obstante, renunciar a las reglas morales es dejar al individuo a merced de sus pasiones.

Elegimos al menos malo, pensando que cumplimos con el deber de salvar la sociedad de alguien peor, pero, en lugar de esto,  convertimos la sociedad en ruinas al ponerla bajo la dirección de los peores ciudadanos.

No olvidemos, como enseña Will Durant, que la naturaleza humana, por término medio, se halla más cerca de la bestia que de Dios. La mayoría de los políticos son codiciosos, soberbios y narcisistas. La única ley que aceptan es la que ellos mismos aprueban y la justicia que respetan es la que imponen con su propia mano.

Entregamos nuestro voto, con la dulce ingenuidad con que el ave de corral ofrece su cuello al matarife. No somos conscientes del daño que nos podemos causar por una mala elección y afianzamos una casta de políticos que devoran los dineros públicos y gobiernan sin dirigir, llevando a la sociedad al atraso y la miseria.

El voto realmente útil, es el voto informado. El voto que se deposita con el convencimiento de que estamos ayudando a elegir al mejor, por su honestidad, coherencia, conocimiento y vocación de servicio.

Si usted es de los que vota para que otro no llegue al poder, tenga en cuenta que cayó en una trampa, hábilmente tendida por quienes han hecho de la democracia un negocio para su propio beneficio.