El único deseo

30 Diciembre, 2021

Por ADRIANA ARJONA

A inicios del mes de diciembre, mientras se hacían trabajos de excavación para una obra ferroviaria en la ciudad de Munich, estalló una bomba de la Segunda Guerra Mundial dejando 4 heridos, uno de ellos de mucha gravedad. Parece increíble que tras más de 70 años aquel enfrentamiento siga cobrando víctimas, aunque en realidad es un asunto recurrente de las guerras modernas.

Empecé a ser consciente de los artefactos no estallados de los conflictos del último siglo desde 2007, cuando tuve la oportunidad de conocer Vietnam. De camino a Quang Tri, el jeep se movía lento por la carretera que tiene a lado y lado radiantes cultivos de arroz. Al fondo, en una valla enorme –como las que se usan para anunciar desodorantes, carros o políticos– vi el dibujo de un profesor enseñándole a sus alumnos la apariencia de una bomba, para que supieran reconocerla y no se acercaran a ella. Traté de imaginar cómo sería vivir con esa amenaza constante. Caminar hacia la escuela con el temor a dar el último paso.

Un tiempo después, en Camboya, conocí al hombre más triste que jamás haya visto: Varong era un guía de Siem Reap que perdió a su padre cuando éste pisó una mina antipersonal muchos años después de terminado el conflicto. Mientras caminábamos por uno de los templos de Angkor, devorado por la raíz de un enorme árbol, Varong se preguntaba si acaso él o alguien de su familia sería víctima de algún artefacto sin estallar en los años venideros. Sentía la muerte encima: a su abuelo lo asesinó el régimen de Pol Pot por el simple hecho de ser profesor y después su padre voló en pedazos por un conflicto que se suponía ya era historia.

Desminar es una tarea larga, peligrosa y costosísima. Muchas personas arriesgan sus vidas para lograrlo. Y no solo personas, también otra clase de animales. Las ratas gigantes africanas han resultado buenísimas a la hora de identificar minas terrestres. Incluso a una de ellas, llamada Magawa, la condecoraron tras prestar cinco años de servicio en los cuales localizó 71 minas y 38 artefactos antes de que estallaran. Suena a broma que los humanos debamos invertir dinero en entrenar personas para que adiestren ratas para que desactiven minas sembradas por los mismos humanos.

Vietnam y Camboya, así como Afganistán, Angola, Bosnia-Herzegovina, Irak, Laos y las zonas fronterizas de Eritrea y Etiopía son algunos de los países que enfrentan la difícil problemática de lo que se conoce como “restos explosivos de guerra” (REG), compuestos por minas, bombas, granadas, proyectiles y misiles sin estallar que quedan sembrados en los países una vez “terminan” las hostilidades. Y lo pongo entre comillas pues evidentemente las guerras son tan complicadamente estúpidas que ni cuando terminan se acaban.

Colombia no se queda atrás. Solo en 2021, con corte a 30 de noviembre, se presentaron 141 víctimas de mina antipersonal (MAP) y munición no estallada (MUSE). Y si contamos desde 2016, hablamos de 756 víctimas, según el informe de acción contra minas.

Después de Afganistán, Colombia es el país del mundo con más víctimas por minas antipersonal. El gobierno del presidente Duque habló de invertir USD 146 millones aproximadamente en operaciones de desminado entre 2020 y 2022. Pero ni con esa fuerte suma fue posible cumplir con los compromisos adquiridos en el Tratado de Ottawa, firmado entre 133 países en 1997, en el cual Colombia se comprometía a “destruir todas las minas antipersonales presentes en zonas de su territorio” antes de 2021. Fue necesario que el actual gobierno pidiera una extensión de cinco años, cosa que no garantiza que el país pueda conseguirlo. Esto nos da una estremecedora idea de la magnitud y complejidad del flagelo.

¿Cuándo le tocará a uno pisar una mina? Estamos acostumbrados a ver porcentajes de militares y civiles víctimas de este horror, pero ¿cuándo dejará de ser una cifra y se volverá algo más cercano? ¿Cuándo será un familiar o un amigo? Tal vez no ahora, pero ¿en 20 años?

El desarrollo de la tecnología bélica hace posible que hoy se lancen desde el aire cantidades ingentes de este tipo de artefactos. Muchos de ellos explotarán. Con los que no estallen tardaremos décadas y décadas en desactivarlos. Será un trabajo eterno para el cual se destinarán miles de millones de dólares. Sin embargo, aún conociendo los horrores que causa una guerra, durante y después, muchos líderes del mundo siguen llamando a nuevos enfrentamientos.

Una vez más, y como si no tuviéramos suficiente con nuestra propia guerra (porque seguimos en guerra a pesar de los Acuerdos de Paz), el desatinado, obtuso e irresponsable Ministro de Defensa, Diego Molano, se atrevió a calificar públicamente a Irán como enemigo de Colombia, en medio de la visita que hacía a Israel junto con el presidente Duque. ¿Por qué? Supuestamente, porque “opera en contra de Israel, pero también apoya al régimen de Venezuela”. ¡Como si para Colombia fuera importantísimo aportar en luchas a escala internacional, como menguar el plan de desarrollo nuclear iraní!

Pensando en todo esto descubrí qué es lo que quiero de Navidad y año nuevo. Quiero lo mismo que la protagonista de Miss Simpatía. En esa película Sandra Bullock encarna a una tosca agente del FBI que se ve obligada a infiltrarse en un concurso de belleza para detener a un terrorista, apodado “El Ciudadano”, antes de que cometa su próximo atentado. Por supuesto, lo logra, pero además aprende una importante lección: que las reinas no son tan brutas y vacías cuando dicen desear la paz mundial. Eso es lo que quiero ¿Papá Noel? ¿Estás ahí? ¿No? ¿Niño Dios? ¿Tampoco? Lo sospechaba.