El mundo sin posada

08 Septiembre, 2018

Por SANDRA ORÓSTEGUI
La semana anterior estuve en Ulibro (feria del libro de Bucaramanga) y una de las tantas cosas que se quedaron en mi memoria es la pérdida de la hospitalidad que mencionó William Ospina. Recordó las anécdotas de la Odisea y los relatos de nuestros abuelos campesinos. Afirmó que allí al forastero se le invitaba primero a pasar y luego se le preguntaba quién era.
 
Después de escucharlo, reviso el boletín del New York Times y leo, en el primer titular, que Brasil militarizó la ciudad fronteriza de Roraima ante la creciente llegada de venezolanos. Leo, en otros medios, que Perú y Ecuador están exigiendo pasaporte, a los venezolanos, para entrar a sus países.
 
Reviso las publicaciones europeas en las que se repite con insistencia el titular “crisis migratoria”. Según cifras de ACNUR, el año pasado 439.505 personas fueron rechazadas para acceder al territorio comunitario desde las fronteras exteriores de la UE.
 
En Estados Unidos se adelanta la política “tolerancia cero” en la que se trata como delincuentes a los inmigrantes ilegales, y por eso pierden la custodia de sus hijos. De ahí, las horribles imágenes de niños enjaulados por el gobierno Trump.
 
Además, encuentro una publicación de una colega (María Eugenia Bonilla, directora del Instituto de Estudios Políticos de la UNAB) que hizo el viaje de los migrantes venezolanos, entre Bucaramanga y Cúcuta. Relata el cruel recorrido que deben emprender, muy cercano a la narración que hizo la revista Semana en su edición del 26 de agosto de 2018. Durante el trayecto hay una caseta de la Cruz Roja y la presencia estatal es nula. Sólo hay bandas que se dedican a extorsionar y a traficar con personas.
 
Su conclusión es contundente: “Ante la falta de humanismo institucional en este corredor de los Santanderes, queda la solidaridad de los transeúntes como salvavidas de luchas, miedos y esperanzas.”
 
Estamos en un momento crítico, sin duda. Aunque, la crisis no se halla en las guerras, el hambre y los gobiernos fallidos que empujan a los ciudadanos a ser errantes sin rumbo. Se halla en que el peregrinaje es en un mundo inhóspito. Esa es la “crisis migratoria”. Y la salida de ella sólo será posible si conseguimos comprender que todos somos inquilinos de la misma casa.