Carlo Giovanni Russi: los “procedimientos” de terror del Escuadrón Antidisturbios

15 Diciembre, 2019
  • A Dilan Cruz, Johnny Silva, Nicolás Neira y las otras 40 víctimas del ESMAD que no lograron sobrevivir para contarla


Por CLAUDIA JULIETA DUQUE

Radio Nizkor / La Nueva Prensa

¿Puedo cortarle una oreja a este guerrillero?, preguntó el uniformado al que le tocaba el turno en la ronda de golpes que le propinaban a Carlo Giovanni Russi Rodríguez no menos de 15 agentes de la Policía Nacional, entre miembros del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), la Seccional de Investigación Judicial (SIJIN) y la Metropolitana de Bogotá (MEBOG), varios de ellos adscritos al CAI del barrio Nicolás de Federmán. “Hágale que para eso estamos”, contestó el hombre que lo había entregado para la tortura.

Aterrorizado por lo que acababa de escuchar, desorientado por no saber dónde se encontraba tras haber sido forzado, 90 minutos antes, a subirse a un vehículo particular en inmediaciones de la Universidad Nacional, adolorido por la golpiza recibida durante todo ese tiempo, sin la posibilidad de distinguir dónde estaba porque otro agente del ESMAD le había destrozado las gafas pese a sus ruegos, Carlo escondió la cabeza entre las manos y suplicó por su vida. “Por favor, no me hagan eso, no me dañen más, ya estoy muy golpeado”, a lo que el agente respondió “tan niña, le voy a cortar la cabeza”.

El joven de 27 años permanecía en la parte trasera del Renault Logan de placas OJX 134, perteneciente a la Secretaría de Seguridad y Convivencia de la Alcaldía de Bogotá, donde fue agredido en forma constante por un hombre del ESMAD que se montó detrás de él durante su supuesta captura. En la cabeza, las costillas, las piernas, los brazos. Si el carro pasaba por un hueco, su victimario celebraba con un golpe. Si Carlo intentaba acomodarse, otro más. Si decía algo, también. Si callaba, igual. Los insultos iban y venían desde el momento en que el agente ingresó al vehículo y le dijo: “¿usted creía que lo íbamos a desaparecer? Pues ahora sí”.

Las puertas fueron abiertas cuando el vehículo se parqueó en un área despoblada. Allí esperaban más policías y Carlo escuchó a su verdugo anunciar “miren, aquí les traje”. Esa frase fue el aval para un nuevo ataque verbal y físico que no cesó durante al menos 20 minutos. “Siga, siga”, decían, para darle la entrada a quienes hacían fila en la parte de afuera. Uno de ellos ni siquiera ingresó al carro. Antes de recibir una fuerte patada, Carlo sólo alcanzó a ver una bota policial acompañada del grito “hoy estoy como desparchado”.

El “procedimiento”, como lo calificó a la mañana siguiente el general Hoover Penilla, comandante de la MEBOG, había iniciado hacia las 9 de la noche del martes 10 de diciembre, cuando Carlo Giovanni y su novia se dirigían por la Calle 26 hacia el occidente de la capital, donde ambos residen. Como de costumbre, Carlo recogió a Elizabeth* pasadas las 7.30 en su lugar de trabajo, al norte de la ciudad, desde donde juntos continuaron el recorrido en bicicleta. Lo único que cambiaría ese día, o al menos esos eran los planes, sería la celebración de un mes más de relación. Orgulloso y enamorado, Carlo llevaba en su billetera 102 mil pesos (30 dólares) que había reservado para el pequeño festejo.

Al llegar a la carrera 30 con calle 45 se percataron de los disturbios que a esa hora se presentaban en los alrededores de la Nacho, así que decidieron desviar por la carrera 28 hacia el Park Way, y de allí tomaron hacia la 26.

Como lo aseguran varios testigos de lo sucedido, “todo estaba tranquilo” en la zona. Los dos jóvenes se juntaron a un pequeño grupo de ciclistas que iba a paso lento, en plan tortuga, como muestra de apoyo al paro nacional que se desarrolla en Colombia desde el 21 de noviembre y que hasta ese momento -día internacional de los Derechos Humanos- había generado más de 2.850 movilizaciones sólo en Bogotá, según las cifras de Jairo García Guerrero, secretario de Seguridad del Distrito.

Al llegar a la carrera 40, aún en linderos de la Universidad, Carlo notó que una de las llantas de su bicicleta estaba baja de aire, y se apeó para revisar. Elizabeth continuó adelante. Eran las 9.30 de la noche.

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En el instante en que Carlo revisaba su cicla, el ingeniero Alejandro Moncada y su esposa ingresaban a su residencia, ubicada en la acera de enfrente, después de la jornada laboral. Al abrir el garaje del edificio, ella se percató de la llegada de más de 40 agentes de la Policía, varios de ellos del ESMAD, en un operativo sorprendente y sin mayor justificación porque no había disturbio alguno en la avenida El Dorado. “Mira, allá en el piso tienen a dos personas”, le dijo a Alejandro, quien rápidamente subió a su apartamento, desde donde empezó a grabar videos con su celular. Uno de ellos, el que registró la detención arbitraria y el traslado de Carlo Giovanni Russi Rodríguez en un vehículo sin distintivos oficiales, fue el que le salvó la vida al estudiante.

“Aunque en el video que subí a Twitter se observa la presencia de unos 15 o 20 policías, en realidad eran más de 40 agentes, como se aprecia en otra grabación. En un principio pensé que se iban a meter a la Universidad, pero mi esposa me señaló que la policía tenía ahí a dos personas. De repente llegó un carro particular y se parqueó justo abajo de nuestro apartamento. De él se bajó un civil que se dirigió al sitio donde estaban los policías, lo cual me llamó la atención. Al cabo de un tiempo, tal vez 15 o 20 minutos, esa persona se devolvió. Pero no venía solo. Traía a un muchacho del brazo, sosteniéndolo como si fuera su amigo, pero también con mucha firmeza, como para que no se fuera a volar”.

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Al notar que su novio no continuó la marcha y la fuerte presencia policial, Elizabeth se devolvió. Reclamó con fuerza al ver a Carlo esposado y la bicicleta destrozada. Cuatro agentes del ESMAD se abalanzaron sobre ella sin que Carlo pudiera ver muy bien qué sucedía. Sólo escuchaba improperios y agresiones contra su pareja de alto componente sexual. Los uniformados acusaban a Elizabeth de ser “la moza de un guerrillero” y la amenazaban con llevársela y desaparecerla.

Carlo rogaba que no le hicieran daño, que la dejaran ir, pero otro ESMAD apuñaló las llantas de la bicicleta de Elizabeth, al igual que había hecho con la suya después de que un policía motorizado lo embistiera y la dejara inservible. “Míreme bien la cara, apréndasela de memoria que yo no tengo miedo. Vaya a buscarme si quiere, guerrillero hijueputa”, le había dicho el hombre que apuñaló su bici minutos antes.

Mientras esto sucedía, el joven estudiante de Comercio vio llegar a un civil de unos 30 años, de jean y chaqueta azul, de 1.70 de estatura, quien pretendía voz de mando ante los uniformados. A él ya le habían anunciado que lo judicializarían “por guerrillero”. Al oriente, en la calle 26 con carrera 38, se veían las luces de la patrulla policial que él y su novia habían visto en su camino. Carlo presumía que esa era la patrulla en la que se lo llevarían, y pese al miedo que le causaban los señalamientos, insultos y agresiones, se sintió tranquilo cuando uno de los miembros del ESMAD le dijo “cálmese, es mejor así, ellos no atienden”.

El hombre se identificó ante ellos como de la SIJIN, y después de forzar a Carlo a desbloquear el celular Huawei P30 que hacía tan sólo una semana había comprado a crédito y acababa de ser destruido parcialmente por un agente del ESMAD, le pidió la billetera. Poco después sentenció: “yo me lo llevo”. Carlo alcanzó a entregarle el morral a su novia, a quien le pidió avisar a su familia y tomarle “una fotico”. De inmediato, el hombre la amedrentó gritándole “usted no llama a nadie y no saca su celular, a menos que también quiera”.

Elizabeth, paralizada, no tuvo otra opción que dejar ir a Carlo, mientras otros agentes del ESMAD y la Policía la tocaban, insultaban y agredían verbal, física y sexualmente hasta cuando se dirigieron a la acera de enfrente para apoyar en la detención-desaparición de Carlo[1].

Así quedó el celular de Carlo Russi luego de que un agente del ESMAD le impidiera hacer una llamada para informar de su “detención”.

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Al cruzar la avenida, Carlo empezó a percibir algo sospechoso, pues la patrulla policial no había llegado y el hombre de la SIJIN, que le había quitado las esposas, lo llevaba de forma extraña. “¿Usted está armado?, preguntó. “Sí”, dijo él, y le ordenó montarse a un vehículo “de lo más normal”, según su propia descripción.

Asustado, Carlo se negó a subirse al carro. “¿Por qué me hacen esto? Yo no he hecho nada. Ustedes lo que quieren es desaparecerme”. Como pudo, se zafó del hombre y se refugió en un bar en busca de auxilio.

Si bien el sitio estaba lleno, tal vez por la música y el ambiente festivo ningún cliente se había dado por enterado de lo que sucedía hasta el momento en que se escucharon los pedidos angustiantes de un muchacho delgado, de gafas, que se escondió en la puerta de entrada del pequeño establecimiento mientras rogaba que no lo dejaran llevar, que estaba a punto de ser secuestrado.

“El joven estaba aterrorizado, gritaba que lo iban a secuestrar y señalaba a un hombre vestido de civil que estaba solo quien, tal vez porque vio que había cámaras de seguridad, se quedó fuera del lugar mirando al chico en forma amenazante. En un principio yo pensé que lo iban a robar, pero él pedía que llamaran a la Policía. Yo le respondí, hombre, qué más policía que toda esa que está allá al frente, y él me decía no, ellos no, ellos no. A mí me van a secuestrar. De repente el hombre sacó un radioteléfono pero no habló sino que hizo un ademán a los agentes que estaban en la calle 26 con carrera 40. Mal contados eran unos 40 o 50 policías para aprehender a una persona”, recuerda Esteban*, quien a esa hora departía con varios amigos en el lugar.

“La mayoría de los que estábamos ahí nos paramos para tratar de impedir que se llevaran al muchacho, pero los hombres del ESMAD llegaron en forma intimidante a grabarnos a todos en un celular. Eran demasiados, a él se lo llevaron por la fuerza, y aunque él pedía explicaciones del por qué se lo llevaban nadie le decía nada. Era un tumulto de agentes del ESMAD, al final no me di cuenta de más, sólo sé que se lo llevaron a la fuerza en un Renault Logan gris”.

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Desde su ventana, Alejandro Moncada escuchó los gritos de Carlo Russi y empezó a grabar el video que poco después divulgó en la red social Twitter. Él mismo sentía pánico por lo que estaba presenciando, pues eran demasiados hombres para detener a un solo joven y, peor, llevárselo en un vehículo que no parecía oficial. Uno de los clientes del bar le dio las placas del carro, OJX 134, que él dijo en voz alta durante el video, pero que luego transcribió con un error en su trino, tal vez por los nervios que le causó la situación.

Tweet de Alejandro Moncada que a las 10.01 pm del 10 de diciembre alertó sobre la detención-desaparición de Carlo Russi.

Poco antes, ese mismo 10 de diciembre, a la altura de la carrera 30 con 45, un ciudadano había logrado rescatar a María Fernanda Pérez, estudiante de la Universidad Nacional detenida-desaparecida en otro vehículo sin distintivos de placas HCI 264, ese sí perteneciente a la Policía. El hombre siguió el carro por la carrera 30 hacia el norte, mientras le hacía saber a los ocupantes que los estaba grabando. Las imágenes de la joven gritando ayuda y descendiendo del carro en medio del tráfico bogotano son tan angustiantes como los momentos que narran los testigos del secuestro de Carlo Russi.

Otra estudiante, Natalia Chaparro Guerra, detenida en forma arbitraria en la patrulla policial 17-7153 en la zona del Park Way, fue golpeada y abandonada sin ser puesta a disposición de autoridad alguna en el barrio 7 de Agosto, en los alrededores de la calle 66 con carrera 24. Al ser liberada, Natalia pidió auxilio a un grupo de hombres que la robaron y ultrajaron en una segunda revictimización. Estuvo a punto de ser ahorcada.

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Agachado, cubriéndose la cabeza para intentar impedir que le cortaran una oreja, soportando todo tipo de agravios físicos y verbales, Carlo oyó cuando el hombre de la SIJIN dijo una vez más: “me lo llevo”. En ese momento, una mujer policía, la única que no lo golpeó, se subió al carro y le pidió su nombre, dirección y teléfono “por seguridad”. Carlo temía lo peor. El hombre volvió a arrancar el vehículo, esta vez con la mujer y otro policía, distinto al del ESMAD, quienes lo llevaron al Centro de Atención Inmediata (CAI) de la Policía ubicado en el barrio Nicolás de Federmán, en la carrera 45 con calle 38 A, al norte de la Universidad Nacional.

Aunque estaba maltrecho y preocupado por una judicialización a todas luces injusta, llegar a un sitio oficial tranquilizó a Carlo. Hasta les deseó feliz noche a los hombres que lo habían secuestrado, y jugó con el perrito que tienen como mascota en el CAI, el mismo que esta periodista vio al día siguiente cuando fue en búsqueda del rastro del joven detenido-desaparecido en la calle 26.

Pero los vejámenes no pararon hasta que el hombre de la SIJIN se fue con sus acompañantes. En ese lapso le impidieron sentarse, aunque él pedía una silla porque se sentía adolorido luego de la tortura que le habían infligido. “Usted no está aquí de paseo”, espetó el hombre responsable de su golpiza, detención y secuestro, quien le ordenó permanecer erguido mientras salió para hacer una llamada. Al entrar, instruyó al agente que estaba de turno en el CAI: “éste se va judicializado, ya vienen por él”.

Pero el uniformado, a quien Carlo Russi describe como un buen policía, le sirvió un vaso de agua, le permitió sentarse y escuchó su historia. Lo dejó allí durante una hora, al cabo de la cual le entregó a Carlo sus documentos, teléfono y billetera (con tan sólo 2 mil pesos), y le informó que estaba libre, que se podía ir. Él, desorientado y con poca visión por la falta de sus lentes, le pidió ayuda. “¿Dónde estoy? Necesito volver a la 26”. El agente le indicó el camino, y como pudo Carlo llamó a Elizabeth. Ella aún estaba en el sitio donde se había separado de su novio, con las dos bicicletas destruidas, sin dinero y con la zozobra de desconocer cuál había sido el destino de su compañero.

Transcurrieron 45 minutos más antes de que la joven pareja se reencontrara. Ya Elizabeth había logrado que en un parqueadero le dejaran guardar las bicicletas. Era casi la 1 de la madrugada del 11 de diciembre.

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A las 9 de la mañana, cuando Carlo desayunaba, un policía del cuadrante del barrio Kennedy tocó la puerta de su residencia. La madre de Carlo lo dejó ingresar, sin saber que detrás de él venían otras cinco personas, entre quienes se encontraba el principal verdugo de su hijo, el hombre de la SIJIN que lo había desaparecido. Además de él, estaban miembros de la Seccional de Inteligencia (SIPOL), la SIJIN, la MEBOG, y una funcionaria de la Secretaría de Salud de la Alcaldía de Bogotá.

Los primeros 2.45 minutos fueron grabados sin autorización por el patrullero Rojas de la SIJIN, en un video que el 12 de diciembre la MEBOG entregó a esta reportera (https://youtu.be/4tVkB4A2VDk), aparentemente sin editar, como “prueba de vida” de Russi, junto a sus datos de contacto. Habían pasado más de 24 horas desde que el general Penilla asegurara en rueda de prensa que los dos “retenidos” en vehículos no uniformados se encontraban en “sus labores cotidianas”, y que esas “personas objeto del procedimiento” estaban disponibles para contar lo sucedido.

No obstante, en lo que respecta a Carlo Giovanni Russi Rodríguez, todos los funcionarios de la Policía ante quienes se indagó, incluidos el comandante del CAI de Nicolás de Federmán, Sergio Londoño, y de la Estación de Policía de Teusaquillo -a la que está adscrito-, mayor Rojas, se negaron a suministrar información. En ese sentido, pese a la supuesta claridad enunciada por Penilla, la identidad, paradero y condiciones de salud de Carlo Russi continuaron ocultos para la opinión pública. Pero no así para sus victimarios.

Después de despedirse, un agente de la SIPOL que se negó a brindar su identificación aunque sí suministró los apellidos de sus superiores (intendente Fandiño, de Antiterrorismo, y capitán Bolívar) regresó al domicilio de los Russi Rodríguez para indagar por las actividades de todos los miembros del núcleo familiar. Si bien ninguno contestó las preguntas y pidió que éstas se hicieran en presencia de un abogado, desde ese momento empezaron las llamadas “extrañas” a los dos hermanos de Carlo, así como la presencia de vehículos no identificados en los alrededores de su residencia. Además, la noche del sábado 14 de diciembre, el joven y su novia fueron víctimas de un aparente intento de robo.

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Si bien la MEBOG asegura que los vehículos no uniformados fueron utilizados debido a la ausencia de patrullas disponibles, no deja de ser extraño que en el mismo carro en que fue llevado Carlo haya sido trasladado el estudiante Franklin Melo el 21 de noviembre, o que en la zona donde Carlo fue “capturado” hubiera una patrulla policial debidamente identificada que ni siquiera hizo presencia en el lugar de los hechos.

Además, la Defensoría del Pueblo ha detectado automóviles sin identificar en los sitios de mayor concentración, hecho que ha prendido las alarmas frente a lo que podría ser una práctica de detenciones irregulares contra estudiantes, ciclistas y transeúntes que en ocasiones ni siquiera han participado de las marchas. “Le puede pasar a cualquiera”, dicen los jóvenes en los grupos de chat universitarios.

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Carlo intenta recuperarse del daño emocional y físico en tanto se apresta para tomarse las radiografías de nariz y costillas ordenadas por el médico de la EPS, quien dejó constancia en la historia clínica de la existencia de laceraciones, hematomas y “esguinces y torceduras de costillas y esternón”, así como de la obstrucción respiratoria del joven, secundaria a la golpiza.

Por lo pronto, continúa con pesadillas y no deja de recordar la frase con que se despidió el hombre de la SIJIN el día que lo visitó en su casa: “ahí nos estamos viendo”.

 

[1] “Se entenderá por "desaparición forzada" el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”. Artículo 2º de la Convención Internacional para la Protección de todas las personas contra las Desapariciones Forzadas.

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* Nombres cambiados por razones de seguridad