Veinticinco años buscándolo y al encontrarlo sigue perdido

08 Abril, 2021

Por ALEJANDRO MUÑOZ GARZÓN

Dios me puso la misión de buscar y reunir desaparecidos con sus familias y siempre lo hago de la mejor manera; pero para muchos, lo que hago jamás es suficientemente y pocas veces es lo mejor.

Años trabajando para encontrar una luz y poder resolver una desaparición y al final, es como si realmente no hubiera hecho nada.

En promedio, el 15 por ciento de los jovenes que escapan de su casa jamás dejan un rastro, es como si se los hubiera tragado la tierra y sus familiares caen en profundas crísis, muchos matrimonios se separan, los más viejos mueren en medio de angustias y remordimientos, sin que a nadie le importe y mucho menos, sin que nadie investigue lo sucedido.

Todo empieza con una pelea, muchas veces trivial y el enfrentamiento continuo por algo que atormenta a una de las partes en disputa, finalmente desencadena en una verdadera batalla campal, que en muchos de los casos llega a la agresion física y moral y deja secuelas afectivas muy difíciles de curar, ya que por la disputa, las partes se alejan, fermentan todo con silencio y el más vulnerado por palabras y acciones que hieren mentalmente, hace que se alejen en medio del misterio más torturante por la impotencia que genera el paso del tiempo y el aumento del silencio.

En todos estos años investigando casos de jóvenes que dejan sus hogares después de una pelea muchas veces sin importancia para los padres o hermanos, he podido constatar que no hay pelea chiquita.

Todo, absolutamente todo, es importante a la hora de evaluar una desaparición afectiva, de hijos aparentemente bien criados y rodeados de todas las comodidades, menos una y la más importante: Una comunicación tranquila.

Asi como lo oyen, para los padres que deciden pelear con sus hijos sin permitir una comunicación tranquila; pueden estar seguros que de continuar asi con algo de presion, perderan en cualquier momento el control aparente que tienen de sus hijos y pueden despertar en ellos, angustia, ansiedad y fomentar la idea de irse. Irse y bien lejos.

Casi puedo asegurarles, que entre más dolor y agresiones haya sentido el hijo, así de lejos irá a parar. Es como si en la sicologia del afectado, existiera el mecanismo de imponer un castigo a sus agresores y eso hiciera que los que se van, quieran generar en sus agresores, la misma angustia y el mismo dolor que ellos sintieron con palabras y acciones que los agresores jamás recuerdan o si las recuerdan, siempre para ellos son insignificantes o carecen de toda relevancia.

La mente de un vulnerado que pretende y está alimentando la idea de irse de su grupo familiar, jamás descansa y se convierte en un verdadero taximetro que va contando las veces que detecta odio, desprecio, desafecto o rencor y al alcanar un umbral suficente de soportar, se dispara con el más pequeño y elemental motivo.

Por eso, no es raro escuchar a padres que me cuentan:

  • Se fue después que le dije que se parara y se lavara las manos.
  • Me pidió un pan, yo le dije que fuera y lo cogiera y no quiso desayunar mas.
  • Todo lo que le dije fue que, esta es mi casa y aquí se hace lo que yo diga y lo vi salir a la tienda, pero nunca regresó.

Como en un inmenso y caudaloso rio, infestado de piedras, ramas, animales hambrietos y mucho peligo, los que deciden irse jamás advirten el peligro y los que se quedan, observando desde la tranquilidad de la orilla, enferman de impotencia, sin poder resolver nada.

Hace unas horas he logrado descifrar la misteriosa desaparición de un joven paisa que salió de su casa y aunque estoy seguro que lo asesinaron, sigo buscando sus restos mortales para que su familia me crea y logren descansar de tanto drama.

Toda la información de esta investigación pude obtenerla gracias a una foto de Juan Esteban que publiqué todos estos años en nuestro portal www.funreencuentros.com y que finalmente fue reconocido por el dueño de uno de los restaurantes donde trabajó Juan Esteban, primero como mesero y meses después como parrillero y chef en eventos especiales.

¿Triunfo con sabor a derrota? Parece mentira pero ayer se cumplieron 25 años buscando a Juan Esteban, el muchacho que salió de su casa en Medellin hace 25 años después de haber tenido una fuerte discusión con sus padres, porque estos no le aceptaron haber entrado a la casa la novia con la que según él, pretendía casarse y ellos no estuvieron de acuerdo

Juan Esteban no se llevó sino la ropa que tenia puesta. Dejó incluso su cartera con dinero y documentos. Verónica su novia también desapareció del barrio y jamas se volvió a saber de ellos.

Diez años más tarde, yo lograría encontrar y hablar con Verónica Giraldo, quien me dijo que ella no se fue del barrio con Juan Esteban, que ella se fue del barrio porque sus padres cambiaron de ciudad y habían quedado con su enamorado de irse juntos, ya que el padre de ella ayudaría con un trabajo estable al novio, pero éste jamás se presentó y nunca volvió a comunicarse.

Entonces, ¿qué había pasado con Juan Esteban? esa pregunta me persiguió hasta ayer en la tarde cuando logré confirmar que Juan Esteban llegó a Buenaventura donde trabajó en varios restaurantes y murió por una sobredosis a los 29 años de edad.

Como Juan Esteban estaba indocumentado, es probable que haya sido dejado en una fosa común y encontrar sus restos mortales será algo casi imposible de lograr 25 años después, pero hay que seguir intentándolo y en eso estoy.

Mi tarea ahora consiste en verificar con las autoridades de Buenaventura, algún rastro que me lleve a encontrar qué pasó con el cuerpo de Juan Esteban. ¿Dónde lo enterraron?

Maria Margarita su madre biológica es la única que sobrevive en un albergue de ancianos a las afueras de Medellín, donde en medio de su Alzahimer no deja de llamar a su hijo amado Juancho.

He llegado al final, pero vuelvo a comenzar pues siento que no he logrado hacer nada y aunque soy la única persona que he trabajado este caso por 25 años continuos y me he enfrentado contra la pasividad de las autoridades, el desinterés de algunos familiares, el hermetismo de las oficinas del Estado y la insolidaridad de los que saben dónde termina esta historia; siento que lo único que me acompaña y me guía son las lágrimas de la envejecida madre que se ha convertido para mí, en el eco de la voz de Dios que no se cansa de repetirme:

—Sigue, sigue adelante que ya falta poco...