En una tarde del 18 de Octubre de 1827 departían mientras tomaban te, dos grandes colosos del pensamiento: Hegel y Goethe. La conversación giraba alrededor de lo que es la esencia de la dialéctica. Hegel, expreso: “en sustancia, la dialéctica, no es otra cosa, sino el espíritu de contradicción que todos los hombres poseen y este don se muestra en toda su grandeza en la distinción que existe entre lo verdadero y lo falso. Lo malo es – interrumpió Goethe- que de estas artes y habilidades espirituales se abusa a menudo empleándolas en hacer ver lo falso como verdadero y lo verdadero como falso. Eso acontece, de seguro –replicó Hegel- pero solo lo hacen las gentes espiritualmente enfermas”.
Es bien sabido que tradicionalmente ha existido en nuestro país una casta dirigente detentadora del poder, que persiste en imponer su propia y única verdad: la falsa democracia. Es una casta espiritualmente enferma que ha logrado contaminar a nuestra sociedad y al pueblo, invirtiendo y deformando todos los valores morales, políticos y sociales. Las campañas políticas así lo demuestran, pero talvez nunca se había visto esta enfermedad como una verdadera pandemia como en la actual campaña presidencial. Enfermedad que ya tiene su propio nombre: POSVERDAD. Los síntomas son muy claros, comienzan por poner en tela de juicio las más elementales evidencias de lo que es objetivamente una verdad, para reemplazarla por una simple opinión sin evidencia alguna que pretende demostrar lo contrario.
Para lograrlo, esa opinión sin evidencias se repite por todos los medios posibles en forma sistemática, con fuerza, vehemencia, pasión e ira, hasta que cala en la conciencia general, convirtiéndose así en la nueva verdad o posverdad. En esta forma se cambian los conceptos, las teorías, las ideologías, las doctrinas, hasta los fallos judiciales, en fin, todas las realidades que se puedan dar por ciertas. Se juega con el honor, la honra, el saber y las pruebas que una sociedad ha logrado conformar, para seguir el camino más cercano a unos valores y a la verdad. Ya nadie sabe a quién creer; se cree únicamente en quien coincide con nuestras pulsiones, emociones e intereses del momento.
Por esto, estamos expuestos a cometer gravísimas equivocaciones al ejercer nuestro derecho democrático al voto. Estamos en una etapa de incipientes populismos en Colombia en donde los dirigentes que se destacan, se convierten en caudillos, casi fetiches de adoración por la desesperanza de un pueblo en encontrar la tierra prometida. Esta tierra no llegará. En mi ya larga vida en donde la experiencia me ha hecho ser un escéptico inveterado, solo encuentro algo de luz en un dirigente cuyos antecedentes personales y familiares son impecables, sin tacha moral alguna, Iván Duque Márquez , quién en su vida solo ha tenido experiencias positivas, en el campo del estudio, del trabajo, del deporte, de las artes y de la familia.
Simón Bolívar en el congreso de Angostura dijo: “Sin moral republicana no puede haber gobierno libre…”. La verdad, hace parte de la moral, por eso hay que vencer con el arma de la razón y la verdad objetiva, la enfermedad de quienes quieren mostrar lo falso como verdadero. Por tanto, debe llegar a la presidencia de los colombianos un verdadero poder moral representado por quien su hoja de vida no presente ninguna sombra en su comportamiento público y privado. Su juventud y criticada “inexperiencia” son virtudes que nos permiten, aún a los más escépticos, ver la luz al final del túnel. Tendrá que rodearse de los más preparados y honestos que igualmente representen ese poder moral. Y, sobre ese poder, enrutar el país por el camino de la equidad y la justicia social .