Una política de fantasmas y villanos

21 Agosto, 2021

Por RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL
Profesor emérito, Universidad Nacional.
Profesor titular, Universidad Libre.

 

La política internacional durante el gobierno de Uribe-Duque marca un hito regresivo en la historia nacional, solo comparable con Turbay Ayala, que apoyó a Thatcher en su guerra contra Argentina por las Islas Malvinas, y con José Manuel Marroquín, cuando se perdió Panamá.

No solo ha sido una política equivocada, plagada de yerros diplomáticos, sino reaccionaria y fracasada, con consecuencias negativas para Colombia. Muy pronto el presidente y su canciller Carlos Holmes, un político en campaña presidencial, abrazaron la política exterior para América Latina de Donald Trump, cerrando filas con la extrema derecha, la internacional de las espadas.

Se comprometieron en una conspiración contra Cuba, desconociendo los protocolos brindados a los negociadores del ELN en la isla y acusando al gobierno de la Habana de proteger terroristas internacionales, cuando habían sido garantes fieles del acuerdo.

Se comprometieron en la cruzada de intervencionismo del gobierno Trump, quien se empeñó en derogar los acercamientos del presidente Obama a la isla y extremar las sanciones. Esta ignominia se protocolizó con la votación en Naciones Unidas contra el bloqueo, a contravía de la opinión mayoritaria del mundo y del continente, además de los antecedentes, cuando Colombia votó contra esa medida.

La campaña anticubana se dimensionó con la consigna de Álvaro Uribe y Andrés Pastrana contra el castrochavismo, como el causante de las dolencias nacionales, como el narcotráfico y las guerrillas. A falta de referente comunista, se agitan los espíritus del nacionalismo primario, y ahora, frente a las protestas en Cuba de sectores inconformes, están dando lecciones de derechos humanos, que aquí viola el gobierno actual.

A manera de recuerdo de que un gobierno de derecha puede tener una postura de respeto con Cuba está el de Álvaro Uribe (2002-2010). Pero el fantasma del Palacio de Nariño carece de memoria, deambulando en medio de ese fétido olor a matadero que vive el país.

El capítulo de las hostilidades a Venezuela es obra de fanáticos y villanos que, con el beneplácito de la OEA, conformaron el Grupo de Lima, el cual declaró el intervencionismo a la nación hermana, alegando la violación a los derechos humanos y reconociendo un presidente de opereta como Juan Guaidó. La diplomacia y el espionaje colombiano se comprometieron en movidas que incluyen más que la duda razonable de complicidad con las intentonas armadas en Venezuela. Se declaró la guerra diplomática y económica de manera abierta, mientras el derrocamiento del presidente Nicolás Maduro se convirtió en una obsesión.

Iván Duque anunció la caída de Maduro en breve, e hizo un ridículo mundial con un show musical que era el mascarón de proa para una intentona intervencionista. Fracaso total. Con la elección del presidente peruano Pedro Castillo, comenzó la sepultura del Grupo de Lima.

Colombia vive la crisis humanitaria mas grave del continente, en compañía de Haití, en cuya desgracia este gobierno tiene acciones encubiertas. Está cuestionado por la participación de una escuadra de mercenarios exmilitares en el asesinato del presidente. Al igual, el país figura en los peores índices del registro internacional de la lucha contra la pandemia, debido a la política improvisada e irresponsable del Gobierno. 

Pues bien, el genocidio continúa y el Estado policía sigue en sus propósitos. Los informes de los organismos internacionales son duros, a pesar del lenguaje diplomático. La Comisión Interamericana en su visita confirmó buena parte de las denuncias contra el ESMAD y la Policía como responsables de muertos y desaparecidos.

El Estado se presenta como un Estado inconstitucional, violador del derecho internacional, ante la comunidad de colombianos en el exterior y ante pueblos y Estados, con una ilegitimidad creciente y una incredulidad sin atenuantes. La política exterior de un país suele ser la prolongación bajo sus propias modulaciones de la política interna. Se trata de la tradición que inició Florentino González, a mediados del siglo XIX, cuando planteó el despropósito de la incorporación a los Estados Unidos como el medio de resolver las dificultades que nos aquejan. Esa mentalidad que Suárez enriqueció con la respice polum es la que guía este gobierno, a contravía de la respice fratelli, consagrada en el artículo 9° de la Carta Constitucional.