Un godo bueno vs. un godo malo

21 Septiembre, 2021

Por GERMÁN NAVAS TALERO Y PABLO CEBALLOS NAVAS

El lenguaje rebuscado no es muestra de cultura, por el contrario, revela la ignorancia de quien lo emplea.

Dentro de las cosas curiosas que se ven en este país de opereta, fuimos testigos la semana pasada de un capítulo que nos permite pensar en que hay un godo bueno y un godo malo. En el debate sobre la reforma a la Policía Nacional que tomó lugar en el Senado, las cosas iban bien hasta que el señor presidente del Senado y conocido de autos, Juan Diego Gómez, comenzó a disparar verborrea contra unos fantasmas que se le aparecieron en su mente –pues nadie había hablado de esto– y dijo que la reforma a la Policía sería la que quisiera el gobierno y no la que quería la oposición “de izquierda”. En su criterio, el Congreso solo puede hacer aquello que le interese a Duque o a Uribe y en los términos que estos autoricen. El comportamiento imprudente del presidente heredero de Macías hizo que se elevaran protestas contra él y dando un ejemplo de caballerosidad, el doctor Germán Alcides Blanco, miembro de su mismo partido, le reconvino y reparó en la independencia que tiene la Cámara de Representantes del Senado, la cual parecía desconocer el señor Gómez, quien en esta sesión se creía un senador romano. Para Gómez y para todos aquellos que creen en que la Cámara es menos importante que el Senado, es preciso recordarles que la única diferencia que hay entre un senador y un representante es la circunscripción por la cual se eligen.

Con esta intervención, el doctor Blanco reafirmó su talante y demostró –al igual que lo hizo mientras lideró la corporación– un perfecto dominio del poder democrático. Su paso por la presidencia de la Cámara fue un ejemplo de cómo debe ejercerse la función legislativa y garantizarse los derechos de todas las bancadas. Durante su periodo nunca les quitó la palabra a los representantes declarados en oposición, permitió todas las réplicas y se ciñó fielmente a lo dispuesto en el Estatuto de la Oposición. La caballerosidad de Germán Blanco la exaltamos antes en esta columna y hoy reafirmamos nuestra apreciación.

En este rifirrafe también intervino otro ex-presidente de la Cámara, Alejandro Carlos Chacón, distinguido por ser defensor de la autonomía de la corporación. En esta ocasión puso en su lugar a Gómez Jiménez, quien dio a entender que los representantes eran subalternos del Senado. Alguien decía que sería bueno que Gómez, en vez de menospreciar a la oposición, aclarara los cargos que se le han hecho y que van desde el impago de sus deudas hasta la asociación con personas poco recomendables, y dudosos comportamientos comerciales, como lo reportó Cuestión Pública. Hay que señalar que estos cargos son de amplio y público conocimiento y que incluso en las semanas previas a la elección de la mesa directiva del Senado fueron mencionados como razones para no elegir al señor Gómez Jiménez como presidente.

Por fortuna el periodo de estos dignatarios solo llega a un año, o si no, ¿quién se los aguantaría? Contrario a lo que uno se imagina, Ernesto Macías tiene muchos admiradores y copistas en el Congreso de la República, como es el caso del actual presidente del Senado. Del debate del martes pasado rescatamos que gracias a Gómez conocimos la postura de las mayorías oficialistas sobre el tema: la reforma será en la forma, en el tiempo y con los actores que el gobierno disponga. Sería beneficioso para efectos del debate que el señor Gómez convocara a una audiencia para escuchar a las víctimas de abuso policial, pero todo parece indicar que no está dentro de sus planes. Sin escuchar a estas personas, ¿cómo espera que la deliberación sea suficiente? ¿Quiere que la Cámara vote un proyecto de ley que no ha sido consultado con las víctimas de los mismos desmanes que esta reforma busca prevenir? Queda para elogiar que no fue solo la oposición la que reprochó a Gómez, sino también uno de sus copartidarios. En conclusión: no todo godo es malo, pero tampoco todos son buenos.

Un titular de prensa nos produjo sensación de risa, porque formulaba una pregunta que es de lo más tonto que hemos leído. En la edición de este domingo de El Tiempo se leía “Moción de censura: ¿por qué sigue sin prosperar?”. La respuesta es muy sencilla, mientras el pote de la mermelada exista y lo tenga en sus manos el ministro de Hacienda, nunca prosperará una moción. Los gobiernistas saben que si llegaren a sancionar políticamente a un ministro del gabinete les cortarían los “apoyos para sus regiones” con los que se aseguran los votos en elecciones. El día en que se entienda que el Congreso no es un apéndice del ejecutivo –situación en que lo han puesto congresistas inescrupulosos– sino una instancia de control político al gobierno, las cosas cambiarán.

Nosotros quisiéramos que quienes dieron su apoyo tácito a Karen Abudinen en la votación de la moción de censura justificaran públicamente su decisión, ya que fue poco valiente la forma en la cual decenas de representantes se escondieron tras sus pantallas para no votar. Por lo pronto, los congresistas amigos del gobierno seguirán sufriendo de apendicitis y se mantendrán de rodillas ante el ministro de Hacienda, quien les llena sus potes cada vez que llegan a su despacho bajo el pretexto de buscar “apoyos” para sus “comunidades”. Si la destinación de esos recursos que entrega el ministerio de Hacienda y otras dependencias del Estado fuera pública y se determinara en audiencias con la ciudadanía, bajo constante observación de los órganos de control, puede que los congresistas por fin sean capaces de cumplir con su deber de hacerle control político al ejecutivo.

Cambiando de tema, estamos aterrados de la fantochería y el esnobismo de algunos periodistas y políticos en el empleo del lenguaje. Resulta que ahora una persona no monta un negocio, sino que abre un “emprendimiento”. La tienda, la cafetería, la sastrería, todos son emprendimientos y hasta el presidente de la República utiliza sin ningún cuidado esta expresión, que borra la identidad particular de cada empresa y consigo de las personas que están detrás de estas.

¿Qué opinan de “gobernanza”? Germán se la escuchó por primera vez a un periodista y creyó que se trataba del gobierno de Sancho Panza en la Ínsula Barataria. En días recientes varios congresistas han hecho uso del término “juntanza”, que a Germán le pareció “lobísimo”. Los antiguos, cuando se referían a que una pareja se iba a convivir, decían “arrejuntarse”, pero este término de reciente creación –juntanza– no tiene sentido. Como estamos reformando todo, ahora no abrimos una cuenta corriente, ahora “aperturamos” una cuenta corriente. Esto no es creatividad, esto es rebusque. Por último, en la época de Germán se decía que algunos pensaban algo, Gaitán decía “mi pueblo cree algo”, pero ahora los fantoches hablan de “imaginario colectivo”, que en lenguaje sencillo se traduce a lo que la gente piensa.

Ya que estamos hablando de palabrejas rebuscadas, nos pusimos a investigar los nombres de los ministerios y confirmamos lo que ya anticipábamos: algunos periodistas se inventaron una nueva cartera llamada “cancillería”, quizá para emular a Otto von Bismarck. El canciller es el cargo de jefe de gobierno –empleado en algunos países europeos– pero nunca se refiere a la connotación que acá algunos le han querido dar. Ojalá nos dijeran de dónde sacaron esa designación. En Colombia esa tal figura no existe. Acá hay ministro de relaciones exteriores.

Y así como para copiar tenemos canciller, los franceses tenían ‘Luises de oro’ y nosotros monedas autografiadas por el “doctor” Iván Duque. Por andar con una moneda de esas en el bolsillo, a Luis XVI lo identificaron mientras huía de Francia, fue debido a esa moneda que supieron que era un capeto y por ello le llevaron a la peluquería o guillotina. Las monedas entendidas como tal son las que sirven para pagar, para redimir una obligación o adquirir bienes, eso que algunos en este gobierno llaman ‘moneda’ es una vulgar medallita, hecha en metal barato con un bañito de oro. Dudamos que en el futuro se encuentre una moneda de Iván en una colección numismática. ¿Cuándo será que nuestros presidentes y ministros dejan tanta farolería y se dedican a resolver los asuntos propios de su cargo?

Adenda: genial nos pareció esta caricatura de Antonio Caballero, que circuló en redes sociales la semana pasada con ocasión del debate de reforma a la Policía. Titulado “Señor Policía”, retrata las impresiones de un oficial antidisturbios al recibir un nuevo equipamiento. Caballero dibujó en 1977 el problema que todos los gobernantes han pasado por alto y que hoy le corresponde atender al Congreso: los constantes abusos de miembros de la fuerza pública a manifestantes, particularmente a jóvenes estudiantes…

*Remate: Claudia López, cumpliendo su promesa hecha a su exjefe Enrique Peñalosa, comenzó la destrucción de Bogotá para su tal metro elevado. Obediente, ¿no?