Solidaridad y Fraternidad para enfrentar el COVID 19

16 Marzo, 2020

Por ELMER MONTAÑA

Por primera vez en la historia de la humanidad todos y cada uno de los habitantes conscientes del planeta coincidimos en un mismo momento en el sentimiento de estar amenazados de muerte por una misma causa.

Ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial hubo un miedo colectivo de tales dimensiones. En ese entonces, la gran mayoría de los países del planeta mantuvieron sus territorios al margen de la devastación aunque hubiesen enviado tropas para apoyar a los aliados.

Ahora la cosa es distinta. La velocidad de las comunicaciones ha permitido que en todas partes del mundo estemos informados, en tiempo real, de la expansión del Coronavirus y los estragos que ha causado, mientras que lenta e inexorablemente la enfermedad  cruza todas las fronteras.

Por una cruel ironía de la vida, el presidente más desprestigiado de la historia de Colombia y a quien la mayoría consideran inepto, frívolo e infantil, tiene en sus manos la vida de miles y miles de personas, por lo tanto tendrá que adoptar las más duras y complejas decisiones, como ningún otro mandatario que lo ha precedido. Sí Duque se equivoca o reacciona tarde, la pandemia podría diseminarse sin ningún control en todo el país, llegando a las zonas más vulnerables, donde la corrupción, la desnutrición y el pésimo sistema de salud serían propicios para causar enormes estragos en la población.

El gobierno colombiano estuvo expectante, desde el momento mismo en que se conoció el brote, perdiendo un tiempo precioso que pudo ser utilizado en el diseño de medidas preventivas.

Solamente cuando se reportaron los primeros casos de enfermos provenientes de  Europa anunció  medidas que a todas luces indican que el presidente de los colombianos no sabe qué hacer.  Eso de prohibir aglomeraciones de más de 500 personas parece un mal chiste que nos lleva a pensar que el presidente está más preocupado en desactivar las movilizaciones de protesta que en enfrentar el ingreso del Covid 19.

Duque parece no comprender que el virus está llegando en avión y en barco a nuestro territorio y no solamente a través de la frontera con Venezuela. Concentrar todos los esfuerzos en Cucuta sin ponerse de acuerdo con el gobierno de Maduro es una soberna estupidez. Mientras cierra la frontera oficial, las trochas se convertirán en la ruta de ingreso de miles de venezolanos que tratarán de huir de su país, convencidos de que el estado no está en capacidad de brindarles atención.  

Los economistas radicales, que por regla general son también grandes acaudalados, deben estar soplándole al oído a Duque que aguante, para evitar que la recesión los afecte en forma grave, de otra manera, no se explica que no haya ordenado el cierre definitivo de los muelles internacionales en aeropuertos y puertos marítimos, así como el cierre de oficina públicas.

Duque tendrá que decidir entre proteger la economía o la vida de sus compatriotas. Puede que lo uno no excluya lo otro y que exista una manera de resolver el asunto sin sacrificar uno de los extremos, pero mientras encuentra la fórmula equilibrada el virus avanza en todos el país.

Al paso que vamos seguirán ingresando portadores del virus a Colombia, sin un control efectivo, y cuando las tasas de mortalidad resulten alarmantes la gente se recluirá en sus viviendas, generando, ahí sí, una parálisis de la economía, con efectos  impredecibles.

Para los colombianos que tienen resuelta su situación económica, una cuarentena es lo más parecido a unas aburridas vacaciones en casa con toda la familia, pero para los millones de colombianos que viven del rebusque, es decir, que si no trabajan no tienen para comer ese día, es condenarlos a morir de hambre en sus viviendas. Quienes viven en estas condiciones extremas de pobreza no estarían dispuestos a acatar una cuarentena y se opondrían a la misma como una cuestión de supervivencia.

Si la medida a la que tendrá que llegarse, tarde o temprano, es la cuarentena, ¿cómo resolverá el gobierno la alimentación de los colombianos más pobres? ¿Será que Duque, en su infinita sabiduría, cree que morirían de hambre para proteger la economía?  No me extrañaría que piense así.

Salvar la economía o salvar vidas podría contraponerse en un momento dado, por eso puede resultar inútil la búsqueda de una solución equilibrada.

Necesitamos un presidente que privilegie la vida de sus gobernados y entienda que es la oportunidad para mejorar el sistema de salud, convertido en un negocio y en fuente de corrupción.

Duque es un accidente en la historia de Colombia, pero podría ser un accidente catastrófico según la manera en que enfrente esta crisis global. Cualquiera sea el número de personas que mueran como producto de la enfermedad, la primera reacción de los colombianos será echarle la culpa al gobierno. De nada servirá que se diga después que el dengue o manejar bajo los efectos del alcohol ha causado más muertes o que la sacamos barata, respecto a otras naciones,  los colombianos señalaran a Duque como único responsable ahondando la crisis de legitimidad y falta de confianza que hoy enfrenta.

Duque se ha mostrado inseguro y nadie sabe cuál es la estrategia real que tiene en manos para enfrentar esta pesadilla. Su desconexión con la realidad es evidente, por lo tanto, resulta lógico suponer que no está en capacidad de comprender la magnitud del problema y ponerse a la altura de las circunstancias.

El panorama es lo suficientemente catastrófico como para exigirle al gobierno que haga un alto en el camino, dejando a un lado los intereses y rencillas políticas, para ocuparse, por primera, vez en el bienestar de los colombianos más desprotegidos.

La tarea que le espera es descomunal. Tal vez meta la cabeza en un hueco para no ver lo que pasa o quizás tenga un destello de lucidez y advierta que necesita la ayuda de todos los colombianos y que esto va más allá de lavarse las manos y saludar de puñito.

Duque debe convocar a todas las fuerzas políticas y definir una estrategia radical que salvaguarde ante todo la vida y se ponga en ejecución con el concurso de todos los colombianos. También debe interpelar a la academia y al gremio de la salud, que han dado muestras de completa indiferencia. En muchas facultades de medicina el asunto ni siquiera se ha debatido con los estudiantes y en otras les han metido en la cabeza que el problema se ha magnificado y que estamos frente a una simple gripa, menos letal que el dengue. Por eso muchos jóvenes siguen más preocupados por la rumba, convencidos que el virus se cura fácilmente y es pasajero. Eso es cierto, pero lo que no se cura es la estupidez. 

Italia, Francia y España, decretaron cuarentena. La diferencia es que allá no existen barrios y comunas enteras donde viven ciudadanos en condiciones de pobreza extrema. Aguardar, como lo hicieron los italianos, a que las cifras se dispararan para prohibir el ingreso de extranjeros y poner en cuarentena obligatoria a los nacionales que llegan al país es una irresponsabilidad imperdonable.

Los opositores al gobierno no pueden sentarse a esperar en el balcón de sus casas a que la pandemia termine hundiendo definitivamente al presidente.  Sería un acto de mezquindad repugnante.  Apoyemos las medidas que el gobierno adopte, exijamos que sean próvida y demostremos que en los peores momentos somos capaces de las mejores acciones.

Nuestros conciudadanos necesitarán de nuestra ayuda, estemos prestos a brindarla en la medida de nuestras posibilidades.

Si tenemos que llegar a la cuarentena, sea voluntaria o impuesta, desde ya hay que pensar en centros de abasto y en mecanismos de distribución de alimentos a los más necesitados. Solidaridad y fraternidad deben ser las consignas para salir adelante. Quienes ya tienen víveres en sus despensas deben estar pensando en la ayuda alimentaria que deben brindarle a sus conciudadanos. Para esto se necesita que el gobierno lidere un plan de contingencia antes que la gente se vea forzada a salir a las calles en busca comida.

Por último, el gobierno y los mandatarios locales y regionales, los medios de comunicación y los usuarios de las redes sociales, deben dejar a un lado la información irrelevante y contradictoria o que busca minimizar el problema  y concentrarse en suministrar aquella que sea necesaria y útil para evitar el caos y, en caso extremo, ayudar a superarlo.

En este momento cobra vigencia la frase de Yuval Noah Harari, “en un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder”.