Sin vergüenza

20 Junio, 2021

Por MAURICIO NAVAS TALERO

Sin vergüenza

En este país los ciudadanos relegamos la sanción moral a la ley y a la justicia, y podemos soportar en un restaurante la presencia de un reconocido y proclamado corrupto.

En Colombia le decimos pena.  Pena, sin embargo no es la palabra precisa para expresar el sentimiento exacto que va en el título de este escrito. Pena, también se le dice a la tristeza y al duelo, nosotros la homologamos con la vergüenza.  De la vergüenza se dice, científicamente hablando, que es el sentimiento más bajo de las pulsiones humanas según la tabla de la escala de emociones de un señor de esos que saben de esas cosas que se llama David Hawkins. La vergüenza, en ese parámetro, está debajo de la ira, la ambición, el miedo, el dolor, la apatía y la culpa.  Confieso que me sorprendió que alguien lo hubiera dicho así de taxativamente,  pero no me sorprendió que así sea.

Ese sentimiento que encaja la vergüenza es aterrador, de pasada propongo que no le digamos pena a la vergüenza. La pena suena ligera, parece tan fugaz como el sonrojo, pero no, es vergüenza.  La vergüenza mata.  Que quede manifiesto: la vergüenza puede llegar a ser letal,  muchos de los suicidios de la humanidad se originan en ese sentimiento,  trillones de las mentiras que se dicen a diario en el planeta son sembradas por la vergüenza,  un incuantificable número de sobornos, extorsiones o chantajes comenzaron en un rapto de vergüenza.  Sentimiento complejo éste. 

La vergüenza es personal e intransferible,  tiene el tamaño que el poseedor de ella le quiera dar,  algunas personas se desmaterializarían por sentimientos de vergüenza que a otros les podrían parecer insignificantes e injustificados. 

Para hablar de la vergüenza a ser pillado en un acto indecoroso viene al caso aquella foto de Berlusconi, ese nefasto y despreciable primer ministro italiano, al que sorprendieron metiendo el dedo en la nariz para comerse un moco. No es grave,  a nadie se le hace daño comiendo mocos, pero qué vergüenza ser sorprendido en una acción tan indecorosa  y, además, absolutamente subjetiva. Hay otros que podrían hacer lo del corrupto del Berlusconi delante de una multitud y no se les sonrojaría una sola célula, es más, creo que a ese símil de nuestro Uribe, no se le coloreó un centímetro de piel con la pillada. Y consigno que me alegra que exista la vergüenza, no me agrada para nada la idea de que nos comamos los mocos frente a frente,  en ese caso ¡bienvenida la vergüenza.!

Hay vergüenzas irracionales que paralizan y hacen daño, a esas no me refiero, hablo de aquellas que tienen que ver con el decoro, la armonía y la ética. La vergüenza está directamente vinculada a la sanción moral,  práctica poco frecuente en Colombia. En este país, los ciudadanos relegamos la sanción moral a la ley y a la justicia,  podemos soportar en un restaurante la presencia de un reconocido y proclamado corrupto, y sentimos que debe ser un togado quien condene al delincuente y, en contraste, nos acercarnos a pedir autógrafos.  

La vergüenza, en ese parámetro, está debajo de la ira, la ambición, el miedo, el dolor, la apatía y la culpa.  Confieso que me sorprendió que alguien lo hubiera dicho así de taxativamente.
En este país los delincuentes no sienten vergüenza de salir a la calle porque el deseo de notoriedad de la gente hace que se olvide el crimen por tomar una selfie con personajes que, siendo toxicos, son notorios.  Referentes próximos son Popeye, a quien, inclusive ese comandante de ejército de apellido Zapateiro le hizo un homenaje que no ha tenido el valor civil de hacerle a las víctimas.  Ese sentimiento, de tan baja frecuencia, es urgente recuperarlo, porque su opuesto, la “sin vergüenza”,  ha contaminado a este planeta y estamos pagando un alto precio por las consecuencias. 

Era impensable en el tiempo de los abuelos soportar, y mucho menos, elegir en una magistratura del Estado a un tipo que, como Trump se refería y trataba a las mujeres como quedó evidenciado por múltiples testimonios comprobados de víctimas de sus abusos y acosos sucios y violentos.  Trump, hizo de la “no vergüenza” una plataforma de pensamiento. Robó,  maltrató y dañó,  no solamente sin vergüenza,  sino que, con arrogancia invirtió la polaridad de los valores y puso en el plano de lo correcto el racismo,  el clasismo,  la violencia de genero, la violencia racial y la corrupción.  Esta fue su gran herramienta, tuvo la integridad de hacer en público lo impublicable y lo hizo percibir como un talento. Insultó, maltrató, difamó, y lo más grave, sacó a la mentira del marco de la vergüenza y la llevo al de la legitimidad.

Con Trump,  en los Estados Unidos, la palabra “liar” que era una grave ofensa,  dejó de serlo y se volvió un ejercicio cotidiano del presidente, que desde su Twitter, se fajaba en el ejercicio de decir mentiras, hace falta la vergüenza, así sea el sentimiento más bajo en la escala de las emociones.  La mentira evidenciada debe dar vergüenza,  la acción sucia que se hace pública, además de castigada, debe ser avergonzada,  la vergüenza no está en el código penal positivo, pero sí está al alcance de todo ser humano,  por ahí cerca de la compasión. 

Ser “aparentemente” espiado en la línea telefónica, siendo presidente de Colombia, amenazando a otro de que le va a romper la cara con el remate de la palabra “marica” debería ser motivo de vergüenza,  no  son las palabras esperables del primer magistrado de una democracia. La muerte de 6.402 jóvenes inocentes lo mínimo que debe causar es vergüenza,  ¡lo mínimo!.  Aplauso para Juan Manuel Santos de quien discrepo en casi todo, pero a quien le agradezco enfáticamente su confesión. Que vergüenza que, al capataz de los falsos positivos, el mismo que apuñaló el dolor de las madres cuando dijo en su tono mafioso que “no estarían recogiendo café”, parece que le extirparon la vergüenza.