Santiago de Cali: las violencias de la política urbana y las respuestas ciudadanas

15 Junio, 2021
  • DERECHOS HUMANOS

Gerardo Ardila Gerardo Ardila

Por GERARDO ARDILA

La protesta contra la reforma tributaria y la amenaza de otras reformas que no se compadecían con la situación difícil dejada por un año de restricciones para enfrentar a la pandemia, llevaron a la gente a las calles. Los trabajadores informales de las ciudades, los más golpeados con las cuarentenas y los cierres, no pueden desarrollar sus actividades de rebusque del día a día, como les ha tocado desde siempre y enfrentan el empobrecimiento extremo, el desempleo, la amenaza de la enfermedad, la sordera de la sociedad y los gobiernos que, aunque no eran nuevos para los millones de habitantes de las áreas deprimidas urbanas, se exacerbaron con el contexto de la Covid. Nunca hubo un escenario más claro para demostrar el desmonte total del Estado de bienestar y el impacto de las privatizaciones, la conversión de los derechos en mercancías y la prioridad de los negocios sobre la vida misma. La respuesta violenta del gobierno nacional a la protesta desató los ánimos reprimidos de los que no tienen nada que perder, quienes se enfrentaron a la fuerza policial con toda decisión. Desde los primeros hechos, algunos analistas llamaron la atención sobre la similitud de las respuestas de comunidades que se consideraron estructuradas y organizadas y recurrieron a explicaciones de injerencia de grupos armados ilegales y saboteadores profesionales, que nunca fueron demostradas

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     Por el contrario, hace años que algunos políticos serios, artistas y escritores, estudiosos, activistas, urbanistas, biólogos, sociólogos e historiadores, han dedicado mucho tiempo y páginas para mostrar los peligros de las equivocadas políticas de “desarrollo” urbano. Hay propuestas concretas para buscar el equilibrio territorial, la equidad regional y la justicia social espacial, que no han merecido la atención de los arquitectos y urbanistas tradicionales, de los dueños y acaparadores de la tierra urbana, de las grandes empresas constructoras y sus gremios, de los funcionarios y gobernantes complacientes con la segregación y las exclusiones. Hace casi un año y medio culminó un proyecto de análisis de la situación de 12 ciudades colombianas cuyos resultados se publicaron en libros gratuitos de fácil acceso (https://library.fes.de/pdf-files/ bueros/kolumbien/16930-20201210.pdf). En el último tomo aparece el foro realizado en la Universidad del Valle, en Cali, con la participación de José María Borrero, Francia Helena Márquez, Marcela Navarrete, David Millán, Hildebrando Vélez, Juan Camilo Cock y Fernando Urrea. Algunas de sus ideas y el prólogo a ese volumen ayudan a plantear que lo que ocurre hoy en Cali y Bogotá es el producto de su historia y no la consecuencia explosiva de una conspiración internacional. Hace cien años, en 1920, empezó el presente de Cali, basado en un crecimiento acelerado y una expansión constante e innecesaria y, con ese crecimiento, llegaron los problemas de las grandes ciudades: entre otros muchos, la especulación inmobiliaria; la destrucción ambiental y el detrimento del paisaje; la transformación de los ríos en canales para secar sus áreas de inundación, con los consecuentes problemas de desecación y desabastecimiento de agua; la producción de miles de toneladas diarias de desechos sólidos y escombros de construcción y demolición usados para rellenar los pantanos y humedales; el individualismo y la competencia que destruyen los lazos de solidaridad y reciprocidad de la vida comunitaria; la inseguridad y las violencias de todo tipo. Desde hace cien años en Cali tomó fuerza el predominio de los intereses privados que sobreponen la rentabilidad del suelo al bien común de respeto y protección de la vida. En eso, tal vez los caleños no son muy originales, pero la medida en que esos intereses han cooptado al Estado sí es muy propia de la vida en Cali, donde las élites tienen el poder de influir en el cambio y adecuación de las normas, en el acceso al empleo público, en las posibilidades de tener una vida.

     Cali es una de las grandes ciudades de Colombia, con cerca de 2’228.000 habitantes y una región metropolitana de hecho. A mediados del siglo XX fue una ciudad muy particular en el imaginario de la nación colombiana: ostentaba una pretensión de civismo y participación ciudadana que no tenía ninguna otra región de este país. Florecían las artes con un manojo de artistas que descollaban en el teatro, cine, música, pintura, novela y crítica nacionales; este movimiento encontraba en la Universidad del Valle un hervidero intelectual de libertad y acción transformadora. Atrás de esa imagen ideal había una realidad distinta: Aprile-Gniset la ha descrito como una hacienda con una ciudad propia. Una élite de propietarios de tierras decidió convertir terrenos que serían áreas de conservación de humedales y pantanos vinculados con la dinámica de la cuenca del río Cauca en áreas de vivienda para migrantes y desplazados, sin importar los riesgos ni las deficientes condiciones de vida a las que se sometía a los nuevos pobladores.

              "lo que ocurre hoy en Cali y Bogotá es el producto de su historia y no la consecuencia explosiva de una conspiración internacional."

     Se “secaron” los humedales con rellenos de escombros y basuras y se vendieron grandes extensiones por metro cuadrado para proyectos inmobiliarios; el río Cauca y sus afluentes quedaron presos tras jarillones y diques que buscaban mantener secos los terrenos para la expansión urbana. Hasta esos pantanos se llevaron vías nuevas para facilitar la apertura de negocios con el precio del suelo, que Borrero explica cómo se disfraza de operación técnica gracias a las “falacias de la Lonja y de Camacol” que llaman “progreso urbanístico” a toda expansión horizontal, que nunca menciona los impactos irreversibles de la destrucción ambiental y de la injusticia social. Los bosques, los humedales y sus dinámicas, los suelos productivos se van sellando con la fuerza de la ambición y el desprecio por la vida. Aun hoy Cali tiene el riesgo permanente de desabastecimiento de agua y sobreexplotación de algunas fuentes. Mientras tanto, sin poner en riesgo el modelo de crecimiento expansivo y la generación de tanto dinero con el que no contaban algunos pocos ciudadanos, se deciden acciones paliativas, que justifican inversiones públicas y salarios oficiales, pero que nunca toman decisiones definitivas ni aplican correctivos reales. Los nuevos ocupantes de estas zonas quedan atrapados por su necesidad de mejorar la vida para sus hijos y descendientes; ponen cada centavo de su trabajo y poco a poco descubren el engaño del que fueron víctimas. Lejos estaban del paraíso que les habían mostrado al venderles y no tenían a nadie para reclamar por las estafas.

           "Los bosques, los humedales y sus dinámicas, los suelos productivos se van sellando con la fuerza de la ambición y el desprecio por la vida".

      Estas comunidades nacientes de migrantes y desplazados son fácil presa de los procesos de violencias asociadas al narcotráfico y otras industrias criminales del conflicto armado. El surgimiento y afianzamiento de las cadenas de producción y distribución del narcotráfico en Colombia tienen una relación directa con las políticas públicas vinculadas a la tierra, no solo a la tierra rural sino, muy en especial, a la tierra en las áreas urbanas. La segregación socio espacial y su correlato, el racismo, definen a Cali como mostraron Márquez, Cock, y Urrea en este foro, al punto de que parece algo natural para las élites y las clases medias caleñas. Estas son formas de violencia que solo se pueden cambiar si las cuestionamos y dejamos de considerarlas como algo “natural”. La violencia estructural que naturaliza la exclusión, la desigualdad, la segregación, les arrebata a millares de personas las posibilidades de tener un futuro; inclusive cercena las posibilidades de soñar con un futuro. Y cuando uno no puede soñar, ya está muerto.

"La violencia estructural que naturaliza la exclusión, la desigualdad, la segregación, les arrebata a millares de personas las posibilidades de tener un futuro; inclusive cercena las posibilidades de soñar con un futuro. Y cuando uno no puede soñar, ya está muerto."

      Al oriente de la ciudad vive la gente de piel oscura. Los analistas hablan de una racialización de las poblaciones de origen indígena y africano en esta ciudad que, al tiempo, cada noche muestra con orgullo la fiesta y la opulencia en su centro blanco. Las personas que llegan a esas zonas de la ciudad son desplazadas de otras partes, víctimas del conflicto armado colombiano. Francia Márquez lo dice en una frase directa: “La gente negra que llegó al jarillón de Cali era la que vivía en el norte del Cauca, y las tierras del norte del Cauca se las quitaron a esa gente para sembrar caña”. La mayoría son mujeres (afrodescendientes, indígenas y campesinas pobres) con sus hijos jóvenes sin posibilidades de cambiar su vida de pobreza: la ciudad solo les permitirá la subsistencia, en el mejor de los casos. Los trabajos a los que pueden aspirar son los mismos que deben atender desde que fueron traídos esclavizados a América. En Cali viven también las familias que basan su bienestar en el despojo de las tierras del norte del Cauca y en las herencias hacendatarias sobre las que han construido su poder y su prestigio.

      La tercera parte de la sociedad caleña es afrodescendiente; Cali es la ciudad que más gente afro tiene en América Latina después de Salvador de Bahía y la ciudad ha organizado su geografía para separar a la gente por su color y por su origen étnico y cultural. Al oriente, en Aguablanca, se supone que están las partes peligrosas de la ciudad, según el imaginario caleño de la parte blanca; y es allí en donde vive esa “gente peligrosa”, la gente de esa parte de la ciudad que no tiene alternativas. Francia Márquez lo describe con toda la claridad posible, narrando la ruta del despojo desde el arrebato de sus tierras de origen para sembrar caña o palma, hasta su llegada a Aguablanca. Y, tal vez, se podría seguir el relato hasta cuando sus hijos mueren en medio de la guerra cotidiana de los muchachos tratando de “hacerse una vida”. Las terribles tensiones entre estas partes de la sociedad caleña se expresan en las violencias mortales de las primeras semanas de junio del 2021. No son el producto de ninguna confabulación sino el fruto de la injusticia, el racismo, el clasismo, la arbitrariedad y el engaño convertidos en algo “natural” para los afortunados y poderosos

   "No hay posibilidades de construcción de la paz estable si no se entiende que hay millares de jóvenes que no tienen opción, que no tienen alternativas para poder vivir, que deben morir jóvenes. “

      Cock describe una verdad terrible: que en los últimos diez años en Cali murieron asesinadas cinco personas cada día, demostrando que Cali es una de las ciudades más violentas del mundo; pero lo más aterrador de las noticias de Cock es que los agresores y las víctimas son jóvenes de los barrios más pobres de la ciudad, quienes deben jugarse la vida: o matan o mueren y deben ser violentos para poder vivir. Es un efecto de la segregación y del racismo, de la violencia social naturalizada. ¿Se puede pensar en la paz sin transformar esas violencias estructurales? No hay posibilidades de construcción de la paz estable si no se entiende que hay millares de jóvenes que no tienen opción, que no tienen alternativas para poder vivir, que deben morir jóvenes. En otra frase aterradora, Fernando Urrea dice que los blancos llegan a viejos en Cali, a diferencia de los afrodescendientes que deben morir jóvenes. ¿Entendemos lo que está pasando en Cali? Ya veremos también el caso de Soacha y de Kennedy, en Bogotá. Ojalá no estallen las bombas de tiempo de Popayán, Cúcuta, Cartagena, Pereira, Buenaventura, Barranquilla. Tenemos que entender lo que pasa en Medellín, Santa Marta, Montería, Florencia. Historias propias producto de la misma política nacional.

       En Cali las acciones colectivas que pueden conducir a la transformación están en curso. Hace tiempo se iniciaron con la fuerza profunda de la música, los ritmos y los textos que resaltan la “belleza de mi gente negra” y que invitan a pensar la vida de otra manera diferente a la de las obsesiones del consumo, el individualismo y la competencia. Organizaciones de mujeres que construyen una sociedad diferente a la violenta propuesta patriarcal blanca y rica, trabajan tejiendo redes que enseñan a otras mujeres, a sus niñas, a sus hombres, a vivir con base en otros parámetros de existencia. Nuevas ciudadanías ejercidas por hombres y mujeres que reclaman respeto, el derecho a la diferencia, la posibilidad de encontrar en el amor la fuerza para construir Cali para todas y para todos. Hay grupos de jóvenes que se asocian con los viejos luchadores sociales para plantear nuevos mecanismos de participación ciudadana. Ahí está la única posibilidad, en el fortalecimiento de la democracia, el camino para la superación de la segregación y el odio.

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     La mayoría de las organizaciones y grupos de trabajo caleños y del Valle del Cauca han ido descubriendo que la vida no funciona por estancos, sino que todos los sueños forman parte de una sola búsqueda del cambio. La defensa de la vida es integral y, por tanto, implica defender los derechos de los animales, de los ríos, de los bosques, con la misma intensidad con la que se defienden las opciones vitales de los seres humanos. Para lograr superar las crisis que la sociedad enfrenta hoy, la pandemia, la pobreza, la exclusión, la segregación, la ignorancia, el individualismo, la pérdida de libertades, la destrucción y contaminación de la naturaleza, se requieren acciones pequeñas, las cuales aparecen listadas en los documentos y comentarios de este foro. Los participantes han hecho un gran trabajo; a los gobernantes, los políticos, los líderes sociales, los académicos e intelectuales, a los maestros y a los estudiantes, a las personas que se asocian en organizaciones locales, les compete estudiar estas reflexiones y adoptar, si les entusiasman, algunas de estas propuestas, para ayudar a convertirlas en un nuevo modo de vida, el que soñamos y que nos anima.