San Pablo, pueblo tomado

16 Octubre, 2018

Por HENRY HOLGUÍN*

El 7 de enero comenzó en San Pablo, Bolívar, como cualquier otro día. El pueblo de 20 mil habitantes –uno de los más importantes de la ribera del Magdalena- despertó temprano con el ronronear de los motores fuera de borda que llevan y traen gente y mercancía, desde Barrancabermeja y Puerto Wilches. Para Eliseo Fernández, motorista de un Johnson de 40 caballos de fuerza, el día se presentaba con buenos augurios:

            “Hacía sol y el calor subió desde las primeras horas… Nosotros salimos al muelle pensando que por haber sido el día anterior fiesta de Reyes, tendríamos mucho trabajo… Nada hacía pensar que pudiera ocurrir algo en el pueblo”. Numerosas personas, que trabajan diariamente en San Pablo, abordaron en la mañana del 7 los botes, con la intención de pasar los últimos días de vacaciones. Llegaban grandes cestas con pescado, racimos y frutas, mientras el muelle se iba llenando de gente.

            Al mismo tiempo en el pueblo, el comandante del puesto de policía, sargento Luis Antonio Berdugo, entró como todos los días al único hotel de la localidad y se sentó a desayunar a una de las mesas.

            Antes de pedir el desayuno, el sargento Berdugo se levanta y saluda cordialmente a dos huéspedes del hotel. Están hace dos días allí, y son “comerciantes”, según han dicho a todos.

            Mientras el sargento Berdugo vuelve a sentarse a la mesa, los “comerciantes” salen del pueblo en “viaje de negocios”.

            En realidad, los “huéspedes” son enlaces del Ejército de Liberación Nacional, y en la mañana de ese 7 de enero se dirigen hacia la sierra donde se encuentra Fabio Vásquez Castaño. Van a decirle que todo está listo y que el pueblo puede ser tomado en cualquier momento.

La noche de la emboscada

            Ha pasado el día. Son las dos de la madrugada y en San Pablo no hay nadie en las calles. Frente al comando de la policía, el agente Omar González –un hombre enjuto, de cabello aindiado- monta guardia con su carabina al hombro. Todo estaba tranquilo.

            De pronto, unas sombras cruzan la calle sigilosamente. El agente González se pone alerta, pero luego se tranquiliza. Los desconocidos han seguido hacia el muelle y seguramente se trata de gente del pueblo que va a alistar sus mercados.

            Pero otros hombres desconocidos han comenzado a entrar al pueblo.

            En los muelles, un hombrecito de pantalones color caqui y camisa azul, cabello ensortijado y una tos nerviosa, se arrodilla al lado del grupo de hombres que ha comenzado a sacar cosas de sus morrales.

            -La bazuca colóquenla aquí –dice.

            Un tubo largo, provisto de granada –arma mortífera- es emplazado en el muelle. El hombrecito es el sacerdote Domingo Laín y sus compañeros forman la avanzadilla del ELN, que va a tomar San Pablo esta noche del 7 de enero.

            Atrás del pueblo, sobre la pista del aeropuerto, otros han comenzado a trabajar. Dos morteros son emplazados en la pista “por si se les ocurre mandar el helicóptero con tropa desde Barranca”. El moreno que limpia los morteros se llama Ricardo Lara Parada. La prensa ha dicho que está muerto, pero no es cierto. Oriundo de Barrancabermeja, donde vive toda su familia, Lara Parada ha unido sus fuerzas a las de Fabio Vásquez Castaño para este asalto.

El asalto al cuartel de la policía

            El agente Omar González se ha sentado sobre la tapia exterior al cuartel donde hace guardia desde horas antes. Su carabina ha quedado recostada contra el muro donde el policía mece los pies de arriba abajo, sin sospechar el “terremoto” que se le viene encima.

            De pronto escuchóse un grito:

            -Quieto… Somos del Ejército de Liberación Nacional, ríndase que nada le va a ocurrir…

            El agente González no es nuevo en estas lides. Con agilidad se lanza tras el muro, toma la carabina y comienza a disparar. Frente a él, en una casa a medio construir, el cura Domingo Laín y diez guerrilleros inician una sinfonía de plomo que sólo habría de terminar mucho después. Adentro, los policías se levantan en pantaloncillos, medio dormidos, sin saber qué pasa y agarran instintivamente sus armas. Los disparos despiertan al pueblo y en algunas casas comienzan a abrirse las ventanas.

            El agente Omar González se ha descuidado. Aprovechando una tregua, saca la cabeza por encima del muro para confirmar las posiciones de sus enemigos. A pesar de que el policía no podrá contarle ya a nadie qué fue lo que ocurrió, muchas personas recuerdan los hechos siguientes:

            El cura Laín y un niño de aproximadamente 12 años, se encuentran precisamente frente al soldado González. Ambos –el sacerdote y el muchacho- están tendidos sobre el estómago, protegidos por una trinchera de cemento. Cuando el agente González se descuida y asoma la cabeza, el niño apunta y hace fuego. El policía se desploma y después sólo se escuchan los quejidos durante minutos, hasta que se hace el silencio.

            -Ríndanse… no pueden resistir, están rodeados –grita el cura Laín.

            Dentro del cuartel, los otros seis policías se disponen a resistir. A los gritos del sacerdote guerrillero, los agentes responden con plomo. Entonces, Laín ordena el ataque total.

            Cerca de diez irregulares, armados con pistolas, fusiles y ametralladoras se lanzan sobre las puertas. Antes que los representantes de la ley puedan hacer nada, una granada del MK-2, tipo “piña”, explota en el interior y acto seguido un coctel molotov estalla en la puerta. El agente Luis Montenegro cae al suelo lanzando gritos, con medio cuerpo en llamas. Otro policía, Orlando Echavarría, también se desploma gravemente herido. La resistencia ha terminado. Los agentes empiezan la retirada.

Las cosas que nadie ha dicho

            El sargento Luis Antonio Berdugo, comandante del puesto, trepa a una palma de coco desde donde contempla el resto de la historia. Uno de los policías ilesos tira su carabina al fondo de una letrina llena de excrementos, en un desesperado intento de evitar que caiga en manos de la guerrilla. Pero ya los irregulares están dentro del cuartel, lo han visto y lo encañonan:

            -Hágame el favor –le dice el cura Laín- de bajar a la letrina y traerme el fusil…

            Cuando el agente García ha terminado la desagradable tarea, el cura guerrillero le ordena:

            -Ahora, límpielo… pero con las manos…

            Los otros policías, con las manos sobre la nuca y en calzoncillos, son llevados hasta una esquina en donde queda de guardia el sacerdote español. Incorporado a la guerrilla el año pasado, y otro hombre a quien llamaban “Braulio”.

El pueblo tomado

            Hay que resaltar la evidente planificación del asalto guerrillero, que ha debido ser organizado desde mucho tiempo atrás. Mientras en un costado del pueblo se lucha por el cuartel de policía, los guerrilleros no pierden tiempo. Un grupo ataca la residencia de un agente de policía que, por casualidad, no se encontraba en el pueblo. Es el primero que se salva, de milagro.

            A media cuadra del cuartel ha ocurrido otra cosa. Las puertas son violentadas a punta de culata por cinco guerrilleros. Al frente de este grupo, un hombre a quien los testigos recuerdan como “alto, delgado, de cabello largo, lacio, que le llega a los hombros y grandes bigotes que se parecen a los de Pacheco”. Es el único que viste uniforme de camuflaje o “fatiga” del Ejército, y tiene la voz de los hombres acostumbrados a ordenar. Sus seguidores lo conocen como “Alejandro”. En realidad, se llama Fabio Vásquez Castaño, y es el líder y principal ideólogo del Ejército de Liberación Nacional, fundado por él en 1963.

            Las puertas que acaban de derribar son las de la Caja Agraria. Vásquez Castaño manda a buscar a los empleados de la entidad, que son sacados de las camas “con cordialidad, pero bajo la firme amenaza de sus armas”, según recuerda uno de ellos.

            Ya en la Caja, Fabio Vásquez se dirige a los empleados. Ha tomado asiento en el escritorio del gerente. “Su voz –recuerda un testigo presencial- es monótona, llena de pausas y silencios, como un disco que se hubiera rayado a pedazos”.

            -Ustedes –dice Fabio Vásquez- son unos bandidos y unos explotadores del pueblo… Los préstamos de la Caja Agraria están destinados a unos pocos, mientras que la gran masa de los campesinos no recibe cinco centavos… Háganme el favor y me entregan el libro mayor de contabilidad de la caja…

            Cuando se cumple la orden, Fabio Vásquez recorre con dedos expertos la hilera de cifras. Pide una sumadora y después de contabilizar durante pocos minutos, dice:

            -Ustedes tienen en caja medio millón de pesos aproximadamente, hagan el favor y me entregan esa plata…

            Los asustados empleados de la Caja, obedecen. A última hora faltan 5.000 pesos.

            -Ese dinero no se puede perder –les dice Vásquez Castaño-: tienen 10 minutos para encontrarlo.

            Y lo encuentran.

Sorpresa total

            Mientras el comandante general del ELN practica su contabilidad en la Caja Agraria, los grupos guerrilleros han completado la toma del pueblo. En el sector oriental, barrio San Rafaelito, varios vecinos asustados tratan de escapar hacia el monte. Es imposible. Hay guerrilleros por todas partes.

            “Eran unos doscientos por todos –recuerdan los testigos-, gritaban consignas revolucionarias y estaban muy bien organizados. La sorpresa fue total…”

            Como prueba de esto, tenemos este hecho. La guardacostas de la Armada Nacional hizo un recorrido en la madrugada del 7 de enero a lo largo del río Magdalena, pasó frente a San Pablo y sus ocupantes no notaron nada raro. Sin embargo, escondidos tras los muros del muelle, los guerrilleros del cura Laín, esperaban conteniendo el aliento. Si la guardacostas se acerca, las órdenes son claras: esperar que se ponga a tiro y disparar una granada con la bazuca. Fuentes oficiales se muestran de acuerdo con que había resultado facilísimo para los irregulares disparar la bazuca a bocajarro, provocando una verdadera tragedia. Pero la guardacostas no se detiene y pasa frente a San Pablo, que a esa hora -4:35 de la madrugada- ya está totalmente en poder de la guerrilla.

Lo que siguió

            Diversas cosas ocurren al mismo tiempo, en esa madrugada de San Pablo. El cura Laín, con la carabina en las manos, espera frente a los policías en ropas interiores, sentados en un andén, espantando infructuosamente los mosquitos.

            Fabio Vásquez, llevando en un maletín el medio millón de pesos “decomisado” a la Caja Agraria, se dirige hacia las instalaciones de Telecom, situadas en el centro del pueblo, frente a la plaza principal. El gerente de Telecom y su esposa hace tiempos que se encuentran bajo la vigilancia de varios guerrilleros armados.

            “Ellos se portaron bien con nosotros y a pesar de que estábamos muertos de miedo, nos repetían a cada momento que no había nada que temer”, recuerda la señora.

            Cuando llegó Vásquez a Telecom, el panorama cambió totalmente.

            -¿Estos aparatos son transmisores? –preguntó.

            Ante la respuesta afirmativa, y sin decir palabra, el jefe guerrillero agarró uno por uno los aparatos y los estrelló contra el suelo. A partir de ese momento, San Pablo quedaba incomunicado.

            -Ahora –dijo el jefe del ELN- vamos a reunirnos en la plaza…

El tribunal revolucionario

            A una hora señalada –lo que demuestra que todo estaba previamente acordado-, los guerrilleros comienzan a reunir al pueblo en el parque central.

            En la base de un pequeño monumento a la Virgen de los Remedios, se ha sentado Fabio Vásquez. A su derecha, Domingo Laín. A la izquierda, un hombre de color: Ricardo Lara Parada.

            Los tres jefes del ELN son vistos juntos, en público, por primera vez.

            Los habitantes del pueblo, algunos asustados, pero la mayor parte llenos de curiosidad, los rodean. En el centro, todavía en ropa interior, los agentes detenidos. Es Fabio Vásquez el que habla:

            -Estos policías son unos protectores de la oligarquía. Nunca han defendido a nadie pobre y sólo el que tiene dinero tiene derecho a la protección policíaca… Por eso, y para sentar un escarmiento, he decidido fusilarlos. Durante mucho tiempo han maltratado a los habitantes de este pueblo. Ahora van a morir…

            El agente Octavio Arévalo Bustos cuenta lo que siguió: “Cuando escuchamos es vaina nos miramos los unos a los otros. Yo extendí la mano y toqué a mi compañero Ramiro Fonseca en la mano, como en un gesto de despedida”. Ya estaba todo listo. Vásquez se puso de pie y sacó adelante al agente García y a otro, para que los fusilaran primero. En ese momento intervino el cura Laín:

            -Yo pienso, “Alejandro” –dijo-, que es mejor que el pueblo forme un tribunal revolucionario y decida sobre la suerte de estos policías… Creo que es el pueblo el que debe decidir...

            Vásquez lo miró un momento y luego dijo con voz fuerte:

            -¿Quieren que estos hombres sean fusilados, o no?...

            La gente –aproximadamente mil personas reunidas en la plaza- quedó en silencio, aun cuando Vásquez repitió la pregunta.

            “Nos habíamos quedado mudos –cuenta uno de los habitantes-. En realidad, muchos teníamos motivos para tenerles bronca a los policías, pero nadie quería que los mataran… A pesar de eso, el miedo nos tapaba la boca”.

            Y fue Evelio, un conductor de lancha de motor, quien rompió el silencio:

            -A mí me parece, señor Fabio –dijo-, que estos hombres están trabajando por un sueldo y no tienen la culpa de lo que hacen. Yo creo que no deberían morir…

            -¿Y usted quién es? –le preguntó el guerrillero.

            -Un obrero, como me han dicho que era su padre –dijo Evelio.

            -Entonces –gritó Vásquez dirigiéndose al pueblo-, ¿quieren que matemos a los policías, o no?

            Ya el miedo estaba roto. Más de mil pares de manos haciendo un signo negativo se levantaron silenciosas. Vásquez habló entonces a los policías.

            -Agradezcan al pueblo, que les salvó la vida…

            “En este momento –concluye el agente- me puse a llorar como un niño…”

Secuestros y discursos

            Mientras el dramático “juicio popular” se llevaba a cabo en el centro del pueblo, otra patrulla guerrillera, comandada por el sacerdote Enrique Pérez, llegaba hasta donde Vásquez Castaño.

            -Ya están listos los rehenes –informó el sacerdote.

            Con él –manos amarradas a la espalda- se hallaban cinco prestantes ciudadanos de San Pablo: Gabriel Ochoa –propietario de numerosas casas en el pueblo-, Francisco Páez, Norberto Morales, Francisco Barajas y su hijo, de 14 años de edad. Todos tienen extensas propiedades en la región y uno de ellos –Norberto Morales-, ya había sido secuestrado por Fabio Vásquez, quien le exigió de rescate 200 mil pesos.

            -Nos volvemos a ver, don Norberto –díjole el jefe del ELN.

            Entonces comenzaron los discursos. Vásquez Castaño arengó a los pobladores y atracó violentamente a diversos dirigentes de la política nacional.

            -Alfonso López Michelsen –dijo- es una carta más del gobierno oligárquico que quiere distraer la atención del pueblo. María Eugenia Rojas de Moreno y su padre tratan de crear una especie de fascismo revolucionario que atrasaría siglos la marcha de nuestra nación… Belisario Betancur y Julio César Turbay son los que vienen a reemplazar a Sourdís en el juego electoral del gobierno…

            El sacerdote Domingo Laín dijo:

            -Ustedes se extrañan porque hemos matado a un policía… La sangre de los policías es igual a la sangre nuestra… Sin embargo, no se extrañan cuando cae un guerrillero…

            El niño de 12 años, autor de la muerte del policía, comenzó su discurso diciendo:

            -Nosotros, los revolucionarios conscientes…

La verdad sobre el saqueo

            Mientras los oradores se dirigían al pueblo, patrullas guerilleras asaltaban numerosos negocios, de acuerdo con una “lista negra” preparada previamente.

            “Yo estaba en mi casa –cuenta Rafael Rubiano-, frente a la Droguería Moderna, de propiedad de Argemiro Ayala Carreño, quien me había dado las llaves de su negocio para que las guardara. Cuando llegaron los guerrilleros y preguntaron por la llave para entrar a la farmacia, yo me quedé callado. Entonces, alguien les dijo que yo las tenía y el cura Laín se acercó a mí y me encañonó con un pistolón: ‘O me las entrega o lo mato’, me dijo. Y yo se las entregué”.

            La patrulla saqueó la Droguería Moderna llevándose absolutamente todas las drogas. Mientras tanto, otros graneros y almacenes –El Nuevo, la Estancia y La Buena Fortuna- eran saqueados por los guerrilleros, que cargaron alimentos y vestidos. Entonces, el vandalismo se generalizó.

            “Fue la misma gente del pueblo la que saqueó –dice Luis Jaime, quien perdió 30 mil pesos en especies-. Los guerrilleros los amenazaban con disparar si seguían robándonos, pero ya era imposible detenerlos… Los mismos habitantes de San Pablo se llevaron mis cosas… Por ejemplo, bombillos, ¿para qué iban a querer bombillos los guerrilleros en el monte?”

            -Y ahora al juzgado… -dijo Fabio Vásquez.

            Y la turba se dirigió hacia allá.

Queman los sumarios y liberan a los presos

            En el interior del juzgado, Fabio Vásquez comandó una operación planeada desde mucho tiempo atrás. Todos los sumarios levantados por el juez municipal contra delincuentes comunes y enlaces de las guerrillas fueron incinerados. Una investigación iniciada años atrás, quedó otra vez en cero.

            -Y ahora –dijo el jefe del ELN-, a la cárcel…

            Tras las rejas se encontraron seis detenidos: Alirio Ruiz, Gustavo Villanueva, Roberto Hortúa, Hidalgo Jiménez, Darío Jiménez y Yolanda Molina. Sólo uno de ellos estaba detenido en relación con su vinculación a la guerrilla.

            Vásquez Castaño llegó hasta el calabozo y les gritó a los presos:

            -Somos del ELN. ¿Quieren libertad?

            La respuesta fue obvia y los seis presos quedaron libres.

La fuga

            Siete y cuarenta y cinco de la mañana. En el centro de la plaza se encuentran los guerrilleros dialogando con la gente. Alguien le pide al cura Laín que oficie una misa y éste accede, siempre y cuando tenga permiso del cura párroco de la población. Pero el sacerdote ha salido para Cartagena a pasar vacaciones y la misa se queda “para otra ocasión”.

            Siete camiones, “requisados” por los guerrilleros, se encuentran cargados hasta los topes de comida, ropas y drogas. También las armas de los policías.

            “Se llevaron todos los vehículos… -cuenta la gente del pueblo- hasta uno que no tenía llantas querían sacarlo…”

            Cuatro jovencitos de San Pablo –sus nombres se encuentran en poder de la autoridad- ingresan a las guerrillas. Tienen 14, 16, 18 y 20 años. Vásquez los recibe y habla del “ejemplo que da esta juventud revolucionaria…”

            Cinco minutos después Vásquez ordena:

            -A los camiones…

            Doscientos guerrilleros comienzan a salir de San Pablo disparando sus armas y gritando vivas del ELN, al padre Camilo Torres y al “Che” Guevara. La gente del pueblo se queda mirando la carretera donde se va asentando el polvo que dejan los camiones.

            La toma ha terminado.

*SOBRE EL AUTOR. Henry Holguín Cubillos nació en Cali en 1949. Inició su carrera en la radio, a la edad de 13 años. En 1968 se incorporó a la planta de redacción del diario caleño Occidente y en 1970 a la revista bogotana Cromos (en la que hubo de estar en dos temporadas), donde publicó muchos de sus más famosos reportajes. De hecho, el que reproducimos aquí apareció en esa revista, en 1972. Su estilo y fascinación por los temas criminales y de acción callejera lo llevaron a convertirse en una estrella en los medios especializados en ese tipo de contenidos, como los desaparecidos El Espacio y El Caleño.

Murió de un infarto fulminante en Guayaquil, Ecuador, el 6 de diciembre de 2012, siendo director de Extra, en ese momento el diario de crónica roja de mayor tiraje en América Latina.