¿Quién la tiene más grande?

10 Marzo, 2022

Por ADRIANA ARJONA

Lo que hoy presenciamos sobrepasa la imaginación de cualquier guionista de Black Mirror: un cómico recordado por un sketch en el que toca el piano con el pipí gana las elecciones presidenciales de Ucrania tras protagonizar una serie de Netflix en la que gana las elecciones presidenciales de Ucrania. El cómico pretende entrar a la OTAN, cosa que enfurece a su vecino, Putin, un ruso ex KGB de la tercera edad, a quien le encanta ser fotografiado con el torso desnudo y envenenar con sustancias radioactivas a quien se le oponga.

Estamos presenciando, en tiempo real, la cuarta temporada de la serie ucraniana de Netflix, en la que el “eterno salvador de la libertad”, Estados Unidos de América, apoya al cómico e invita al mundo occidental a unirse en contra del enajenado Putin, que no quiere que le instalen misiles en la frontera con su país, a siete minutos del Kremlin (¿qué tan enajenados estarían en Estados Unidos si sus archi-enemigos históricos con poder nuclear instalaran bases en la frontera con México?).

Estados Unidos ha estado involucrado en 139 guerras desde 1945, pero ha salido derrotado en todas ellas, excepto en la del Golfo en 1991. Ha sido derrotado en todas, pero ha ganado en términos de mantener su posición ante el mundo como el país que lleva las riendas de la gobernanza global: siguen parados en esa tarima moral desde la cual juzgan pero no admiten ser juzgados (Corte Penal Internacional); vetan pero no pueden ser vetados (ONU); producen alrededor del 24% de la riqueza global pero gastan el 60% (Fuente: Vista Capitalism); inician guerras en otros países (Vietnam, Camboya, Corea, Libia, Irak, Afganistán, Siria, por nombrar solo algunos) pero no quieren que nadie les toque su propia soberanía; lideran la lucha contra las drogas y promueven la fumigación en los países cultivadores con glifosato, sustancia clasificada como un "probable cancerígeno" desde 2015 por la Organización Mundial de la Salud -OMS, a la cual pertenecen; elevan la bandera de la lucha contra el terrorismo aprobando la Ley Patriota, que arrasa con varios de los derechos humanos al restringir las libertades así como las garantías constitucionales de los ciudadanos, tanto de los Estados Unidos como de otros países; protagonizan cualquier cantidad de episodios inmorales como nación, pero se ensañan con individuos, como Assange o Snowden, por hacerlos públicos.

¿Es solo Putin el chiflado? ¿No será que el planeta entero está un poco loco por seguirle el paso a Estados Unidos en este baile tan dispar?

Cada vez que en Estados Unidos hay una crisis política, económica o social, se inventan una guerra. Es lo que mejor saben hacer, para lo que se han entrenado, lo que los hace sentir “great again”. Son buenísimos poniendo nombres para cada operación militar que emprenden, y mejores aún para redactar discursos con frases que se vuelven tendencia: “Si atacan a uno (refiriéndose a los países de la OTAN), nos atacan a todos”, dijo por estos días Kamala Harris.

Los gringos son extraordinarios a la hora de crear enemigos mundiales, a los que señalan públicamente para luego construir los argumentos necesarios que justifican intervenir, invadir, detener el mal. Y aquí estamos: frente a una guerra que, de no detenerse a tiempo, tendrá consecuencias nefastas para Ucrania, Europa y el mundo.

La pregunta ante este y ante cualquier conflicto que implique una ofensiva militar es: ¿a quién le conviene esta guerra? A Estados Unidos y solo a ellos. Porque, pase lo que pase, los que salen perdiendo son Ucrania -país que pone los muertos-, y toda Europa, que en caso de alinearse en bloque con el imperio se vería afectadísima al no recibir el gas que proviene de Rusia (Ucrania cuenta con el cuarto sistema de gasoductos más grande de Europa), con lo cual podrían enfrentarse a morir literal y masivamente de frío. El gas que deje de ir a Europa podría irse a China, cuyo desarrollo amenaza la hegemonía de Estados Unidos sobre el planeta.

De nuevo: ¿es solo Putin el desquiciado? Si bien es cierto que el actual régimen ruso es dictatorial, nacionalista y peligroso para las libertades de cualquiera que vaya en contra de los intereses de Putin, el doble rasero que ha demostrado tener Estados Unidos es descomunal e igualmente peligroso: no les tiembla la mano a la hora de derrocar gobiernos a lo largo y ancho de la geografía mundial para apropiarse de los recursos del país invadido, todo bajo el disfraz de ser los defensores de la democracia. Y, tras su retirada, dejan territorios totalmente destruidos, empobrecidos y desmadrados. ¿Hasta cuándo?

La persona más inteligente que he oído por estos días al referirse a la guerra en Ucrania es el candidato a la presidencia de Francia, Jean-Luc Mélenchon, quien tuvo la valentía de anticiparles a sus seguidores que -de ganar las elecciones- su política exterior jamás sería la de alinearse con Estados Unidos, sino que invitaría a los dirigentes del mundo a tener una postura clara, responsable e inteligente ante un enfrentamiento tan absurdo. Su postura, insiste, sería poner un alto al fuego, dirigir todos los esfuerzos hacia unas conversaciones serias, para así evitar que siga escalando una crisis que ya ha causado demasiado daño.

La paz es el único camino decente. Pero es difícil pedir decencia en medio de una discusión que parece la de un grupo de chicos que compite por saber quién la tiene más grande. Uno podría pensar que el cómico que toca el piano con el pipí debe tener un tamaño considerable. Al que le toman fotos con el torso desnudo no duda de su masculinidad. Y de Estados Unidos siempre hemos sabido que la tiene grande. Muy grande. Los que aparentemente la tenemos chiquita somos todos los demás.