Prólogo al libro de B a c t e r i a

25 Abril, 2019

Por GONZALO GUILLÉN

María Magdalena Reina murió devorada por una bacteria que adquirió en la clínica bogotana del Seguro Social San Pedro Claver cuando fue a conocer a su nieto Jaime recién nacido.

         “Lo último que ella vio en esta vida fue una bacteria”, solía lamentar la familia y resultó poco provechoso que al nieto lo bautizaran en la iglesia y lo inscribieran en el Registro Civil como Jaime Andrés Poveda, pues desde el nacimiento lo hicieron conocido para siempre como Bacteria.

         Hoy, después de Vladdo, B a c t e r i a (la escritura correcta de su nombre lleva un espacio entre cada letra) está de segundo entre los tres mejores caricaturistas de Colombia (dejo en blanco el campo del tercero para que cada persona que eventualmente lea este prólogo anote individualmente en esa posición al que quiera).

Descubrí a B a c t e r i a leyendo esporádicamente El Espectador de papel y me subyugó la deliciosa ironía de sus dibujos, que siempre caen, como proyectiles, exactamente en el centro de los sujetos a los que les apuntan. Me gusta cuando utiliza el ya célebre recurso de su invención llamado Suma. Consiste en poner dos gráficas y una tercera al final es el resultado de la suma de ambas. Por ejemplo, Fujimori acumulado a Hitler es igual a Uribe, o una lora vieja más la Chimoltrufia desgreñada de Chespirito da por resultado a Paloma Valencia.

Una de las mejores que le he visto va en la página 57. Es un escudo de armas oficial de Colombia al que dos ratas acaban de devorarle las banderas laterales, así como el gorro frigio (símbolo de la independencia de Francia), el istmo de Panamá (un anacronismo con 100 años de desfase), los cuernos de la abundancia y se encuentran en la tarea final de engullir a mordiscos lo que queda de las tripas del gran cóndor, ya muerto, que preside la insignia patriótica. Es la representación perfecta de la corrupción del país de nuestros días, depredado, saqueado y resignado, que ha renunciado a su propia dignidad y se ha postrado ante las adversidades. Otra caricatura insigne es la verdadera bandera nacional, colonizada por el logotipo de Odebrecht en la franja roja 27. Ambas las imprimí ampliadas en papel de alta calidad, las enmarqué y adornan una pared de mi estudio.

El año pasado abrí con un grupo de amigos la página de Internet www.lanuevaprensa.com.co con el ánimo de opinar libremente, divulgar trabajos audiovisuales propios, dar a luz investigaciones profundas –en especial sobre corrupción y derechos humanos– y pude vincular a B a c t e r i a con una caricatura diaria, de lunes a viernes, que atrae lectores por millares. Nuestro éxito se ha podido medir también por la cantidad de veces que hemos sido jaqueados para tratar de callarnos o con las ocasiones en las que ha colapsado la página como consecuencia de ingresos masivos de lectores interesados en enterarse de denuncias frescas, como las que se refieren al innegable perfil mafioso e inmoral de Néstor Humberto Martínez Neira, fiscal general con intereses personales impunes en la mayor parte de los más grandes escándalos contemporáneos de corrupción.

Todas las noches soy el primero en recibir la caricatura de B a c t e r i a que el público podrá saborear al día siguiente. Nunca falla su talento en esos aportes diarios y geniales, burlas de filo fino, que dejan el mejor de los registros de la historia, con humor, verdad y talento. Los trazos elegantes de su dibujo y las gotas de veneno dosificado que lleva cada una causan de manera invariable la irritación de la víctima correspondiente y despiertan merecidas burlas del público.

Los caricaturistas han sido el mayor azote que han recibido en el mundo los tiranos y sus tiranías. Al general Rojas Pinilla (1953-1957) Hernando Turriago, Chapete, de El Tiempo, se puede decir que lo tumbó expresando sin reposo en sus dibujos cotidianos los abusos y los crímenes del sátrapa. Lo presentó repetidamente con su uniforme cundido de medallas, llevando una gruesa soga en la mano y los lectores entendían que se refería a unas vacas que, impulsado por su verdadera vocación de cuatrero, se robó ante la vista de todo el mundo durante una feria ganadera que inauguró en Bogotá. Héctor Osuna, desde El Espectador, fustigó con valentía, lucidez y un maravilloso sentido del humor al régimen corrupto, sangriento y militarista de Julio César Turbay Ayala (1978-1982).

En el Ecuador, Rafael Correa (2017-2017) llegó para un período de cuatro años y se quedó diez, a lo largo de los cuales asumió el manejo de todos los poderes del estado e impuso un régimen bananero de censura y terror contra toda la prensa que rehusaba agacharle la cabeza.

Creó la Secretaría Nacional de Comunicaciones, un órgano parapolicial y pajudicial que se encargó de cerrar medios, multarlos y, espiar, apalear y matar a periodistas. El caricaturista estelar que enfrentó al tirano con sus dibujos fue Rodrigo Xavier Bonilla, Bonil, a quien el régimen en una oportunidad llegó al delirio de ordenarle rectificar una caricatura y al El Universo, el diario que la publicó, fue condenado sin fórmula de juicio a pagar una multa de USD$ 95 mil.

Bonil había recreado con su lápiz y su lúcida ironía un allanamiento policial que Correa practicó tumbando a patadas la puerta de la casa del valeroso periodista Fernando Villavicencio, de donde se llevó todos documentos, computadores y teléfonos que los detectives encontraron vaciando cajones y echando estantes por los suelos.

La rectificación de Bonil, hecha exactamente para satisfacer la orden de la dictadura, fue todavía más cómica y memorable que la primera caricatura.

Libros de caricaturas de buenos caricaturistas, como este, son en ocasiones los mejores y más amenos repasos históricos que existen de épocas, ambientes y situaciones de distintos tiempos.

De acuerdo con Marx, “en alguna parte” Hegel apuntó que la historia se repetía y él agrego que “la primera como tragedia y la segunda como farsa”. Yo diría que hay una tercera vez y es la mejor de todas: cuando la historia vuelve presentarse finalmente como caricatura.