Privilegios

17 Septiembre, 2018

Por SANDRA ORÓSTEGUI

Alejandro Gaviria en su última publicación, “Hoy es siempre todavía”, cuenta que tomó su tratamiento de cáncer en Colombia, como un paciente cualquiera. Según él, la igualdad se prueba en que los altos funcionarios usen los servicios sociales de la mayoría de la población.

Recuerdo, entonces, el hermoso retrato que hace Sofía Coppola de María Antonieta y me estremezco de indignación, cada vez que lo veo. Sé que en este país persisten las minorías atomizadas en sus fortalezas de lujo y exclusión, a costa de una mayoría necesitada.

Los altos funcionarios públicos colombianos no toman el transporte público; sus hijos estudian en colegios que están por encima del sistema educativo público; cuando se enferman, los atienden en clínicas que no pertenecen al sistema de atención pública; viven en casas ubicadas en las zonas más alejadas de los espacios públicos y salen a la calle protegidos con chalecos antibalas, camionetas blindadas y guardaespaldas entrenados.  

El resto ve eso con una mezcla de envidia, respeto y admiración.

Aunque me pareció malintencionada la foto en la que, durante la posesión del presidente Duque, una oficial de policía le sostiene la sombrilla a la “Primera dama”; me gustó que se encendiera un polvorín al respecto. Las inequidades no se aminoran solamente con políticas públicas, es necesario que la ciudadanía comprenda el absurdo en el que se sostienen.

Lo que quiero decir es que esos privilegios son el reflejo de una sociedad desigual, clasista y excluyente. No es cierto que cuando a alguien lo eligen presidente, congresista o ministro tenga acceso directo a un paquete de comodidades especiales que, al mismo tiempo, se le niega al resto.

Precisamente, el 26 de agosto de 1789 los franceses vociferaron que todos los hombres son iguales ante la ley. Y, aunque excluyeron a las mujeres, se dio el primer salto a la eliminación de una clase privilegiada a costa de una mayoría oprimida y pobre. Por eso, considerar natural la existencia de privilegios, después de 229 años, es retrógrado.

Así que, lo hecho por Alejandro Gaviria es “estar a la altura de los tiempos”, para decirlo con Ortega y Gasset. Es la muestra de que es un hombre culto, un funcionario público (serio) y un ciudadano respetuoso. Pero falta la prueba del otro lado. Falta que el resto no lo vea como un gesto heroico. Y falta gritar más fuerte que la “Primera dama” puede sostener su sombrilla solita.