En un principio no existían las palabras, los seres humanos éramos como los demás animales que hacíamos gruñidos cuando nos iban a quitar la comida o tratábamos de gritar para avisar a los demás sobre algún peligro, pero, ¿cómo hicimos cuando empezamos a sentir amor por el otro o la otra? Tuvimos que inventar las palabras. De manera que el lenguaje se fue construyendo en la medida de la necesidad de expresar algo, de darnos fuerza con el ritmo de un canto para trabajar mejor, de arrullar a los hijos para calmarlos. Así, los humanos, sacaron a las palabras del no-ser de las cosas para hacerlas ser, para que los acompañaran; con el tiempo ha sucedido lo contrario, hay palabras que se guardan allá en el no-ser cuando creemos que ya no se refieren a cosas de nuestro mundo.
Como el amor, que lo han intentado esconder, dejándolo en la oscuridad. Él, el amor, que estuvo en el principio de las cosas lo fueron relegando del ser de la vida desde el mismo momento en que el imperio romano consideró subversivo que un palestino, Jesús, El Nazareno, lo invocara buscando más justicia para la vida de su pueblo. El amor, que le permitió a este hombre soportar el padecimiento y su muerte, hoy en día ni siquiera es tenido en cuenta para dar un mendrugo de pan a un niño; se ha ido debilitando, casi desapareciendo de entre nosotros.
Pero, ¿quiénes han declado proscrito al amor? Las élites poderosas a través de la historia que, practicando la frialdad para aferrarse al poder político y económico, esparcieron sobre las masas de personas la idea de que el amor, esa fuerza que traspasa todos los límites, no tenía ninguna importancia dentro de la humanidad. Después, nos llegaron las sentencias de filósofos políticos ingleses que desde su imperio escribieron que el ser humano es malo por naturaleza, que no es el amor lo que nos define sino el egoísmo, propiciando con esa idea la construcción de una civilización, la actual, que vive en pie de guerra, un todos contra todos. Quedando justificadas las armas, las invasiones, los derrocamientos de presidentes. Así se construyó la política, un ejercicio sin amor, con la idea de ejercer la dominación sobre obedientes, imán para las personalidades enérgicas, codiciosas y frías, ahuyentando de su ejercicio a quienes poseen verdaderos deseos de servir a sus pueblos.
Y viene usted, presidente, en medio de un escenario político tan importante como la Cumbre Latinoamericana y del Caribe sobre las Drogas, teniendo como invitado central a Andrés Manuel López Obrador, mandatario de México, a sacar de la oscuridad política a la palabra amor para explicar que esta sociedad sumida en el consumo de las drogas, de la soledad, del individualismo lo que le hace falta es afecto. Una explicación que la sabemos los psicólogos, pero que la mayoría de los políticos no le presta atención porque no están para servir al pueblo sino para servirse del pueblo.
La paradoja terrible es que quien enferma de amor, como la mayoría de los dependientes de alguna cosa o los que padecen de depresión, no tienen la conciencia de que están enfermos por falta de amor. Porque la enfermedad por falta de amor comienza desde la niñez cuando aún no se sabe que eso existe ni cómo se llama; sólo se revela cuando un día, de repente, se siente un profundo vacío que no desaparece y que se intenta llenar con objetos como el licor, el dinero, los juegos de azar, la cocaína o con otras personas tomadas como objetos. Pasada la primera infancia es casi imposible llenar de amor cada célula, lo hecho, hecho está. Lo viene diciendo la psicología desde hace un siglo con Sigmund Freud, sin embargo, los retardatarios se enfrascaron en desacreditar los estudios de este médico vienés porque se atrevió a hablar plenamente de la sexualidad humana; le quitaron importancia a las explicaciones que él daba sobre el funcionamiento del aparato psíquico, las que servirían de base para crear una mejor organización social.
Una organización social que permitiera a las madres y padres serlo con sus hijos sin desmedro del dinero producto del trabajo ni de sus aspiraciones individuales, es decir, una sociedad sin capitalismo porque, el capitalismo les ha vendido a hombres y mujeres que la libertad está en el trabajo pagado por el dueño del capital y la gente se lo creyó. Creyeron que libertad era vivir endeudados con un banco vampiro para comprar una casa o para ir de vacaciones. Dejaron la libertad del campo para esclavizarse en las empresas. Muchas mujeres se creyeron liberadas porque dejaron a sus hijos y a sus hogares, pero no se dieron cuenta de las cadenas que las empresas les imponían ni tampoco que montaron a la humanidad en la cruel competencia, ahí sí, de todos contra todos y, por eso nos estamos matando. Esta sociedad está signada por la competencia en casi todos los campos desde la más tierna infancia como si eso fuera inherente al ser humano y, no es así; existen pueblos originarios donde no se compite por nada ni nada se premia y viven en paz.
Una sociedad que pone presas a las madres que delinquen por necesidad, para dar de comer a sus hijos, priva a los niños del alimento físico y del alimento emocional. ¿Es inteligente, justa, esa ley que apresa a la madre y deja a la criatura desprotegida en la atapa decisiva de la vida? ¿Acaso un niño así abandonado no es culpa del Estado? Es la ley occidental que se olvidó del amor, por proteger los bienes. La Ley, en nuestros días en muchos aspectos desprecia a la psicología y, a la sociología, que advierten sobre la importancia de una Justicia interrelacionada. El hacinamiento en las cárceles de Colombia es una demostración de cuán atrasada está la fundamentación de la Justicia.
Por eso celebro que el presidente Petro en el pasado mes de marzo haya firmado la Sanción de Ley de mujeres cabeza de familia, para que cinco mil puedan cuidar a sus hijos cinco días a la semana, es decir, para que los niños puedan gozar del amor de sus madres. Celebro que el presidente ahora durante esta cumbre se atreva a sacar del cuarto de San Alejo a la palabra amor y la coloque en la mesa principal de la política.
Los Estados de occidente le han hecho creer a los pueblos que los traumas de amor que llevan al consumo de drogas se curan con policías, con armas, con guerras disimulando que detrás de esa estrategia existe lo que siempre hay en el capitalismo, un negocio, ahora, de armas, de proyectiles, de aviones, comisiones, etc. Ningún daño causado a un ser humano por otro ser humano se puede reparar con objetos, ninguno. Sólo el humano puede remediar lo humano, por eso, presidente, hablemos de amor, que, frente al egoísmo del capitalismo, el amor cura y es revolucionario.
* Psicóloga. Magíster en Filosofía - Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.