Pandemia, cultura y exilio

16 Mayo, 2020

Por ALEJANDRA LARRAZÁBAL

En estas reflexiones intento descubrir y enlazar qué ocurre con el arte en época de pandemia y cómo somos influenciados por los medios de comunicación masivos que manifiestan un impacto natural en nuestras consciencias. Además, cómo poco a poco se ha ido perdiendo nuestra identidad y se ha ido invisibilizando, dando espacio a un apocalipsis cultural. Sobre esta identidad que hemos ido perdiendo las masas no solo están condenadas a repetir su historia sino que a su vez están condenadas a sufrir cambios como el exilio voluntario o forzado de la mayoría de inmigrantes que se marcharon con la idea de recuperar aquello que les fue arrebatado.

Ya es un hecho que en cualquier lugar del mundo alguien conoce o es amigo de un venezolano, como ha sucedido anteriormente con españoles, alemanes, chinos, portugueses, colombianos. Todo refiere a que las sociedades se rehacen una y otra vez. Vamos de la mano con la era de la información que termina siendo la era de la desinformación, ignorando las posibilidades que tenemos para mantener vivo el conocimiento. Este transitar es el que ha causado una enorme pérdida de la identidad que confunde realmente el lugar que ocupamos en esos países a los que vamos. ¿Refugiados o exiliados? Teniendo en cuenta que al refugiado se le da o recibe en un lugar por tolerancia, y al exiliado se le adjudica una especie de abandono por ser obligado a irse de su país.

Como periodista e inmigrante venezolana investigo sobre hechos culturales latinoamericanos. Ahora somos un pueblo nómada, no vivimos en desiertos ni en la selva, sólo estamos aquí y allá entre tanta gente, somos una tribu que se adapta a nuevas formas, nuevas costumbres entre ciudades de todo el mundo.

Sobre la cultura existe aún un nexo entre el artista y su lugar natural, aunque este ya sea irreconocible. No hace falta hacer un gran análisis para darse cuenta de que la consciencia colectiva ha sufrido un cambio. Hay un grito de inconformidad que en el fondo de nosotros necesita salir y tomarse un descanso.

Se cree que todo puede ser mejor, es momento de dar una pausa y continuar. Nuestra condición es la adaptación, tenemos un acento que poco a poco se irá perdiendo y terminará quizá algún día desapareciendo. Aún así tendremos el recuerdo intacto de unas raíces que emergerán en los recuerdos más sutiles de nuestra memoria.

Las diferencias nacionalistas, aunque parezcan ocultas entre los buenos modales, nos hacen aún más vulnerables a tantas estructuras. No es igual el viajar por placer que viajar por necesidad. Con tantos cambios en estos tiempos incluso muchos han querido regresar a sus países y no lo han logrado.

Como sociedad somos un objeto en proceso de construcción. Nos creemos capaces pero no terminamos de dar ese paso que nos convierte a todos en seres iguales. Y es que no somos iguales ni jamás lo seremos. Cada ser forma parte de un codigo genético con células vivas transmitiendo información por cientos de años. Sin embargo, podríamos optar por un lugar menos corrupto y más apasible donde se es libre de opinar, aportar y crear. Estamos tan lejos de serlo que preferimos distraernos con las noticias de los sucesos, no nos cuesta nada opinar sobre la política del país donde estamos y hasta hacemos algunas comparaciones. Anhelar aquellos tiempos donde todos sí éramos felices. No cambiamos pero culpamos a otros porque tampoco cambian. Nos quedamos en stand by porque esperamos que los otros hagan algo por la ciencia, la cultura, la ciudad, mientras seguimos esperando algo que nos “entretenga” y nos haga olvidar realmente lo que nos dice el mundo, sin dar espacio para la reflexión.

Mientras unos desean una posición política o social, otros requieren urgentemente agua, luz, internet y, sobre todo, alimentos básicos para subsistir. No hablaremos de injusticias porque abarcaríamos tantos temas que no terminaría nunca.

Estas diferencias se viven en muchas partes. Sabemos de familias que se han quedado sin trabajo, sin vidas, sin espacio para caminar. Todos quieren una estabilidad económica y no importa cuál es el verdadero precio.

El único espacio que aún queda libre es el del arte en todas sus formas porque allí no existen los estereotipos, sin embargo, con este tiempo libre no todos pueden gozarlo a su merced para crear. Otros tienen la suerte de seguir trabajando en sus casas, otros son golpeados, y no hablo de géneros o edades, también están incluidos niños, madres, hombres, ancianas, todos destinados al azar.

Mientras que ocurren los cambios también ocurren las ideas, los tropiezos nos llevan a ser más fuertes. Aún no sabemos cuál será el verdadero destino de aquello que llamamos democracia, justicia y humanismo. En este tiempo de encierros y a su vez de libertades —porque otros sí han quedado libres— podríamos sugerir a nuestras costumbres diarias un ligero espacio para unirnos como sistema consciente atribuyendo nuevas ideas que nos harán más sensibles y humanos.

Entre avistamientos, muertes y las llamadas fake news logramos persuadir tanto nuestra propia realidad que creemos en lo primero que vemos, omitiendo nuestros otros sentidos. Cuando me refiero a la cultura no sólo es de algo que pueda crearse sino que también pueda sentirse y para sentir sólo basta dar un paso hacia un lado.

Exíste una gran decepción por los medios de comunicación televisivos que arraigan un 72 por ciento de la población y son los responsables de sembrar cierto pánico sobre todo cuando se trata de muertes. Como periodistas no sólo tenemos la obligación de informar sino también de educar de muchas formas, pero a veces hay ciertas reglas que cumplir cuando no se es independiente. En el medio están por delante otros intereses y esa oportunidad que tenemos la debemos dejar ir cuando se trata de tener más televidentes o seguidores.

Queda la esperanza, como dice María Zambrano en su libro Los Bienaventurados: la esperanza es la trascendencia misma de la vida que incesantemente mana y mantiene al ser individual abierto. Y así indagamos en un profundo oceáno que trae consigo un poco de dolor, ignorancia y muerte, pero también trae consigo ese lugar donde podemos descubrirnos primero a nosotros mismos, y así poco a poco ir descubriendo lo que queremos del mundo, siempre y cuando no dañe a otros.

Que la sabiduría que arrastramos deje pequeñas huellas, de pequeñas raíces donde al fin la humanidad se hace cargo de sí misma y se apropia de un método, una sustancia que nos pueda liberar al fin de nuestros prejuicios.