Navidad era otra cosa

11 Diciembre, 2020

Por DIANA LÓPEZ ZULETA

Tengo diez años. Es la noche del 31 de diciembre. En la calle hay música, carcajadas, abrazos sinceros de unas pocas horas… La fiesta durará hasta que sus cuerpos no aguanten más alcohol, hasta que queden dormidos, vencidos, en el andén. Están por comenzar los disparos a media noche que a veces terminan en una tragedia. En mi casa no hay cenas, ni música, ni abrazos. No tiene por qué haberlos. Este año no hay nada que celebrar.

Es 1997. Tengo luto a los diez años; se han muerto las personas que más he querido. Me veo quieta, rendida, incapaz de llorar, incapaz de ser. Una tía insiste en que oremos, pero yo no quiero, no me nace. Porque Navidad, antes de ese año, era otra cosa.

Navidad era ver a mi abuela armando el arbolito; zurciendo lazos rojos, desenredando el cable de las luces, sorprendiéndome con alguna muñeca que quería. Dos meses después, ella ya no estaba.

Navidad era ver los colores entremezclados de los atardeceres, contar los minutos de la puesta de sol y decir “ojalá dure más”.

Navidad era esperar las seis de la tarde para prender las luces del arbolito. Era la brisa con furia, la música estridente, las vacaciones, los juegos, el tiempo libre. Navidad era saltar la cuerda, encender luces de bengala con mis primas en la puerta de la calle.

Navidad tenía forma de algodón de azúcar, de globos en el cielo, de burbujas en el cielo.

Navidad eran los pitos del carro de mi padre llegando impaciente por darme los regalos. Navidad era no saber que la vida se trataba de perder.

Hoy es un alarido triste que resuena en las paredes. Es esa paradoja: lo que un día fue alegría y hoy es solo nostalgia.

Navidad es sentir que la pena se desparrama en mi habitación, que el ruido del silencio se ahoga en ella. Porque Navidad era otra cosa: tener poco, pero no saber que eso era todo.

Navidad es el recuerdo desdibujado, sentir que estoy esperando algo inesperado,
como una sombra en la puerta que me alce en brazos
 
y
 

me diga:

“Regresé”.