Más allá del placer de unos tragos

11 Septiembre, 2022

Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*

Sus pacientes deseaban curarse el sufrimiento de no poder salir de sus casas por miedo a encontrarse a alguien vestido con un abrigo de color café o sanarse de las pesadillas donde volvían a ver una y otra vez a ese soldado amigo destrozado por las bombas de la guerra, sin embargo, pese al deseo de querer curarse había un algo inexplicable en el psiquismo de los pacientes que se oponía a la sanación y, a pesar de que la guerra había terminado hacía tiempo, en los sueños se repetía una y otra vez el horror de ver a su amigo muerto.

El terapeuta era el celebérrimo Sigmund Freud, el médico vienés que creó el Psicoanálisis como una teoría de la personalidad y a la vez una terapia para las afecciones emocionales. A pesar de sus contradictores ha sido el más grande investigador de la dinámica psíquica del ser humano quien, con solo contarnos que habita en los seres humanos una parte inconsciente sumergida como un iceberg en el mar psíquico que nos determina sin darnos cuenta mucho más que la parte consciente -ese pedacito de hielo que sobre sale de entre las aguas -, se merece pasar a la gloria eterna mientras seamos de carne, porque en eso que está debajo del mar de la conciencia se halla depositada nuestra historia emocional desde la vida intrauterina, la infancia y los demás acontecimientos que explicarían nuestros miedos, ansiedades, fantasías más irracionales y también el amor a la vida.

Y si Freud se merece la gloria por descubrir el Inconsciente hizo otro hallazgo terriblemente sorprendente, la compulsión a la repetición: la tendencia irrefrenable a sostener o repetir un acto en sí mismo displacentero. Descubrimiento que le confrontó su teoría del Principio del placer, el que interviene en las necesidades y deseos de satisfacción. De manera que observó que en los seres humanos existe algo Más allá del principio del placer (1920) tal y como llamó al artículo donde consignó sus observaciones. Y, ¿qué es lo que está más allá del placer?, el displacer, la pulsión de muerte en contraposición con la pulsión de la vida que rige la auto conservación. Eros, la vida; Thanatos, la muerte.

La compulsión a la repetición es un proceso de origen inconsciente irresistible donde la persona se sitúa en situaciones displacenteras repitiendo experiencias antiguas sin recordar ni tener conciencia del por qué, como si solo obedeciera a la actualidad.  La compulsión a la repetición se halla en el alcoholismo, en los rituales obsesivos, en las adicciones a sustancias psicoactivas, al juego o al sexo, ante relaciones sentimentales, fracasos laborales entre tantas otras manifestaciones; el displacer, el sufrimiento varía de una persona a otra y el deseo de sanar también es diferente en cada caso.

Hace unos días un joven senador se excusó ante todo un país por su comportamiento agresivo contra agentes de la policía producto de su pasada de tragos. Además, confesó que padecía de alcoholismo por lo que planeaba comenzar un tratamiento profesional para recuperarse; sin embargo, gran parte de la gente le seguía solicitando la renuncia de su cargo como servidor público de Colombia, incluso, gran parte del Senado. Se paga un costo muy alto a nivel personal y social el ocultamiento de una enfermedad mental porque, las conductas enfermizas se mimetizan con las armoniosas haciendo un daño subterráneo en todos los niveles. Entre más se ventile una enfermedad más se desactiva su capacidad de incidir en el equilibrio del sujeto y de la comunidad; como un artefacto en el fuego con válvula para el vapor. 

En la sociedad occidental a medida que fue transcurriendo el tiempo el argumento jurídico fue opacando la comprensión por la conducta humana, se fue tipificando el delito restándole importancia a las razones que lo produjeron como si encarcelando a las personas la sociedad fuese a mejorar. ¿Si la cárcel fuese la solución por qué se hayan las de Colombia atestadas de delincuentes? La ciencia jurídica necesita humanizarse.

Poseemos tan poco conocimiento psicológico que no sabemos diferenciar cuándo una persona merece una oportunidad para reintegrase a la sociedad y cuándo su material genético, neuronal y psíquico definitivamente lo convierte en alguien peligroso para los demás –lo que también hay que tratar humanamente-.  Dentro del campo político actual colombiano se complica el asunto porque, un partido que ha luchado en cabeza de un líder empático, altruista, intelectualmente estructurado por la defensa de la vida se hallará con las contradicciones internas de su partido frente a otro de la oposición que clama por la cabeza de uno de los suyos envuelto en conductas erráticas debido a una compulsión por la bebida –aunque férreo defensor de la justicia social -; por lo que es preciso tener claridad sobre el manejo simultáneo de esas contradicciones internas y la presión externa de la oposición empeñada en tumbar un gobierno que le está destapando la catástrofe humana y administrativa que fue su presidencia pasada.

Quien exhibe sinceramente –no dramatizando como se ha visto en otras ocasiones- un sentimiento de culpa por errores o daños cometidos contra otros es, a grandes rasgos, una persona que se merece una oportunidad. La culpa sincera implica que en la persona existe la capacidad de reflexionar sobre sí misma en relación con los demás, virtud que podríamos creer extendida a todo el género humano, pero no es así, cada vez más la capacidad de sentir culpa, remordimiento al hacer daño se está diluyendo en esta sociedad extremadamente individualista.

Esta sociedad actual que ha creado las circunstancias sociales, económicas, políticas, culturales para generar en las personas grandes trastornos emocionales las traiciona cuando una de ellas exhibe los síntomas que la acusan. Podría decirse que Colombia es un país que padece una alta pulsión de muerte de ahí el desangre de doscientos años, nuestra tendencia al suicidio colectivo. La muerte se enfrenta con la pulsión de vida que principalmente es auto conservación, erotismo no solo sexual genital sino también afectivo para con los demás humanos y la naturaleza, juegos, lúdica, compasión, perdón emocional racionalmente regulado porque una persona con un Yo muy trastornado –que no es el caso del senador con unos tragos de más sino el de otros líderes políticos y funcionarios públicos que sin una gota de licor han transgredido la Ley y quebrantado la moral del país-   no debería acceder a puestos sociales donde el destino de las personas repose en sus manos.

 

* Magíster en Filosofía - Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.