Los hijos de la guerra se hacen matar por un abrazo...

19 Junio, 2020
  • ALEJANDRO MUÑOZ GARZÓN


Por ALEJANDRO MUÑOZ GARZÓN

Debido a los antecedentes de violencia que debaten nuestro territorio constantemente, deambulan entre la impotencia, la frustración y el miedo, los siguientes grupos de hijos que buscan a sus padres biológicos:

  1. Los que buscan policías.
  2. Los que buscan soldados.
  3. Los que buscan guerrilleros.
  4. Los que buscan paramilitares.
  5. Los que buscan militares de alto rango.

Y todos ellos en sus cartas coinciden en afirmar que desean encontrar a sus padres con el único propósito de confirmar   ¿quién los procreó?, poder compartir con ellos y de ser necesario poder ayudarlos según las necesidades que hoy padezcan sus padres.

  • “Busco a mi padre, quien dejó a mi madre embarazada cuando me esperaba a mí y según ella me cuenta, mi padre que era agente de policía en Fusagasugá, Cundinamarca, pidió el traslado a otro departamento una vez mi madre le contó que ella estaba esperando un hijo de él”
  • “Busco a mi papá que era soldado del Batallón Ayacucho en 1955 según dice mi mamá, él se iba a casar con una prima de mi mamá en Bogotá y al saber que mi madre me esperaba se puso muy bravo y no volvió a dar la cara”
  • “Busco a mi padre que fue reclutado por la guerrilla en el Caquetá en 1976 y según nos han contado, vive actualmente con una guerrillera con la que logró escapar después de estar por casi 20 años dentro de ese grupo y tienen varios hijos en la frontera con Venezuela”
  • “Busco a quien posiblemente puede ser mi padre, de quien mi madre me contaba que pertenecía a un grupo armado irregular en Tierra Alta, Córdoba; donde lo último que se supo es que había escapado. Unos días antes de morir mi madre hace 4 años, me contó que lo habían visto en Villavicencio por los lados del barrio El Barzal…”
  • “Busco a mi padre, quien hoy es oficial comandante de alguna unidad militar, a quien en más de una ocasión le he enviado correspondencia para poder hablar sobre mi acercamiento respetuoso, pero jamás me ha dado respuesta. Ruego a quien me pueda ayudar, que me ayude. Solo quiero un abrazo y después morirme tranquilo.”

Todos los padres uniformados desaparecidos son hombres entrenados para la guerra, algunos de ellos bajo la consigna militar de ser preparados para “salvaguardar la honra, vida y bienes de los colombianos” sin embargo, lo primero que han hecho es acabar con la honra, vida y bienes de sus propios hijos que los buscan entre ruegos con la única esperanza de lograr la paz a sus vidas en medio de la incertidumbre que les ha dejado varias decenas de años separados o tal vez olvidados en medio de los fragores de la guerra, donde se impone sin tregua la violencia camuflada de corrupción y traición.

Es triste mencionarlo, pero hay que decirlo, de los 7 millones de padres abandónicos que tiene Colombia, el 50% pertenecieron o pertenecen a fuerzas militares regulares y de policía, a grupos alzados en armas al margen de la ley y a grupos paramilitares. Es decir, los padres abandónicos uniformados, han estado ocupados en asuntos de guerra, mientras sus hijos batallan por lograr un abrazo con ellos para conseguir de paso el sentido de identidad que jamás han logrado tener.

Debería existir una ley por medio de la cual las mujeres embarazadas por policías y soldados, pudieran acudir a un dispensario médico donde tras aportar la muestra para el ADN respectivo, el menor recibiera atención médica y alimentaria con descuento respectivo al uniformado quien de paso debe recibir ayuda sicológica para acercarse a su hijo y aceptar que es suyo y de paso pueda reconocerlo documentariamente como tal. 

Igualmente debería existir otra ley que ordenara la creación de una oficina de responsabilidad paterna en cada fuerza armada y de policía para establecer con orden, respeto y disciplina el fundamento al que todo ser humano tiene derecho de conocer a su progenitor.

Si la guerra es la encargada de separar padres e hijos, que sea la paz la que los ayude a acercarse; pues sólo los que sufren dicha separación, saben los niveles de dolor y violencia que deben soportar no solo por el lenguaje de maltrato sino por los altísimos niveles de rechazo, desprecio y odio; tal vez originados en el mismo caldo de cultivo donde se cocinan todos los elementos que hacen la guerra en nuestro país.

Como podemos ver la guerra no solo deja destrucción y muerte, también una inmensa nube de odio sin disparar el primer tiro y eso queda representado en la millonaria cifra de seres humanos cuyas vidas quedan sin sustento y en caos absoluto; sin descontar el limbo afectivo al que se someten los hijos afectados, quienes en cumplimiento de un enigmático karma irán por el mundo rogando un abrazo, mientras enferman y mueren enclaustrados en su propio dolor y prisioneros de ellos mismos que acompañan su soledad únicamente con sus repetitivos pensamientos: “Papá..!...¿Dónde estás papá?”

Quiero contarle al policía, al soldado, al guerrillero y al paramilitar, que han rechazado un hijo o que tal vez prefirieron olvidar un hijo; que el privilegio de ser padre es algo que dura toda la vida. Eso lo entienden muy bien sus hijos olvidados, por eso los buscan sin descanso. Y también quiero compartirles, que son más las satisfacciones y la felicidad que traerá ese abrazo que los inconvenientes y trabas que Ustedes mismos están creando en sus mentes invadidas por el miedo para seguir ocultando a esos hijos.

Con solo un abrazo Ustedes los hombres preparados por la patria para salvaguardar la honra, vida y bienes de sus compatriotas pueden comenzar por devolver esos tres tan importantes elementos a sus hijos:

  1. HONRA: Tener identidad paterna, saber de dónde vienen y fortalecer el sentido de pertenencia.
  2. VIDA: Con estabilidad emocional y seguridad familiar se fortalece la existencia de los seres humanos.
  3. BIENES: Salud mental y física, proyección y logros personales.

Porque cuando se porta un uniforme y se abandonan o niegan hijos, no se es consecuente con los argumentos de existencia de un militar, guerrero, revolucionario o protector de cruzadas por la seguridad y la vida de los demás y todos sin distinción, simplemente se convierten en forajidos armados que van masacrando seres humanos, empezando por sus propios descendientes.

No quiero pensar que los uniformados de nuestro ejército y policía en sus entrenamientos se convierten en sociópatas igual que los uniformados de los otros grupos armados a los que persiguen y que, así como se entrenan para lanzar un perrito a un abismo, se pueden entrenar para rechazar y arrancar de sus vidas a un hijo al que convierten de facto en mendigo que hace lo que sea para lograr un abrazo, incluso arriesgar hasta su propia vida con tal de conseguirlo...