La política descalza de los inolvidables años 70

20 Mayo, 2023

Por LUCERO MARTÍNEZ KASAB*

 A Horacio Jaramillo Goenaga y José Causil Suárez. Los años 70 del siglo XX conservaban el aroma de rebeldía de los años 60. Aun a los que todavía teníamos un pie en la infancia nos envolvió ese romántico torbellino político del mayo del 68 y del festival de música Woodstock, en Estados Unidos.  

La infancia es un mundo amurallado, el más allá de la familia no existe, es imposible ver otro espacio en lontananza por encima de la altura del padre, de la madre, de la abuela. A medida que se crece se alza la vista, se profundiza la mirada, en el exterior van apareciendo por entre la bruma de la niñez sombras en las noches husmeando las canecas de basura, madres en los andenes con sus bebés dormidos, niños sucios en galladas por las esquinas de la ciudad.

El mundo político, que uno no sabe que así se llama, se revela ante nuestros ojos dolorosamente. Es mi padre quien nos muestra el camino para mitigarlo ayudando a los campesinos; dándole de comer a los perritos de las calles; gritándoles a los dueños de los caballos y de los burros que los recargan hasta matarlos de cansancio; defendiendo a una mujer cuyo marido la ha puesto a parir sin compasión. Un mundo, en resumidas, injusto.

Mi padre luchó por un mundo mejor tan profundamente que a veces no podía seguirle el paso. Ese otro mundo contra el que él luchaba cada vez se me volvía más espantoso al saber de las guerras, de los daños ambientales, de los asesinatos de líderes como Martin Luther King, de campesinos, de estudiantes rebeldes. Empecé a escuchar a muchachos mayores con el pelo largo al descuido hablando con palabras que mi padre nunca había pronunciado, pero, que significarían lo mismo y, yo ya no jugaba a las muñecas ni a prepararle comida a él con las flores del jardín; empezaba a leer pequeños folletos de poesía, a usar camisas largas que caían sobre mis jeans, a usar un sombrero de cuero caminando descalza con mi mejor amigo de cuadra por el boulevard que atravesaba el barrio El Prado. Entendí y viví desde lejos el mensaje de amor y paz de los hippies de Woodstock; de esos jóvenes mayores que durante cuatro días se apartaron del mundo para vivir en comunidad alrededor de la música protestando contra la guerra.

Ya mayor un día supe que, por esa época, un partido político en su afán por la justicia en Colombia había implementado una estrategia, la de los Pies descalzos, para romper la política tradicional, me conmovió el nombre. Los pies descalzos son la más poética alegoría a la humildad y, a la pobreza, de un ser humano. Consistió en enviar a mil mujeres y hombres jóvenes militantes de ese partido de las ciudades hacia los pueblos más apartados de Colombia para que hicieran concientización política con los campesinos, marginales y estudiantes pues, el partido político consideraba que sin el apoyo de la gran masa popular era muy difícil cambiar a Colombia.

Descalzarse quiere decir que se despojaron de toda realización personal para entregar su vida al sueño de una transformación política. Dejaron la familia, los estudios, el trabajo. Solo se llevaron un poco de ropa y algunos libros. Se fueron a pie, en bus, en chalupas, en mulas sin conocer los caseríos, la selva o el mar; sin saber quién los iba a acoger ni qué iban a comer. Durmieron en catres, hamacas, esteras en el piso y acaso en una buena cama.  Tampoco tenían un lugar fijo, podían durar semanas o meses en una misma parte dependiendo de las condiciones económicas y la bondad del anfitrión; así, que estaban siempre listos para partir en cualquier momento, cambiar de pueblo y vivienda siempre con la consigna de ayudar donde se vivía, trabajar en lo que se pudiera y, desde el afecto ir mostrándole a la gente las inequidades de los gobiernos de una élite cómoda y fratricida y cómo, desde otra manera de hacer la política, se podría vivir más dignamente; profundizando así la vía democrática de Colombia lejos del uso de las armas.

Por estos días se publicó un libro excepcional dentro de la historia política de nuestro país que rescata esta gesta heroica, silenciosa, de la juventud de entonces Sólo teníamos el día y la noche -en referencia a la absoluta ausencia de posesiones materiales de quienes en ella participaron- escrito por Fernando Wills y Juan Leonel Giraldo. Es el testimonio de un centenar de descalzos y descalzas narrando esa entrega no de un año ni de tres sino de diez años de la más pura juventud tras el sueño de la justicia social. Soportaron hambre, cansancio, decepción, angustia, persecución, muerte y la más pura felicidad de actuar según los ideales. Muchos fueron asesinados por los grupos insurgentes. Otros, alcanzaron a vivir y reorganizar sus vidas como pudieron y, hoy, nos cuentan sus historias. Es un libro hermoso.

Tengo de amigos a dos de los descalzos que no alcanzaron a entrar en este libro, Horacio Jaramillo Goenaga y José Causil Suárez, ambos de Ciénaga de Oro, Córdoba, pero, aquí se les nombra; uno, administrador público, otro, arquitecto, cincuenta años después siguen en pie de lucha política, algo más reposados, como tantos descalzos de toda Colombia sin soltar sus convicciones. Ellos, fueron enviados al Cesar y al sur de Bolívar de donde finalmente debieron salir por amenazas contra sus vidas. Hoy, con la misma determinación y alegría desbordante aún van de pueblo en pueblo hablando con la gente como ellos entienden y practican la política, el poder para servir al pueblo. Son estas personas como Horacio y José y, el resto de descalzos de Colombia, los que deberían ser nuestros representantes en las diversas instituciones del Estado en sus ramas ejecutiva, judicial y legislativa cuando se celebren las elecciones. Verlos y verlas de ediles, alcaldes, gobernadores, senadores, diputados, jueces, magistrados, procurador, fiscal…, gente honesta y noble, para este oficio noble.

Cuando leo las historias de este libro y escucho de viva voz las de los dos amigos llenas de anécdotas de calor humano, peligrosas o de gran humor durante sus tiempos de descalzos me alejo por unos instantes de sus voces para evocar y perderme en las imágenes de Hermano Sol, hermana Luna, la hermosa película dirigida por Franco Zeffirelli en 1972 sobre San Francisco de Asís descalzándose y desnudándose de su ropa de familia pudiente para hacer votos de pobreza y dedicar su vida a la misericordia; la asocio con los descalzos de Colombia, pienso que  fueron un grupo de misioneros con la misma mística de San Francisco de Asis envueltos en los aires del trópico.

Sin saberlo, de manera natural, cuando junto con mi amigo de infancia caminábamos descalzos era una sintonía a tan tierna edad con una posición política que es la única que hace posible que los pueblos avancen, la que le vi a mi padre: la humildad frente al humilde y el poder político al servicio de la gente.

 

* Psicóloga. Magíster en filosofía- Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.