La perversión carcelaria

30 Abril, 2018

Por JUAN TRUJILLO CABRERA

Que las cárceles no son centros de resocialización sino fábricas de delincuentes, no es ningún descubrimiento nuevo.

Lo que si es interesante es cómo la Institución de la cárcel parece estar diseñada para pervertir también a los funcionarios que trabajan en ella.

Mediante el Experimento de la cárcel de Stanford, Philip Zimbardo estudió la conducta de las personas en la dinámica de las prisiones. Al simular la vida en la cárcel en un piso de la universidad de esa ciudad, observó que un simple cambio de rol del individuo, como lo es asumir el ejercicio de autoridad, puede transformarlo en un sádico. En el experimento participaron estudiantes -en los roles de guardias, prisioneros y administrativos- con los mejores perfiles y sin antecedentes criminales. Pero al cabo de dos días, los reclusos se revelaron a seguir portando números y gorros. Para mantener el orden, los guardias utilizaron la fuerza física y la situación rápidamente se desbocó. En los turnos en que los prisioneros estaban fuera de las celdas, los guardias abusaron de ellos. El experimento terminó abruptamente al sexto día, al observar una visitante la crueldad en la que también cayó el propio Zimbardo, quien asumió el rol de director de la cárcel.

El experimento se repitió en Australia con el mismo resultado: la maldad fue consecuencia del diseño carcelario y no de los rasgos de las personas.

En Colombia tenemos ejemplos, que no son ningún experimento, sino la cruda realidad: No hace mucho se descubrió en la cárcel Modelo de Bogotá, que durante largos años ocurrieron al interior múltiples asesinatos y desapariciones de reclusos, visitantes y abogados defensores. Lo mismo sucedió en cárceles de Barranquilla, Bucaramanga y Popayán. A eso se suma las humillaciones que a diario sufren los reclusos en medio del hacinamiento, con el pleno conocimiento de los burócratas que siempre han controlado el sistema.

Es alarmante cómo personas normales pueden degenerarse cuando ostentan cierto poder. Parece que la semilla del mal se desarrolla fácilmente cuando se asume una autoridad punitiva.

También Hannah Arendt sostuvo que grandes asesinos y torturadores en masa eran personas normales. Pero su inclinación por la crueldad se la posibilitó el hecho de ser burócratas, cuyas decisiones se volvieron casi anónimas y distantes, al ser simples operarios del sistema.

Se cree que la alta burocratización facilita la deshumanización (despojar a los otros de cualidad humana), la desindividualización (vestir traje o máscara de autoridad), la obediencia ciega al poder (acatar órdenes aberrantes) y la autojustificación (autoconvencerse de algo que sabe que es errado).

Es inquietante cómo en la Democracia Digital, el ciudadano común y corriente puede convertirse en partícipe de este círculo perverso, gracias a la despersonalización y distancia que asume desde su teléfono celular, para presionar desde redes sociales a los burócratas a perpetrar actos de venganza y sadismo, cegado en la trampa de la indignación mediática y el populismo punitivo.