La legítima y digna protesta

21 Noviembre, 2019

Por NICOLAY DUQUE

Nací y crecí en medio de la violencia, no la violencia del conflicto armado propiamente. Fue en medio de la violencia patriarcal, esa violencia de puertas para adentro que muchos niños y niñas soportan aún hoy en día; Esa violencia que busca en los espacios privados aleccionarnos para actuar en los espacios públicos. Esa violencia que se soporta porque se les enseña a las mujeres que no son nada sin el hombre y que es promovida vilmente cuando se enseña a los hombres que las mujeres son seres que hay que “educar” y que entre más mal las traten más estarán ahí para él.

Así crecí, suplicando noches en calma y deseando no vivir en el temor detrás de las puertas cuando se cierran en casa, decidiendo que era mejor no hablar, hacer caso sin chistar, comer en silencio, no poner pereque, pues detrás de cada acción deviene tomar postura, defender una causa y enfrentar la violencia. Crecí con el terrorismo que amenaza enquistado en la piel. Definí para mi vida que sería diferente, que jamás ejercería violencia sobre nadie, sobre todo ante aquellos a quienes digo a amar, me dije a mi misma ¡No seré una persona violenta!, pero esa declaración bien intencionada al principio y arraigada en la imperiosa necesidad de cambiar mi destino, me condujo fatídicamente al mismo lugar del que creí que podía escapar.

Para nadie es un secreto que la violencia entre las parejas y al interior de las familias es un espiral de diferentes violencias que empiezan en lo simbólico, se degradan hasta llegar a la violencia física. Pues bien, resultó que mi declaración de no violencia resultó ser una declaración de no defensa cuando tuve que enfrentarme a la violencia de mi propia pareja, cuando permití que las violencias de otros me definiera, renuncie al valor de dar mis propias luchas y no me defendí frente a las agresiones de todo tipo que recibí de parte de quien decía amarme, solo por no reproducir patrones. Es decir, me enfrasque en una paradoja en la que si me defendía terminaba sintiendo la culpa misma de actuar de la misma manera que todo aquello que no quería ser. Por no ser agresor, terminé siendo víctima y al final del cuento fue la violencia la que definió mis relaciones. Asocie la lucha con la violencia y renuncie a ella, renuncie al valor cuando junté esas dos cosas en mi psiquis.

Y hoy que puedo ver hacia atrás y entender por qué pasó lo que pasó, como el miedo, me robó el coraje, como la determinación la asocie con confrontación, y el poder con violencia no deja de sorprenderme, cómo esos discursos tan útiles para el patriarcado en lo privado, se usan también para moderar lo público y a la masa desde el individuo que busca complacer.

El establecimiento no puede pretender que la ciudadanía no se defienda; no podemos permitir que con su discurso de que no se genere violencia nos arrebaten la posibilidad de presentar nuestras posiciones y defendernos de ellos si así debe ser. Es justo, es digno el reclamo. El silencio y la mansedumbre no son opción ante la tiranía y el miedo. Detrás de las puertas y en las calles la confrontación es opción y la defensa es legítima. No es una oda al vandalismo lo que escribo, es un llamado a la razón para que siempre estemos en capacidad de reconocer los discursos de control y quienes son las víctimas y los agresores con ponderación.

A las calles, sin miedo, con las manos desatadas, la cabeza fría y el corazón caliente, por tus razones, por las mías, con la y el que están al lado como iguales, contra el mal gobierno y el terrorismo de estado.

 

#21NYOMARCHO

Nicolay Duque Aricapa

Calladita no me veo más bonita.