Esta frase en el discurso del presidente Gustavo Petro ante la 79 Asamblea General de la ONU el pasado martes podría definir lo que fue su mensaje al mundo. Para sus detractores que nuestro presidente hablara del genocidio en Gaza cometido por Israel, del peligro de la extinción de la vida humana por efecto del daño climático y de la tala de árboles en el Amazonas son factores de poca monta, ese es el tamaño de la mentalidad de la oposición.
Sin embargo, para el gran pueblo de Colombia y del mundo y de muchos líderes importantes este pronunciamiento de Gustavo Petro es la voz de los desesperanzados como el pajarito que ha permanecido enjaulado por años, que trató de salir miles de veces sin poder lograrlo hasta que se resignó, palabra que se usa cuando claudicamos ante el peso de una aplastante realidad. Un día, la puerta de la jaula se abrió, el dueño la dejó así convencido de que el animalito no se iría a buscar su libertad…, y no se fue…, porque, había aprendido que nada ni nadie lo podía salvar de su destino trágico de vivir encerrado; esa actitud psicológica, la pérdida de esperanza de salir de una situación esclavizante, se llama indefensión aprendida.
Esta condición emocional no sólo se da en los animales irracionales, también la sufren los seres humanos de manera individual y colectiva. Después de un tiempo se aprende a comportarse pasivamente, a no hacer nada, a no responder a las oportunidades de cambiar una condición que sojuzga. Entonces, uno entiende el miedo de la gente de sentir esperanza al ver al presidente Gustavo Petro torear a los seres encarnizados de la oposición quienes, contra toda lógica de supervivencia, se niegan a proteger a la naturaleza, a darle de comer a los ancianos, a ofrecerle trabajo a los jóvenes…, y, que de pronto…, todo se esfume como un sueño. Miedo de la alegría de verlo en el podio de la ONU donde no le tembló la voz para llamar por sus nombres propios a cada uno de los presidentes poderosos, de quienes ahora se distancia después de haberles concedido el beneficio de la duda cuando les solicitó colaboración para detener el genocidio en Gaza, bajar las emisiones del CO2, detener el bloqueo contra Cuba y Venezuela.
Gustavo Petro en su momento llegó hasta ellos Macron, de Francia; Biden, de EEUU; Scholz, de Alemania lleno de esperanza, sin embargo, se dio cuenta rápidamente que todo había sido una hipocresía, entonces, experto en desengaños, dio media vuelta sobre sus pasos y con el pragmatismo que lo caracteriza para hacer realidad sus planes políticos buscó una solución y la encontró ahí mismo mirando el horizonte, los pueblos del mundo. Esta vez le habló a las multitudes convencido de que si los líderes no asumen la salvación los pueblos sí lo harán porque, son los que padecen. Se mostró, una vez más, indignado ante el genocidio en Gaza cometido por Israel, un pueblo indefenso que los poderosos están acabando en un acto también de suicidio porque, ese proceder irracional se repetirá grupo tras grupo dominante si no se detiene ahora, hasta que no quede un humano en la faz de la Tierra; desapareceremos en el orden inverso a como hemos llegado a ser millones, nos iremos diezmando unos con otros hasta que sólo queden dos como fue el inicio de la humanidad y el uno matará al otro.
La indefensión aprendida en Colombia ha sido extremadamente larga, setenta años de grupos armados masacrando a la población y los últimos veinte años con gobiernos que también se han manchado de sangre las manos; han sido décadas subiendo la roca sobre la montaña como el mito de Sísifo sin que nadie acuda a nuestra ayuda, nos han hecho escépticos, de manera que estos dos años de Gustavo Petro con logros inimaginables apenas empiezan a desentumecer las alas de la esperanza del pueblo y, aún más, después de su discurso en la ONU al cuestionar la moral de la oligarquía del mundo que hunde en la pobreza a millones de seres humanos.
El filósofo alemán Hermann Cohen dijo que el pecado verdadero es inflingir sufrimiento a los demás a través de la pobreza porque, implica la voluntad de los seres humanos, es decir, es un acto deliberado, pero algunos políticos se comportan como si nada tuvieran que ver con el Destino de la humanidad doliente que los interpela. La moralidad, nos dice este pensador, surge ante el sufrimiento del otro y es en la compasión, entendida como respuesta al sufrimiento del otro, donde nos elevamos a la condición de individuos morales y de lo que se trata es de hacer desaparecer del mundo formas concretas de inhumanidad.
La política y el discurso de Gustavo Petro no es sólo una línea llamada progresismo, es, sobre todo, la irrupción de la ética a gran escala como a gran escala es la inmoralidad de los gobiernos poderosos. Eso hizo en su discurso, cuestionarles la doble moral, los señaló diciéndoles que son generadores de desolación, les endilgó que hacen daño, que torturan, que matan, que calcinan a los niños sin ningún reato de conciencia, que acaban con el Planeta, que mantienen a la humanidad en una desigualdad vergonzosa. Para esos mandatarios no existe el TÚ, sólo existe el YO. Por eso nuestro presidente les habla a los pueblos convencido de que no hay mayor sufrimiento en esta vida que la pobreza incluso por encima de la muerte y la enfermedad –de ahí su alegría de haber sacado en estos dos años a un millón seiscientas mil personas de la pobreza- porque, la muerte y la enfermedad son inevitables dentro de la vida misma, pero ocasionar la pobreza es cometer un verdadero pecado, que no es fatalidad porque, es el resultado de la acción humana, es una experiencia dolorosa que afecta al estómago y al cerebro de quien la padece y está en manos del ser humanos la decisión, nos dice Hermann Cohen.
Fue sobrecogedor ver a nuestro presidente dando un timonazo al mundo entero que va derecho hacia la desaparición por la irracionalidad de sus mandatarios. Las siete décadas que llevamos de pérdida de confianza en la vida como ningún otro país en este Planeta nos ha hecho creer que estábamos sin redención, sin nadie que aplacara este sufrimiento, sin embargo, es el momento de creer en nuestro presidente, de tener la misma fe de los campesinos en un mejor mañana, de aceptar alegres que tenemos a alguien como Petro al frente de nuestra nación. La indefensión aprendida debe ir cediendo en nuestro inconsciente para mirar esa puerta abierta hacia la libertad, alegrarnos por fin y creer como está creyendo el pueblo que sale a su paso a vitorearlo como lo hicieron con Martín Luther King, alabando su ética. Son líderes surgidos de las entrañas populares desde donde observaron a la sociedad para hacer el diagnóstico de los males del Estado y desde ahí formular las propuestas necesarias; la de Gustavo Petro es que son los pueblos, nosotros, y no los gobernantes indolentes, los que debemos acabar con la desigualdad, con la pobreza, salir a volar fuera de la jaula y así comenzar una nueva historia.
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