La esfera territorial y la política

23 Septiembre, 2021

Por GERARDO ARDILA

Los seres humanos necesitamos pertenecer a una comunidad y una comunidad se delimita en un territorio. Nuestra pertenencia es la identidad y el territorio, el marco fundamental de esa identidad. A la pregunta identitaria por excelencia, ¿de dónde es usted?, respondemos con un despliegue de imágenes en nuestra mente; emergen de inmediato sensaciones de luz, calor o frío, seguridad, protección, o también temor, miedo, desesperanza, junto con un conjunto de olores, sabores, recuerdos vívidos de nuestra existencia. Sentimos que hay amigos, parientes y vecinos y podemos vernos como si fuéramos personajes de un drama que nos incluye en la distancia. Nuestros recuerdos y nuestros sueños están hechos de la misma materia que la identidad, y son el tuétano del territorio. El territorio es, ante todo, un sistema de relaciones; muy lejano de la idea del territorio como un pedazo de tierra en el que se circunscriben nuestros actos. El territorio no es plano sino esférico; allí vive dios y habitan mis demonios; allí están las rocas de sal y los manantiales del almíbar; allí está instalado el yunque en el que forjamos nuestro propio destino; allí surge la música del universo que nos envuelve en su hechizo conectado al corazón; allí está la cuerda que tañe los recuerdos de mis muertos porque allí están sus cenizas regadas en la tierra.

La esfera territorial y la política

     Un alero en la ciudad, un agujero en un puente, una sombra de un árbol, una butaca en un parque, una mesa de café, un asiento de teatro, una silla en el cine, un reborde del muro de una escuela, un escalón de gradería en una cancha, un morro en el solar del frente, un jarillón de río espeso y oliente, un horcón de gallinero, un borde de andén desportillado y sucio, un poyo brillado por el viento, una silla coja recostada contra el muro, un resalto en la ventana, un sofá forrado en terciopelo, un catre recubierto con un cuero seco, un rincón de la fábrica desierta o una esquina del plantío en la vega lavada por el arroyo límpido, una calle negra e infinita, un camino amarillo y pedregoso, son un lugar. Cualquier lugar podría ser mi territorio, un lugar humano que me acepta, donde soy yo, donde me encuentro con la soledad que me confronta, donde instalo mi historia para mirarla a la cara, mi lugar, mi zulo. Afuera de mi espacio tengo miedo de lo desconocido, aquí soy seguro y reino en mi silencio.

     Los seres humanos ocupamos la tierra en un lento proceso de millones de años, que requirieron investigación (mediante avanzadas de exploración sobre nuevos espacios geográficos y de nuevas posibilidades de recursos y opciones para vivir); interacción (con nuevas especies de animales y plantas y con nuevas circunstancias de suelos, sol, lluvia, agua disponible, pero también con los humanos con quienes ya compartíamos espacios o con quienes empezábamos la experiencia de compartir); y ocupación (de nuevos lugares que implicaron transformaciones tanto de nuestras condiciones técnicas iniciales como de nuestros mecanismos sociales de interrelación, organización del espacio y facilidades de acceso a las posibilidades de la vida). La capacidad de adaptación a todos los ecosistemas del planeta ha sido nuestra ventaja. Investigación-interacción-ocupación de nuevos espacios hasta llenar la tierra y llevarla a un extremo en el que peligra nuestra propia existencia. Los impactos del cambio climático y las consecuencias, cada vez más visibles, de la variabilidad climática, junto con la injusticia en la distribución y el acceso al espacio y a las fuentes de la vida, nos obligan a considerar con rigor y convicción la necesidad del cambio

"Los impactos del cambio climático y las consecuencias, cada vez más visibles, de la variabilidad climática, junto con la injusticia en la distribución y el acceso al espacio y a las fuentes de la vida, nos obligan a considerar con rigor y convicción la necesidad del cambio".

     Cada nuevo proceso de asentamiento significó una multiplicidad de relaciones nuevas y la necesidad de explicarlas, pautarlas, reglamentarlas; los acuerdos surgidos de esos procesos y los mecanismos para tramitarlos son la política. En un mundo saturado por los humanos, todo proceso de ordenamiento territorial es en esencia un proceso político. Las decisiones sobre las transformaciones de la estructura de cada sociedad y sobre el uso del espacio que le es consecuente son una oportunidad para generar acuerdos y para conectar a los humanos con su historia particular y con sus congéneres, presentes, pasados y futuros: las nuevas generaciones y su derecho a encontrar un mundo vivible y las antiguas generaciones y sus legados. Esos derechos, que se construyen desde una visión siempre presente, se basan en la responsabilidad que tenemos de vivir bien y de dejar vivir bien a los que vienen. No hay posibilidad de eludir esa obligación que nos compete a todos: participar, exigir participación a todos y estar dispuestos a diluir nuestros intereses en el bienestar colectivo. No es una ilusión sino una necesidad para la sobrevivencia.

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    La visión que tenemos del territorio se organiza en escalas graduales a partir del que consideramos como nuestro primer territorio, que es el cuerpo; luego viene el territorio del hogar y la familia; después la cuadra, el conjunto, el sector de la vereda; después el barrio, la vereda, el corregimiento, hasta llegar a la comunidad imaginada y artificial de la nación, el país, la región. La diversidad de combinaciones del “nosotros” y la inmensa variedad que concedemos a las articulaciones del “otros” es el motor de la vida social y política humana, el mecanismo para establecer deberes y derechos. Si ampliar el margen de libertad para la toma de decisiones es el alma de una política pública progresista, ampliar el contorno del “nosotros” es la esencia de la democracia.

     La tendencia a convertir la vida en mercancía, a hacer del dinero la medida de valor de las “cosas de la vida”, no es ni universal ni eterna, sino que es un rasgo característico de una época, de una estructura social particular, de un momento de la historia humana y, por tanto, se puede revertir, se puede cambiar, se puede construir un mundo distinto y una sociedad equitativa. Cuanto más valor le concedemos a los “otros” y cuantos más seres incluimos en los márgenes del “nosotros”, más capacidad construimos para superar la desigualdad y para enfrentar las exclusiones. No hay política pública eficaz sin la disponibilidad espiritual que nos compete para revisar nuestra proclividad hacia el racismo, el clasismo, el patriarcalismo, la exclusión.

"La tendencia a convertir la vida en mercancía, a hacer del dinero la medida de valor de las ‘cosas de la vida’, no es ni universal ni eterna..."

La esfera territorial y la política

     Las decisiones que tomamos para construir una sociedad y una territorialidad consecuente, se hacen visibles en el paisaje, esa cara concreta de nuestras ideas de sociedad, de las fronteras que instalamos, de las injusticias que alimentamos. El paisaje es el recordatorio constante de nuestras acciones, de lo que creamos y de lo que destruimos. De la manera como anhelamos la libertad y fortalecemos la esclavitud. El paisaje grita la miseria y la pobreza, alardea de la riqueza y el poder y exterioriza la incapacidad de esta sociedad para ampliar el estrecho círculo de ese “nosotros” raquítico que se estrangula con su propio aliento. El paisaje cambia cuando un modelo de vida se impone sobre otro, cuando la sociedad se transforma, cuando los humanos somos capaces de reconstruirnos desde el fondo.

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     El de región es un concepto operativo; se acomoda a lo que se quiera describir y se diluye en su propio sentido cuando ya no se necesita. Una región cambia sus límites y su profundidad cuando transforma su contenido. No hay una “región homogénea”; siempre habrá unos rasgos que se asignan de manera artificial a un territorio diverso para limitar su distribución en el tiempo y el espacio; esos rasgos son temporales y cambiantes, por lo que las regiones no deberían ser más que instrumentos, artefactos de gobierno provisionales, no entidades administrativas o políticas con fronteras y contenidos fijos. No obstante, hay regiones que definen territorios que se han enriquecido y acogido a poderosos tomadores de decisiones que manejan el futuro de otras regiones a las que han impuesto dependencias. El desequilibrio regional es una realidad tan clara como la inequidad política y económica que lo soporta.

     Estamos en un momento particular de la historia de la humanidad, puesto que hemos llevado las tensiones hasta el borde. La naturaleza está exhausta y la sociedad asfixiada. Podemos aprovechar las circunstancias de crisis para transformar esta realidad o podemos ignorarnos mientras arrastramos a los humanos que todavía no nacen hacia un abismo sin retorno.