La cenicienta

24 Septiembre, 2018

Por GERARDO REYES *

La hija del mafioso entró como una tromba a la mansión de Staten Island y trató de abrir todas las gavetas y escaparates que encontraba en su camino. Desesperada porque la mayoría de los muebles estaban asegurados, corrió al cuarto de ropas a preguntar por las llaves a la muchacha del servicio, Gloria Olarte, que estaba planchando las camisas del señor.

            Al ver su rostro congestionado, la mucama antioqueña le preguntó qué estaba ocurriendo. Connie Castellano se llevó a Gloria al comedor principal, se sentó en la silla donde se sentaba su padre, y Gloria recuerda que le dijo con una pasmosa serenidad: <<A míster Paul lo mataron>>.

            -Ni siquiera me dijo <<mataron a mi papá>> -dijo Gloria.

            Paul Castellano había caído muerto en una calle de Manhattan con seis balas en su cuerpo. El último jefe de la familia Gambino, la más poderosa organización de la mafia italiana en Estados Unidos, había sido ajusticiado por no estar a la altura de su cargo y negarse a dar paso a la nueva generación de goombatas que espoleaba un jovencito indomable de Harlem, muy bien vestido, llamado John Gotti.

            Eran las 6:20 de la tarde del 16 de diciembre de 1985.

            Gloria Olarte se derrumbó por dentro.

            En la mesa quedó sin planchar la camisa blanca del señor que ahora yacía en una calle de la ciudad rodeado de cintas amarillas de no pase, de sirenas y detectives con cámaras y tizas de calcar siluetas en asfalto.

            En una de las gavetas que no pudo abrir Connie, la hija del mafioso, se quedaron guardados los pasajes a Pompano Beach, un balneario del sur del estado de la Florida, donde Gloria y míster Paul pasarían vacaciones.

            A los pocos días de la tragedia, Gloria regresó a la modesta casa de sus padres en Medellín con una caja llena de payasos de porcelana y de otros recuerdos que no se quebraron cuando se rompió el encanto. Sentada en el comedor de su casa de clase media en esta ciudad, la mujer no encuentra una fábula completa para describir en breve los seis años que vivió junto a Castellano, el hombre a quien más quiso en su vida.

-¿Gloria en el País de las Maravillas? –se pregunta-. ¿Tal vez Gloria, la Cenicienta? La diferencia no importa –concluye-, porque el epílogo es el mismo.

            Gloria dice que ésta es una etapa de <<elaborar el duelo>>, para racionalizar el dolor, mientras mira de reojo y con recelo un libro que está sobre la mesa, The Boss of Bosses, la biografía del capo escrita por dos agentes del FBI. Ella no quiere saber de ese libro porque teme conocer al otro Castellano, al gánster Gambino, la antítesis del viejo que lloraba de soledad en su regazo en la mansión de Staten Island, Nueva York.

Sonriendo para míster Paul

            La vida de Gloria junto al Padrino es la historia de una profanación amorosa. Esta paisa de 44 años profanó los sacramentos familiares de la mafia italiana que establecen que las mujeres son implementos de cocina cuya importancia en la vida estriba en su fertilidad y en la capacidad de criar sin lamentos a los herederos de la organización. Aunque nunca se atrevieron a decírselo, los lugartenientes del clan Gambino jamás perdonaron a Castellano que sentara en la misma mesa de juego de su casa, en medio del humo de sus tabacos, a una sirvienta colombiana a quien el capo llamaba en falsete <<my baby>>.

            Fue en una de esas reuniones en que Gloria cometió el error de sonreír de una manera que desarmó para siempre al capo.

            -Cuando la gente se fue, míster Paul me dijo: <<De ahora en adelante usted va a seguir sonriendo para mí>>.

            A Gloria, entonces de 32 años, no le costó mucho trabajo cumplir la orden de su patrón, que tenía 67. No había motivos para llorar, dice Gloria. De simple sirvienta, Castellano la llevó a su mesa, le encomendó la sagrada tarea de planchar sus camisas y preparar café, la convirtió en su amante y, de paso, en una confidente tan profundamente enterada de su vida que el FBI le ofreció el cielo y la tierra para delatar al capo.

            Olarte y su madre –a quien también visitó el FBI en Medellín- prefirieron su lealtad. En la casa de la madre de Gloria, míster Paul es un príncipe muerto que le dio felicidad por un buen raro a la hija rebelde y corbatas finas a los muchachos. En el lenguaje de Gloria, Castellano es, respetuosamente, míster Paul, y ese nombre encierra una emotiva mezcla de padre, patrón y amante, <<una cantidad de sentimientos que si él me hubiera preguntado, yo no hubiera sabido definírselos>>. Castellano tampoco los definió, pero un día hizo por ella lo que no había hecho por su esposa en muchos años de impotencia sexual: se mandó a colocar un implante hidráulico en el pene para que sus retozos vespertinos con Gloria culminaran con éxito en noche de amor.

            Gloria llegó el 17 de febrero de 1979 a vivir a Nueva York con una maleta, una visa de turista y los mismos sueños de miles de inmigrantes que buscan mejores oportunidades en Estados Unidos. Había intentado sin suerte conseguir puesto en Silbar Spring Shore, Florida, donde vivía un hermano suyo. Ahora quería saber si Nueva York, donde residía su hermana Nelly, le daba una oportunidad. Del aeropuerto salió directamente a una fábrica de confecciones donde trabajaba Nelly. Sin haber desempacado maletas, aprendió ese día a forrar botones y otras labores que comenzó a ejecutar al día siguiente por un sueldo de 95 dólares semanales.

            Pero la ciudad, sepultada en la nieve, los trenes, la agitación <<la comida en bolsita>>, desanimaron de inmediato a Gloria.

            -No me gustó, no me acomodé.

            Cuando llegó a su puntada de máxima resistencia en la fábrica de confecciones, a finales de abril, pidió a su hermana ayuda para buscar un trabajo en una casa de familia donde pudiera sentirse tranquila. A los pocos días, Nelly llegó con la noticia de un trabajo <<con gente rica>>.

            -Pero necesitas hablar inglés –le advirtió Nelly.

            -Ah, listo, no hay problema, diga que yo voy –recuerda Gloria que dijo-. Yo no sabía hablar inglés.

            Gloria se acicaló y esperó con su hermana y un amigo en el apartamento de Nelly en Corona, Queens, la llegada del dueño de la fábrica de textiles que pasaría para llevarlos a otro lugar donde esperaba un chofer de la gente rica. De Queens salieron en un campero, y a la mansión de Castellano llegaron en una limusina conducida por Joseph Gambino, un nieto del legendario jefe de la mafia italiana Carlo Gambino.

            -Era una limusina hermosísima, me acuerdo, una Lincoln Continental azul con una capota amarilla como de cuero. Olía muy rico –dice Gloria-. No tenía nada de especial, simplemente era yo que no estaba acostumbrada a esas cosas porque aquí en Medellín nunca tuvimos ni tenemos carro. Yo siempre monté en bus.

El hombre de la escalera

            Al llegar a la casa de los Castellano, su amigo Mario Gaviria, sirvió de traductor. La esposa de Castellano, Nina Mano, invitó a Gloria a sentarse y le preguntó a Gaviria si ella sabía conducir un automóvil. No, respondió él.

            De un momento a otro, recuerda Gloria, vio a un hombre alto, imponente y elegante que bajaba despacio por las escaleras de la mansión. Ella escasamente pudo mirarlo.

            -Yo no sé, de pronto él me miraría. Yo estaba tan asustada pendiente de un perro que había ahí, impresionante de grande, que yo no miré a nadie –recuerda Gloria.

            La señora Nina le pidió que no tuviera miedo del perro, un furioso dóberman entrenado para matar, y entonces Gloria dijo para sí misma que el problema no solo era el animal sino el hombre de la escalera.

            -Yo tímida, bien tímida e inexperta, venir a trabajar con ese señor tan repelente –se dijo. A la salida, su amigo le advirtió que tenía que aprender a manejar, y a ella no le pareció un obstáculo porque desde entonces ya tenía claro que lo principal era hacerse querer.

            Pasaron abril, mayo, junio y las expectativas del puesto parecían desvanecerse. En agosto, sonó el teléfono del apartamento y alguien le informó a Nelly que Gloria estaba contratada.

            Viajaron en limusina de nuevo, pero esta vez a una mansión para estrenar y con una fachada tan majestuosa que Nelly le preguntó deslumbrada al chofer a qué iglesia las había llevado.

            Era la nueva residencia de los Castellano, una mansión de 17 habitaciones y doce baños, piscina olímpica, varias salas y niveles, situada en el sitio más alto de la ciudad de Nueva York, conocido como Todt Hill. Para la flamante ama de llaves de Medellín, los dueños habían separado un apartamento con todas las comodidades en el primer piso. Castellano era un viejo hogareño que dirigía sus negocios lícitos y sucios desde su casa, y sólo salía en contadas ocasiones a comer en restaurantes italianos o especializados en carnes.

            Los primeros meses fueron muy duros, admite Gloria:

            -Yo lloraba y decía: <<Bendito sea mi Dios, ¿por qué me metí en esto?>>. El principal martirio era la comunicación. Los Castellano tenían que hacer toda clase de mímica para darse a entender. Misis Nina me hablaba unas veces en italiano y otras en inglés. Cada vez que no entendía, yo cogía el teléfono: <<Nelly, me dijeron spoom, ¿qué es eso?>>. Cuando de pronto me daban frases más largas yo llamaba a mi sobrina: <<Paty, me dijeron set the table, ¿qué es eso?>>.

            Hasta que el señor de la casa llevó una minicomputadora que se convirtió, con el tiempo, en su celestina electrónica. La computadora traducía a siete idiomas.

            Al principio, Castellano escribía mensajes fríos y perentorios: <<Arregle la mesa>>, <<Tráigame frutas>>, <<Prepare el café>>. Pero unos meses después, la cocinera empezó a encontrar mensajes como <<Tienes unos ojos bonitos>>, <<Me gustas>>.

            A sus 35 años, Gloria era una mujer delgada, de cabello negro lacio y cejas pobladas, a quien los lances del patrón no le disgustaban.

            -Me mató el ojo –le dijo a Nelly, pero recuerda que ella siguió indiferente.

            Un día, míster Paul entró en la cocina, dice Gloria.

            -Me puso la mano en la cintura, me dijo que le pusiera la cabeza en su pecho. Yo se la puse, y él empezó a sobarme la cabeza y me dijo: <<Usted puede ser hija mía>>, y yo lo miré y cuando lo miré me dio un beso aquí, en la mejilla.

            Así comenzó eso que Gloria no puede llamar amor del todo.

Micrófono secreto

            Algunos suspiros, discusiones y otras pruebas de su romance con Castellano quedaron grabadas a través de un micrófono omnidireccional que los detectives del FBI Joseph O’Brien y Andris Kurins instalaron en la base de una lámpara de pie situada muy cerca al sillón predilecto del capo.

            Los agentes comenzaron a sospechar que entre la mucama y Castellano había más que un contrato de servidumbre desde principios de 1983. Desde una casa situada cerca a la mansión, donde instalaron monitores, escucharon al capo pedirle a su baby que le cortara las uñas del pie, pues ya había agujerado las medias de diez dólares. Gloria aceptó sin chistar, pero mientras estaba en su labor, y en medio de los explosivos disparos que producían en los audífonos de los agentes el clic del cortaúñas, los detectives escucharon una voz socarrona que los hizo pensar que Castellano no tenía las manos desocupadas.

            -Míster Paul, si usted sigue haciendo eso, yo no puedo concentrarme, me da miedo que lo corte –dijo ella.

            Otras conversaciones convencieron a los intrusos de que Castellano estaba enamorado de Gloria y dispuesto a jugarse el matrimonio. El mismo hombre que en algunas cintas se escucha maldecir con toda clase de vulgaridades a socios incumplidos, torna su voz casi como la de un niño para consolar a la colombiana durante un ataque de celos:

            -Gloria, Gloria, ¿de qué puedes estar celosa?... Quiero estar contigo por siempre… ¿Sabes quién te está hablando? Tu padre, tu madre… Ven baby. Dios mío, no te puedo ver así, no te puedo ver actuar así, qué podemos hacer por ti… Ven a mí, sonríe… una sonrisa grande, un beso, así… esos ojos.

            Las voces del sospechoso y su amante quedaron ahogadas durante varias horas por una artillería de merengues y vallenatos que Gloria escuchaba en Radio Wado, una potente emisora de Nueva York.

            Cuando Castellano comenzó a sospechar que alguien los estaba escuchando en la intimidad de su mansión, ya era tarde. Los agentes habían grabado 600 horas que sirvieron para abrir más de cien causas criminales contra él y su organización.

            Los Castellano llenaron el ropero de Gloria con trajes de mejores marcas. La llevaron a las tiendas a comprar lo que quisiera y, al desempacar en la nueva casa, le regalaron lo que ya no usaban.

            -Para mí era todo un descubrimiento, yo nunca había entrado a una casa como ésa –recuerda Gloria-. Es que no había nada feo, ni siquiera la gente.

            Lo feo estaba escondido. A los pocos días de llegar, Gloria empezó a sentir las tensiones matrimoniales. Las peleas entre los Castellano eran continuas.

            -Yo los oí discutir –dice Gloria-, por una salchicha, por la camisa mal planchada, porque los zapatos no llegaron, porque no compró tal cosa en el mercado.

            Al escuchar las riñas, Gloria se encerraba apenada en su cuarto sin sospechar que cada disputa iba abriendo poco a poco el camino a su pedestal. Como la señora Nina dejaba de cocinar y de planchar las camisas cada vez que peleaba con su marido, entonces Gloria surgía sumisa como esposa emergente. Salía a hacer mercado, controlaba el horario de las inyecciones de insulina del señor y se adueñaba de la cocina para preparar platos italianos. Sólo italianos, pues el día que amasó unas arepas para sorprender al viejo con un plato típico colombiano, éste comentó que parecía comida de cerdos.

            Los egos de las dos mujeres hicieron explosión en la cocina por tratar de servir al mismo hombre. Gloria no quiso dar detalles de lo que ocurrió exactamente. Lo cierto es que un día que no pudo soportar más la tensión, guardó su ropa en dos bolsas plásticas de basura y se marchó para un hotel de Nueva York a pasar su disgusto. Hasta el hotel llegó Castellano la misma noche junto a cinco hombres para implorar su regreso, dice Gloria. Ella puso como condición que lo haría pero por la puerta grande, no por la de atrás. No se trataba de una condición figurativa. Castellano tuvo que abrir un gigantesco portón de madera por donde entró su amante con sus bolsas de plástico. La señora Nina entendió el mensaje y dejó la mansión y a su marido en 1983.

Una organización como cualquiera

            Desde entonces, Gloria asumió el control de la casa y dio rienda suelta a su apasionada relación con el hombre más poderoso de la mafia de los Estados Unidos, la legendaria figura que controlaba a 250 miembros, 550 asociados y miles de auxiliares de la familia Gambino. Bajo su mando funcionaban sindicatos de la industria de la carne, negocios de pornografía, organizaciones de asaltantes de camiones, una cadena de supermercados y fábricas de cemento. El hombre que Gloria dice haber conocido fue otro. Un viejo llorón y solitario, que no se cansó de repetir que envidiaba su felicidad de mujer pobre.

            -Yo le comentaba que a mí me gustaría ser tan rica como él, y él me decía que nunca quisiera tener una riqueza material <<como la que tengo yo>> porque eso da mucha soledad –relata Gloria.

            En sus conversaciones, los negocios de Castellano estuvieron siempre bajo un manto de discreción. Supo que era un hombre muy importante porque cuando llegaban juntos a un restaurante, muchos de los comensales se ponían de pie y antes de estrechar su mano le hacían varias reverencias.

            -Un día, conversando con él, como a las seis u ocho meses de estar en la casa, me dijo: <<¿Usted sabe quién soy yo?>> Le dije: <<Sí, usted es míster Paul, un hombre muy rico, muy querido>>. Y entonces me dijo: <<¿Usted sabe que yo pertenezco a la mafia?>>. Le dije <<No>>. <<¿Y a usted no le da miedo?>>. <<No>>, le dije, <<porque yo creo que la mafia es una organización como cualquiera>>.

            Castellano salía muy poco de su casa. Gloria se encargaba de todas las diligencias domésticas al mando del automóvil que su patrón le regaló, un Datsun 280Z último modelo que emitía instrucciones verbales desde el panel de control. Sólo había dos de esos automóviles en Nueva York, recuerda Gloria, quien finalmente aprendió a manejar.

            -Era una sensación, el carro decía que la puerta estaba abierta, que se acabó la gasolina, que infle las llantas.

            Por las noches, el viejo y la criada se sentaban a ver películas de vaqueros y a comer frutas y helados. Castellano traducía lo que Gloria no entendía. Y antes de ir a dormir, cada uno jugaba solitario en mesas separadas hasta que ambos perdían porque empezaba una íntima tanda de besos y caricias que no llevaban a nada. La diabetes había provocado en Castellano impotencia sexual, un impedimento que su despiadado sucesor, John Gotti, se encargó de difundir entre su gente como una señal más de que la organización necesitaba renovarse.

            -Tú llegaste en el peor momento de mi vida para hacerte feliz –le dijo un día Castellano a Gloria. Cuando no pudo soportar más esa limitación, el viejo se hizo operar.

            La intervención fue un éxito, dijo Gloria. Era tan intenso su deseo de probar que todo había salido bien, recuerda, que el mismo día, con 69 puntos en la herida, quería hacer el amor. La mujer se negó, pero dice que será difícil encontrar un amante como él.

            Los últimos meses de la vida del capo fueron trágicos. Gloria cambió el canal de vaqueros por los noticieros que lo mostraban demolido emocionalmente haciendo su ingreso a la Corte Federal de Nueva York, donde debía responder acusaciones de dirigir una red de robo de automóviles y confabularse para cometer homicidio.

            -Tenía una especie de delirio de persecución –recuerda Gloria-. Creía que alguien lo seguía y no quería que yo me separara de él.

            El delirio descansaba en temores ciertos. Castellano sabía que iba a morir pronto. La mafia no le perdonaba sus descuidos. Dejarse poner micrófonos en sus narices, enredarse con una criada, separarse de la mujer y dar órdenes tan anacrónicas como prohibir a su gente lucrarse del narcotráfico, son muchos errores juntos para un jefe.

            -Los hombres como yo –le dijo Castellano una vez a Gloria- mueren en la calle.

            Justamente en la calle, en el asiento trasero de su carro, frente al restaurante Spark Steak House, de Nueva York, murió con seis disparos en el cuerpo. Se acababa de comer en ese lugar el tercer corte de un prime rib escogido por él mismo, como era su costumbre. A un metro del automóvil, tirado en la calle, quedó abatido también con seis disparos. Thomas Billoti, el hombre que posiblemente se llevó a la tumba la lista de las cosas que el Padrino le había prometido a su amante.

            Gloria regresó a Colombia a los pocos días con un baúl de payasos y 18 mil dólares que le entregó la hija del capo en la puerta de la casa diciéndole: <<Esto se lo dejó Mr. Paul>>. Ni siquiera dijo <<mi papá>>.

 


*SOBRE EL AUTOR.- Gerardo Reyes Copello, junto con Daniel Samper Pizano y Daniel Coronel, integra la cúpula del periodismo de investigación en Colombia, género del cual es fundador. Trabaja como director del equipo de Investigación de la cadena estadounidense Univisión. Fue el periodista estrella de El Nuevo Herald de Miami, de Florida y escribió también en The Miami Herald, ganó un Pulitzer compartido en 1999. Es considerado uno de los “sabuesos” más temidos del periodismo hemisférico.​ Wikipedia. Nació en Cúcuta en 1958 e inauguró, en El Tiempo, de Bogotá, el periodismo investigativo en Colombia, junto con Daniel Samper Pizano y Alberto Donadío.