La arquitectura del miedo

16 Julio, 2021

Por DIANA LÓPEZ ZULETA

He contemplado asombrada, una y otra vez, las imágenes del edificio que se cayó en Miami. He visto a los sobrevivientes contar cómo se destrozó en apenas doce segundos. He oído el testimonio de alguien que se fue del apartamento de su prometido una hora antes, el de otra que abrió la puerta y solo vio el vacío, pero se salvó.

He seguido el minuto a minuto de la zona del colapso, como si de repente esa noticia fuera más importante que cualquiera de mi país. El reporte de muertos, heridos y desaparecidos. El análisis de los expertos. Los videos. El edificio se estaba hundiendo, dice la reportera. Fallas estructurales, daño en el concreto, grietas.

Ahora estoy en silencio, resguardada del frío, en el edificio donde vivo. Los carros pitan con urgencia, los buses producen un sonido bestial, las motos pasan a toda velocidad, arrasando con el viento. Desde la ventana me detengo a verlos hasta cuando, ya vencidos por la noche, empiezan a bajar el ritmo del desenfreno. Entonces una sensación de sobresalto me inquieta con preguntas:

¿Y si el edificio representa el cuerpo?

¿Y si el cuerpo también se desconchara como el edificio?

¿Y si nadie pudiera predecir cómo el cuerpo de alguien se va agrietando, como lo hizo el edificio?

¿Y si la cabeza es también como un edificio en ruinas que no lo sabe sino hasta cuando colapsa?

Veo las fotos del antes y digo: el edificio se veía normal. Así se pueden ver muchos —pienso— y por dentro estar a punto de romperse.

Me conmocionan las tragedias porque quizá son tan probables como respirar. La muerte siempre está ahí, vigilante, a punto de aparecer. Esas cosas pienso días antes de que mi cuerpo también colapse.

Los signos vitales, tan quebradizos, tan diminutos, tan imperceptibles para el otro, pero tan trascendentales para el funcionamiento del cuerpo. El corazón late pero poco somos conscientes de que ese ritmo ayuda a mantenernos vivos.

Aunque ya pasó, se repite en mi cabeza. Estoy alerta, me anticipo porque no quiero que vuelva. Me despierto de golpe varias veces en la noche para verificar que estoy bien. ¿No me estoy muriendo? ¿Ya pasó? Sí, ya pasó, me respondo.

Entonces escribo para hacer más liviano ese recuerdo.