“Hay otra dimensión de la impunidad”: María del Mar Ramón

26 Julio, 2021
  • La escritora conversó con La Nueva Prensa sobre su primera novela, La manada, que será presentada el próximo miércoles 28 de julio.


Por DIANA LÓPEZ ZULETA

Hache, el personaje principal de La manada, no solo ha matado a su mejor amigo, sino sus propios principios. Un torrente de emociones lo sacude. Corre sin vacilar, agitado —con la sensación de derrota de haber hecho algo que en el fondo no quería—, pero siguiendo a sus amigos que iniciaron la golpiza que terminó en asesinato. La vida abre las fauces, acorralándolo. Voces crecientes retumban en su cabeza.

La novela de María del Mar Ramón comienza con ese asesinato, aunque no gira únicamente sobre él. Un grupo de adolescentes viven en medio del vértigo acuciante de construir su identidad. Estudian en un colegio religioso de hombres y desafían los códigos sociales. Familias disfuncionales, fiestas que se salen de control, dudas sobre la sexualidad, emociones frágiles. Es un mundo convulso. El asesinato se presenta como un peso que nunca se aliviana. La época, recreada con precisión, se enmarca a principios del 2000.

“Mientras miraba la ciudad desde la ventana, tuvo la primera revelación de que el mundo había seguido en pie, pero que ya no estaría nunca más en él. La certeza de que ahora habitaba un mundo fuera del mundo”, narra en uno de los capítulos. 

La novela explora la difusa línea entre el bien y el mal, la masculinidad, las frustraciones y la culpa. La historia es tan intensa que a veces se siente irrespirable; el tono, crudo y sin artificios; el ritmo, trepidante, y los personajes, dramáticamente potentes y complejos. Se lee sin pausa, con la garganta seca, la intriga y el asombro de saber por qué.

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María del Mar ha publicado Tirar y vivir sin culpa (Planeta, 2019) y colabora en diversos medios internacionales. Fundó, junto con otras amigas, la organización no gubernamental Red de Mujeres. Hace varios años vive en Argentina, desde donde accedió a conversar, por videollamada, con La Nueva Prensa.

Diana López Zuleta: ¿Cómo llegas a esta historia? ¿Desde cuándo venía en tu cabeza?

María del Mar Ramón: Desde siempre, pero, sobre todo, desde el caso de la manada, en España, que ocurrió en 2016. Recuerdo que circulaba mucho la foto de estos cinco muchachos, y a mí me llamó la atención. Pensé durante mucho tiempo: ¿Qué habría pasado? ¿cómo habría sido ese instante en el que ellos deciden violar a una chica? Porque yo tenía la intuición, y después se me convirtió en certeza, de que los cinco no habían tenido la misma intención, que muy probablemente eran cinco personas muy distintas, con crianzas diferentes, con principios distintos, y que, por alguna razón —puestos en esa situación— habían tomado la decisión de abandonar todos sus preceptos éticos y morales, y seguirse los unos a los otros. Yo sabía que, si uno había querido, al menos dos nunca lo habrían iniciado solos, pero no fueron capaces de decir que no, y participaron, y seguramente hubo un tercero que no estuvo seguro del todo pero que no dijo nada, y ese instante a mí me empezó a obsesionar mucho. Qué pasaba, qué les pasa por la mente, cómo se toma esa decisión. Entonces, hace varios años escribí un cuento que me parece que es la génesis de la novela, e indagué sobre ese momento decisivo, pero desde la ficción. Seguí pensando sobre esta historia y cómo contarla, de una manera obsesiva. Justo llegó la pandemia y yo tuve mucho tiempo libre, encerrada, y la historia fue armándose muy rápido, tomando su propio cuerpo.

D.L.Z: Me gustó esa forma de presentar a los personajes sin juzgarlos. Es decir, no los presentas como monstruos…

M.M.R: En mi anterior libro ya había escrito del lado de la víctima, y para este formato lo interesante era justamente jugar a entender qué era lo que les pasaba a estos muchachos, y para entenderlos no había que juzgarlos, o sea, no se puede escribir ficción desde el juicio, o no va funcionar, es aburrido. Cuando empecé a escribir esta historia, y me imaginaba a estos muchachos, yo los detestaba. Pensaba: ¡qué son estas personas tan horribles! Pero una vez que fui descubriéndolos, me di cuenta de que la gente no es buena ni mala. La gente está puesta en unas situaciones, y tiene unas sensibilidades y unas presiones, y el universo y el contexto han intensificado algunos rasgos, y hay personas que son más crueles que otras. Hay personas que son potencialmente crueles y nunca están puestas en una situación de ejercicio de la crueldad.

Es muy difícil enseñarles a estas personas que el mundo es diverso y merece respeto cuando no lo están viendo ni percibiendo.

D.L.Z: Hache es un chico inseguro, en toda la complejidad de su adolescencia, pero que quizás tomó el camino equivocado. Él cree que para reafirmarse como hombre necesita ese grupo, como encajar en algo, ¿no?

M.M.R: Yo creo que les pasa a muchos. Una de las cosas en las que me esforcé mucho —no solo en la verosimilitud— fue tratar de entender lo que les sucede a los adolescentes. Yo no fui un adolescente varón, por lo cual esa experiencia me resultaba bastante ajena, pero sí entendía que algo nos pasa a los adultos una vez crecemos y es que nos olvidamos muy rápidamente de lo difícil que es ser adolescente, la presión que hay en ser adolescente y lo importante que son las visiones y las perspectivas de los otros cuando uno lo es, como que se tiende a subestimarlas luego, cuando es grande. Yo me acuerdo, es un dicho muy de los papás: “Bueno, y si sus amigos se tiran por un quinto piso, ¿usted se tira?”. Y por supuesto que uno respondía “no, papá”, pero yo internamente pensaba, pero claro que sí, por supuesto que me voy a tirar, yo no voy a ser la que no se tira.

D.L.Z: Y porque también uno llega a ser fácilmente moldeable.

M.M.R: Claro, porque la aprobación de los pares es mucho más importante de lo que estamos dispuestos a aceptar. Yo creo que los asuntos de la identidad no son menores, que uno tiende a subestimarlos, pero para ellos esto es muy crucial en su formación identitaria, y a mí me interesaba explorar todo eso desde el aspecto emocional de este personaje, con emociones como la vergüenza, la humillación, la culpa, la ira, la tristeza y la dificultad para transitarlas, y las sensaciones de cobijo y sosiego, y al mismo tiempo de constante amenaza que él encuentra con este grupo que lo valida, y es una validación que nadie le puede dar, ni su mamá, ni su papá, ni su primo, ni sus tíos, ¿por qué? Porque a nosotros tampoco nos la podía dar otra persona.

D.L.Z: ¿Tú crees que esa masculinidad que vulnera al otro, es finalmente una construcción social?

M.M.R: Yo creo que es una construcción social, por supuesto, yo soy súper antibiologicista, no creo que eso tenga nada de genético. Me han preguntado cómo podemos hacer para que nuestros muchachos no sean así y la verdad no tengo la respuesta, pero sí creo, después de escribir el libro, que los ambientes exclusivamente masculinos sí reproducen y generan unas dinámicas muy violentas porque reproducen una idea de la homogeneidad de no estar en el mundo, y yo creo que una cosa que es fundamental para no solo bajar los niveles de violencia sino también para criar personas más saludables y más aptas para vivir en sociedades justas es convivir con la diversidad, la diversidad de géneros, de orientaciones sexuales, de etnias, clases sociales. Me parece que a todas luces es muy difícil enseñarles a estas personas que el mundo es diverso y merece respeto cuando no lo están viendo ni percibiendo. Creo que es anacrónico que exista un colegio de solo hombres en el 2021. En Colombia hay muchos colegios solo masculinos y femeninos. En Argentina casi que no existen.

D.L.Z: Aunque son circunstancias muy diferentes, yo encontré puntos en común entre Hache y Raskolnikov, el personaje de Crimen y castigo, de Dostoievski. Raskolnikov es un transgresor de la moralidad, pero la culpa en ambos es su verdadero castigo. En cambio, los otros amigos no sienten culpa.

M.M.R: Nunca sabemos cómo lidian ellos con eso, pareciera que no, y ahí es donde se marca una diferencia entre ellos y él. Pero es ahí donde yo creo que hay otra dimensión de la impunidad: la impunidad emocional. Hay personas capaces de hacer más daño y sentirse menos mal con respecto a otras, pero sentirse mal no las exculpa.  No es un castigo que repare a nadie. A mí me gustaba esa sensación de no solo sentir culpa por lo que pasó sino también sentir culpa porque su vida siguió. Si alguien lo ve desde afuera, él se casó, tuvo una hija, tiene un buen trabajo, y eso también le genera culpa.

D.L.Z: Uno llega a sentir piedad por Hache y por la mamá…

M.M.R: Ya avanzada la escritura, me empezó a interesar el rol de la mamá, como el pecado original al revés, la culpa de sus hijos que tienen que cargar. Hay una crítica que traté de hacer desde la ficción, y es la idea de que siempre que pasan estas cosas salen a decir que esto debe ser una cosa de las familias, y no, no siempre es así, no siempre las familias que fueron violentas se traduce de esa manera tan literal. Por eso mostré ambientes muy heterogéneos de crianza y que eso no tenía tanto que ver. Pero también me interesó mostrar el rol de la maternidad, el peso social que le asignamos, como esta cosa obligatoria de las mamás de tener que asumir la responsabilidad y el castigo por lo que pasó, porque todo el mundo va a preguntarse dónde estaba la mamá, pero es injusto y al mismo tiempo inevitable.

Hay personas capaces de hacer más daño y sentirse menos mal con respecto a otras, pero sentirse mal no las exculpa.

D.L.Z: ¿Tú crees que la culpa está siempre en el ser humano?

M.M.R: No, en los personajes que a mí me interesan, sí, pero hay personas que tienen menos margen de registrar el daño ajeno. A mí me interesaba mucho que eso que llaman “malas personas” o psicópatas no estuviera presente y no fuera realmente el móvil de quienes hacen el daño. Porque era fácil decir “es un psicópata y ya está”, y no siente, no se compunge y no siente culpa. Pero a mí me parece que es más interesante cuando pensamos en personas que sí se sienten mal y registran las emociones ajenas, cómo sus actitudes tienen impacto en las otras personas, se duelen y se preocupan por el bienestar de las otras personas e igual hacen acciones que lastiman. Hay una tendencia a pensar que las personas que hacen cosas horribles, inmorales y que lastiman activamente a otros, son personas que no tienen registro sobre eso y yo creo que la vida es mucho más aleatoria y que esas personas sí se pueden sentir mal y que esas personas sí se pueden arrepentir o que no, pero que no es un universo homogéneo del mundo entre buenos y malos, sino que es un universo mucho más heterogéneo, embarrado y nebuloso, mucho menos fácil de catalogar. Me interesaba que la gente pudiera sentir incomodidad por estos personajes, pudiera sentir empatía por el que es malo, simpatía por el que hace cosas horribles.

D.L.Z: Me costó mucho leer la escena de la violación de Andrea, pero mucho más cuando lo hablan entre los muchachos y lo presentan como algo heroico, cuando dicen que ella disfrutaba, pero ella estaba borracha y dormida.

M.M.R: Después de mis propias historias como adolescente, yo creo que algo pasa en los varones, primero en la grupalidad y después en la manera como entienden la sexualidad, quizás por lo precaria que ha sido la educación sexual. Ellos se convencen a sí mismos de que el consentimiento es mucho menos claro de lo que es. Yo estoy segura de que en la mayoría de situaciones de abuso sexual, cuando los hombres dicen “no, es que yo realmente pensaba que ella quería; yo creía que no la estaba violando”, yo les creo, pero eso no significa que no sea una violación. El problema es justamente que ellos no lo crean. Yo me acuerdo de que hubo un caso muy famoso en Argentina, el de Thelma Fardin, una actriz que tenía 16 años y el actor de la novela, 42. El tipo la violó en una gira y él contaba, “es que ella me había coqueteado y ella no me dijo que no, y yo creí que era una situación consentida”, y todo el mundo salió a decir, “¿cómo puede salir con esa mentira?”. Y a mí lo que me pareció aterrador es que yo estoy segura de que no estaba diciendo una mentira, él realmente cree que la situación fue así. Y ni siquiera está diciendo que él no estuvo en esa situación, no, él está diciendo que tuvo relaciones sexuales con Thelma Fardin pero que fueron consentidas, porque ella le había coqueteado, lo que probablemente sea cierto. Y a mí esa frontera me parecía súper llamativa, de cómo piensan el consentimiento, sobre todo en esa época.