Golpe de estado permanente y resistencia

19 Junio, 2021

Por RICARDO SÁNCHEZ ÁNGEL

Ricardo Sánchez Ángel

Profesor emérito, Universidad Nacional

Profesor titular, Universidad Libre

El gobierno del presidente Duque decretó, el 28 de mayo, la asistencia militar para la mitad del país. Se trata de una figura que está en el artículo 170 de la Ley 1801 de 2016 (Código Nacional de Policía y Convivencia). Ley liberticida que disfrazó un golpe de Estado a la Constitución. Basta comparar las normas de la asistencia militar con los artículos 213 y 215 sobre estados de excepción, de la Carta Política, para constatar que la ley elude licenciosamente circunstancias de tiempo, gravedad y potestades, que están establecidas en el canon constitucional, y regidas por el principio de que los estados de excepción y las medidas de seguridad no pueden vulnerar la vigencia de los derechos humanos. En Colombia, está establecido que “la Constitución no permite a las Fuerzas militares intervenir en operativos de control ni contención de la protesta social” (sent. C-281/17).

La magnitud de la represión es suficiente para corroborar que este presidencialismo que nos gobierna lo hace con el Estado policía y el terrorismo oficial. El ESMAD es un cuerpo con “patente de corso” para matar, dejar ciegos, herir, desaparecer. Como en los tiempos de La Violencia, la policía actúa como dispositivo biopolítico, gobierna la calle, incursiona en los barrios populares, matando por doquier, con odio racista y sexista. Lo sucedido con la joven de 17 años Alison Meléndez, en Popayán, a quien se la violentó, despojándola de sus vestidos, se la golpeó duramente, insultó y fue profanada en su humanidad por un grupo del ESMAD, que propición su muerte, con la tortura psicológica a la que fue sometida, es un hecho que se tipifica bajo la modalidad “Inducción o ayuda al suicidio”, contenida en el artículo 107 del Código Penal. Amanecerá y veremos.

Veo que está en un punto alto la indignación y rabia contra estas conductas criminales. Entonces, es justo y urgente disolver al ESMAD.

La doctrina del uribato y del Burundú Burundá en cuerpo ajeno, que apoya la coalición del partido del orden en el Congreso, es darles el tratamiento de guerra a los asuntos de la protesta y la huelga. Un estado de excepción de facto, sin declararlo, para poder mantener el disfraz de la democracia. Es el golpe de estado en miniatura, una y otra vez, haciendo de esta práctica un golpe de estado permanente, mientras la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo actúan como comparsa del Gobierno.

El régimen alcanzó la plenitud de la dominación bonapartista, que la ejerce el presidencialismo, descansa en la Policía, el Ejército, la Fiscalía, como policía política. Al día de hoy van cientos de heridos, entre ellos 51 con lesiones oculares, y más de 70 personas asesinadas y mil detenidos políticos, que se suman a los más de mil líderes asesinados desde la firma de los acuerdos de paz, como parte del genocidio en desarrollo. Cali y el Valle siguen siendo el epicentro del martirio y la rebelión.

Es conveniente hacer conciencia profunda del autoritarismo que establece una guerra civil legal, con la figura del enemigo interno, eliminando al adversario político, por lo tanto, y ampliando su órbita a todos los sectores inconformes. Es una naturalización del estado de excepción de hecho. Walter Benjamin, pensando la tendencia del poder autoritario, consignó que el estado de excepción se ha convertido en regla. Giorgio Agamben establece que esta institución se presenta no solo como una técnica de gobierno, sino que deja también aparecer, a plena luz, el paradigma constitutivo del orden jurídico. Se trata de naturalizar que la democracia debe actuar autoritariamente, a través de la figura que denomino como bonapartismo presidencial. De esta manera, la constitución de los derechos humanos, políticos y sociales, la república y la democracia están encarceladas. Y el Congreso, domesticado y sobornado, convertido en un anacronismo político.

Este es el nudo gordiano que hay que desatar, y es el pleito en curso entre las mayorías y la oligarquía política. Es un momento de resistencia, renacimiento del principio de esperanza. Es un momento de lucha, no de depresión, con la terapia colectiva del deseo, con la resistencia de cambiar el orden injusto y autoritario vigente.