Genocidio y resistencia

23 Octubre, 2020

Por CÉSAR TORRES

Entre el 3 de agosto y el 10 de octubre de este año, casi en exacta coincidencia con el periodo en el que Álvaro Uribe Vélez estuvo privado de la libertad, hubo en Colombia nueve masacres.

Una vez salió en libertad, cada trino, frase o entrevista que él ha dado parece una orden de matar a un grupo poblacional específico. Primero, fue la juventud. Luego, excombatientes y, después de su famosa frase “ojo con el 22”, han muerto por asesinato 3 dirigentes regionales/intelectuales militantes de la Colombia Humana.

Asesinan opositores, simpatizantes de opositores, o a gente que suponen que quizá algún día pueda llegar a apoyar a quienes simpatizan con los opositores.

Nos están matando. Es innegable.

Pero no es únicamente matar lo que persiguen. La escandalosa cifra de los muertos, las circunstancias y modalidades crueles de cada asesinato, por más que nos duelan, son apenas la parte visible de esta situación.

Menos evidente es que desde los sectores más radicales de la coalición de gobierno se promueven y se justifican el atentado personal y el asesinato individual y colectivo como vías para la toma y permanencia en el poder.  

Dicho de otro modo: es comprobado, aunque poco visible, que en los partidos que hoy gobiernan en Colombia hay un grupo de personas que matan o mandan matar opositores para deshacerse de ellos y para aterrorizar a quienes los sobreviven. Se hacen con el poder y se quedan con él gracias al miedo que infunde su accionar criminal. Esas personas configuran el uribismo más híspido y ramplón.

Los crímenes ordenados por esa facción y cometidos por ella misma o por su brazo ejecutor, utilizando o no las armas del Estado, logran reventar las relaciones sociales en las comunidades en las que ocurren. Es como si usted cortara con cuchillo los nudos de un tejido: los lazos se rompen y la comunidad pierde la identidad.

Esta guerra brutal que el uribismo agreste ha desatado contra Colombia tiene, entonces, dos objetivos principales: generar terror, miedo de oponerse o resistir, hacer caso, por físico culillo, a lo que ese grupo diga y, también, como dice Feierstein en un estudio del genocidio, “destruir las identidades plurales existentes (…) e imponer una nueva identidad”, la identidad del uribismo.

La estrategia que combina el uso del terror para llegar al poder y perpetuarse en él, con la destrucción de las identidades comunitarias para imponer una única y sólida identidad, tiene nombre propio: genocidio.  

Así las cosas, en Colombia, no solo nos están matando, no solo hay una violación masiva de derechos humanos y no solo hay terrorismo de Estado. En Colombia, el fundamentalismo uribista está cometiendo un genocidio.  

Pero aquí hay resistencia.

Mire la Minga que recorrió el país. Atrajo a todos los sectores sociales, en ella hubo campo para todos los reclamos y propuestas. Además de ser reivindicativa, fue una acción política. Tampoco cedió la dirección, ni la vocería del movimiento a las burocracias sindicales y no cayó en provocaciones.

Se devolvió tranquila y pacífica, casi silenciosa, como había llegado. Al regresarse a sus territorios, la Minga evitó que la usara el gobierno para declarar la conmoción interior, que es lo que desean los genocidas para suspender el Congreso y evadir la acción judicial de las altas Cortes de Justicia.

Están cometiendo un genocidio, sí, y han encontrado una resistencia inesperada y múltiple. A los genocidas, no solo se les derrotará en las urnas, creo yo.