En memoria a Dylan Cruz, marchemos en paz

27 Noviembre, 2019

Por ELMER MONTAÑA

Dylan, al igual que los hijos de muchos colombianos, salió a protestar en contra del gobierno, sus razones tendría, como las tenemos los demás. Lo cierto es que la tarde del sábado hizo parte de un grupo de estudiantes que participaba de un “cacerolazo” en la Plaza de Bolívar de Bogotá, donde fueron desalojados por el ESMAD, la aterradora fuerza antidisturbios de la policía, convertida en una máquina de muerte urbana.

Sin que se hubiese presentado enfrentamiento alguno, un policía del ESMAD, justo cuando pasaba frente a algunas cámaras de televisión, aprovechó la oportunidad para mostrar su valentía y heroísmo y disparó su arma lanza granadas contra de un grupo de estudiantes, hiriendo de muerte a Dylan Cruz.

El asunto, como ha querido mostrar el gobierno nacional, hubiera quedado como un lamentable accidente de no haberse develado que la herida no fue ocasionada por una bomba lacrimógena, sino por un artefacto hechizo, al parecer un taco de lienzo que contenía balines. Este tipo de artefactos están diseñados para causar daños y sufrimientos innecesarios en las víctimas, por lo tanto están prohibidos por las normas generales del Derecho Internacional Humanitario.

El agente de policía, que según sus superiores “vive su propio drama”, cambió dolosamente la granada de gas lacrimógeno por el misil artesanal, consciente de los estragos que podría ocasionar, pero no le importó, nunca se detuvo a pensar en la piel, los músculos, tendones y huesos destrozados de sus víctimas, ni en el dolor inenarrable que les produciría.

Mató a Dylan convencido que estaba en una guerra, donde todo vale, defendiendo la ciudad de un complot urdido por grupos extremistas, (como aseguró el despistado alcalde Peñalosa), que ayudaba al gobierno espantando a vándalos sin Dios ni ley, que cumplía con el deber y de paso disfrutaba usando su poderosa arma. Cometió un homicidio doloso, del que tendrá que defenderse ante la justicia, aunque para algunos es una pobre víctima de las circunstancias, un pobre muchacho que cumplía con su deber.

Los enemigos de la protesta social se esfuerzan en señalar que también hubo policías heridos, algunos dicen que 150 otros que son más de 300, lo importante es justificar el asesinato de Dylan y de paso ayudar a sembrar el terror a las marchas para convencer a los estudiantes que renuncien al derecho a protestar por miedo a correr la misma suerte del muchacho.

Las marchas del 21 de noviembre (las más concurridas en las historia de Colombia) y las protestas subsiguientes que no han cesado, son el producto del hastío ciudadano respecto al gobierno uribista de Iván Duque. La gente se fatigó de las mentiras y manipulaciones de la extrema derecha, los jóvenes quieren educación gratuita y de calidad, los trabajadores ven amenazadas sus precarias condiciones laborales, los pensionados sufren contando las monedas de sus mesadas, los desempleados están cansados de disputarse las calles del comercio informal y huir de la policía, los enfermos no quieren morirse haciendo colas inútiles e interminables en las puertas de las EPS, los líderes sociales e indígenas no se van a dejar exterminar, el país quiere la paz, precaria, imperfecta, pero necesaria.

La protesta ciudadana está dirigida contra el mal gobierno uribista y, como era de esperar, los reclamos no serán atendidos. Duque, haciendo alarde de su incurable frivolidad y demostrando una completa falta de conexión con el pueblo, ofreció como solución 3 días sin IVA, para que la gente compre a sus anchas y gaste dinero a montones. Sobra imaginar el entusiasmo que produjo la noticia en las familias que sobreviven con menos de un salario mínimo.

Duque ofrece limosnas al pueblo que exige cambios estructurales a un modelo económico despiadadamente neo liberal y anacrónico. La fórmula de enriquecer hasta la saciedad a los ricos para que compartan las sobras con el pueblo fracasó. Una sociedad tan profunda y groseramente desigualitaria como la colombiana, urge reformas profundas, no paños de agua tibia.

Los áulicos del gobierno, los que caen bien parados con todos los gobernantes, los que ven la realidad nacional desde sus cómodos apartamentos en Miami, los locutores y columnistas del régimen le gritan al oído a Duque que no afloje, que muestre verraquera, que gobierne reprimiendo al pueblo escandaloso y vandálico, que condecore al ESMAD por sus heroicos servicios y acabe de una vez por todas con la guachafita.

Lo más probable es que la “conversación nacional” sea un fracaso porque el gobierno considera que tiene la legitimidad para seguir haciendo trizas el proceso de paz y acelerar la locomotora económica en la que se transportan unos pocos beneficiados.

El presidente está perdiendo la oportunidad de replantear las cosas en beneficio de todos los colombianos. Al pueblo enardecido no se le ofrecen pasteles cuando le falta el pan, esa burla le costó la cabeza a una reina y podría costarle la presidencia a un Duque.

Las protestas continuarán y quienes participan en ellas deben adoptar medidas para evitar que degeneren en actos de violencia. La policía no es el enemigo sino la desigualdad. Los policías son nuestros vecinos, los saludamos en la calle y pedimos su ayuda cuando los necesitamos, enfilar baterías en contra de ellos es un error imperdonable, en lugar de esto debemos ser creativos para hacerles entender que también hacen parte del problema. El poder ciudadano debe expresarse pacíficamente para que sea invencible. Los encapuchados tienen que ser expulsados de las concentraciones y marchas. Quien no tenga el valor de mostrar la cara que se quede en su casa. Las redes sociales no pueden convertirse en instrumento de difusión de noticias falsas, como ocurrió el fin de semana en Cali y luego en Bogotá, con el cuento del saqueo a las unidades residenciales. Esto puede hacer parte de una preparada estrategia orientada a sembrar pánico en la comunidad y aversión a las protestas.

El uribismo alimentó el odio de los colombianos a límites irracionales: miedo a las FARC, al Castro-Chavismo, al comunismo internacional, al Foro de Sao Paolo y, lo que es más absurdo, inoculó en muchas personas el miedo a la paz y la reconciliación. Como consecuencia del proceso de paz las FARC ya no son fuente de temor y finalmente el Castro-Chavismo quedó al desnudo, como un modelo fracasado que nadie quiere imitar. Pero el miedo quedó clavado en los corazones, lo paradójico es que ahora tiene como objeto al uribismo que lo promovió, por eso el Centro Democrático busca desesperadamente un chivo expiatorio, que a no dudarlo será un líder de la oposición.

El miedo del pueblo se ha ido transformado en rabia, he ahí el peligro. Por ahora, las marchas son contra el gobierno, pero con el paso del tiempo podrían convertirse en una protesta de los de abajo contra de los de arriba, en una lucha de clases con las devastadoras consecuencias que esto puede traer.

Marchemos en Paz, que vale la pena.